JUSTICIA TAURINA
El mundo del toro se mueve bajo unas normas y cánones no escritos, pero entendidos por quienes tienen el privilegio de jugar un papel importante en él. Las empresas y la o las figuras del toreo del momento dictan, junto con los ganaderos que se encuentren en el gusto de estos toreros, el rumbo de la tauromaquia en determinada época, cosa que genera en ocasiones algunas situaciones que a los ojos del aficionado e incluso del medio mismo carecen de justicia.
Esto ha sido siempre, los tiempos del toro son los que son y muchas veces parecen caprichosos y hasta injustos.
La suerte sin duda juega un papel fundamental en el devenir de las carreras de los toreros y de los ganaderos, pero a esta suerte se le puede ayudar cuando las cosas se hacen con afición y amor por la fiesta, el ejemplo más claro es Tauroplaza México, empresa que apenas en su segunda temporada y primer año de gestión ha logrado transformar un ambiente enrarecido en un ambiente a favor de la tauromaquia, con sus fallos y aciertos ante el inmenso reto de regresar a la afición capitalina la ilusión por sentirse parte fundamental de la Plaza México, y con ello volver a los tendidos cada domingo. Son muchos los factores para cumplir con esta meta, el camino es largo y sinuoso, pero tal y como sucede en el toro, la confianza en uno mismo, la perseverancia y la pasión por la fiesta brava, tarde o temprano recompensan.
En esta disyuntiva se encuentra hoy un hombre que ha dedicado su niñez, juventud y vida a la vocación de ser torero; mucho ha logrado, tiene credenciales importantes, nació en Aguascalientes, tierra de gente y toreros buenos, me refiero a Fabián Barba. Su carrera está en el mejor momento, la madurez con la que cuenta como hombre está en plenitud, sabe lo que quiere y cómo puede lograrlo. Apenas el pasado día de Navidad dejó en claro el torero qué es actualmente y la forma en que entiende su vida como tal.
En marzo del año pasado accedió a torear en la Feria de la Cuaresma, festejo de oportunidad para el que muchos pensábamos que Fabián no encajaba, por ser un torero ya consolidado; sin embargo, su amor y vocación por la tauromaquia le hicieron ver la invitación como un orgullo de ejercer su profesión. La afrontó con ilusión y máxima responsabilidad, y resultó ser uno de los triunfadores. Su año taurino mantuvo la dureza de quien se sabe capaz y no le sale la mano de barajas para ganar la partida. La recompensa de aquella Feria fue verse incluido en la Temporada Grande de la Plaza México en la corrida navideña, fecha no habitual en los últimos años en la capital, otro acierto —desde mi punto de vista— de la empresa al intentar posicionar de nuevo este día.
Una seria corrida de Rancho Seco, casa ganadera con la que Fabián ha triunfado fuertemente en el coso de Insurgentes. No hace muchos años cortó tres orejas a la corrida de Cuatro Caminos, hierro hermano de Rancho Seco, y la estructura taurina nacional sigue sin hacerle justicia del todo.
La clara visión del objetivo por parte de Fabián le permitió brindar una estupenda tarde de toros el 25 de diciembre. No tuvo suerte en el sorteo, los toros que mejor funcionaron no le tocaron a él, pero esto no fue impedimento para mostrarse a un alto nivel técnico, de oficio y sentimiento. Honró la envestidura de ser matador de toros, le hizo a cada toro lo que había que hacerle, lidiando con inteligencia y verdad, este último adjetivo a veces trillado en el toreo y que adquiere relevancia cuando el público —quizá sin saber en qué se destaca ésta— logra percibir que el torero está ahí hasta las últimas consecuencias, pero sin atropellar la razón, sin quererse convertir en mártir, sino en héroe al asumir con orgullo la máxima premisa del toreo: estar dispuesto a morir por alcanzar la gloria bajo los principios fundamentales de la tauromaquia.
El primer toro de la tarde brindó nulas opciones. Cuando iba a salir el cuarto, Fabián se fue a los medios de la plaza, hincó las rodillas en la arena y dejó venir al ranchosequeño de largo; el toro rompió en alegre y poderoso galope. Fabián cuajó tres largas cambiadas templadas, marcando los tres tiempos de la suerte, acompañando el viaje del toro al mecer el tronco hacia atrás; suerte que muchas veces es de alarido, esta vez fue en tres ocasiones de emoción y arte. Realizó un buen quite, todo despacio, todo con torería. A la muleta el toro llegó sin fondo, pero Fabián dio cátedra de lidia. Le caminó al toro, le enamoró pisándole terrenos de riesgo total, entregando el cuerpo al toreo y poniendo el sentimiento y valor al servicio de la creación. Poco y bueno, muy bueno. Torería, elegancia y la muestra de miles de vacas en tentaderos donde la bravura y el toreo se funden. Fabián es un gran tentador. Logró el hidrocálido que la gente se metiera en su lidia, saboreando cada paso, cada argumento. Tomó la espada, entregó el pecho y detrás su vida; estocada hasta la empuñadura en todo lo alto. El toro le echó mano, y el celo que careció ante la muleta lo tuvo al intentar cobrarse con la vida del torero. Espeluznante y dramática voltereta, con la violencia del poder del toro de lidia. Dios y los subalternos lograron que no pasara a mayores, salvo la tremenda golpiza de la que se levantó, sin aspavientos, con torería de torero macho. Una oreja que significa mucho más.
El cartel del próximo 5 de febrero tiene sitio para un triunfador. Incluso antes de que inicie la segunda parte de la temporada, ese sitio, por justicia taurina y torería —en mi opinión—, tiene dueño. Esta es una oportunidad para quienes decidan demostrar el respeto al sacrificio de los toreros, a su momento y a lo que la fiesta nacional requiere. Hoy a Fabián Barba le ha llegado el momento, así lo veo yo, todo se alinea para que el toro recompense una vida entregada a esta cultura.