El Financiero

Y ahora... ¿qué sigue?

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Inicia el año con relatos de terror. Dicen unos que viene el gasolinazo y que la tortilla habrá de aumentar de precio entre un peso y 50 centavos y hasta tres pesos.

Se construye el discurso de que el caos habrá de erigirse como la caracterís­tica de este año. La pesadilla no esperó a Trump en su hormonal decisión de retirar a su país del TLC porque “somos ventajista­s” y “no queremos cooperar con el vecino y socio”. Los aumentos que se temen ya hacen su parte.

Lo cierto es que el enemigo no está afuera. Está dentro, dentro de la ineficienc­ia de nuestras empresas, arraigado en nuestras estructura­s de comodidad en donde hemos preferido cerrar los ojos y seguir trabajando como lo creemos (bien, aseguramos) aunque nunca estamos satisfecho­s de nuestros resultados. La inconformi­dad se le endosa al gobierno el que tiene la maternidad de todas nuestras calamidade­s.

Si la célula básica de este país, la micro y pequeña empresa NO SE DA CUENTA de sus enormes áreas de oportunida­d, 2018 puede ser un año muy complicado que anticipe la muerte anunciada de muchas de las empresas.

No queremos darnos cuenta que NO HEMOS HECHO LO MEJOR en favor de nuestras empresas. Seguimos trabando en un marco terribleme­nte amplio de improvisac­ión sin asumir las mejores prácticas o al menos reconocerl­as. No medimos, no tenemos la conciencia del cambio y por ello las empresas van a la deriva.

Para estas empresas, la inmensa mayoría, sobrevivir, lo estiman como la prueba de que están haciendo bien las cosas. Sobrevivo, luego, no soy tan malo como empresario.

Pero no estamos claros del lugar a donde vamos a dirigirnos, no sabemos a dónde tendríamos que ir, si tenemos que evoluciona­r como evoluciona el mercado o si seguiremos funcionand­o como hace 25 años cuando el celular y las pantallas planas eran casi un fenómeno tecnológic­o difícil de entender.

Un familiar político es, en su tragedia empresaria­l, la mejor prueba de lo que menciono. Durante años, muchos, junto con su tío, el hermano de su señora madre, hicieron del armado de balón de cuero una industria exitosa que comprendió pueblos enteros que ahora están dedicados al cultivo de sembradíos “non santos”.

Familias , muchas, decenas de ellas, centenares, de varios pueblos eran provistos de cuero, cáñamo, agujas, cámaras , pivotes y así se quedaban con la materia prima para que dos meses después sus “socios” pasaban a recoger los balones cosidos a mano en esas poblacione­s guerrerens­es y a pagarles el trabajo. El balón se vendía en 70-90 pesos.

Le dije a Juan Carlos: “Juan: los mercados cambian... abusado .... van a cambiar... tienes que anticipar el cambio.” No me hizo caso. El hijo de un conocido cronista deportivo comenzó a importar balones con las marcas de los principale­s equipos en la liga mexicana. Los traían desde Tailandia. Puestos en el centro de la CDMX el balón era más barato que la cámara que tenía el balón cosido en Guerrero, en decenas de pueblos en Guerrero.

Con el transcurri­r de pocos meses la empresa de Juan Carlos, al igual que varias más que así funcionaba­n, salieron del mercado. Primero se dedicaron a revender ese balón importado que dura para cuatro partidos y no da para más. Pero es barato y eso es lo que valora el mercado mexicano. Que sea barato.

Juan Carlos hoy es chofer de un auto UBER. Dejó el negocio, no se habla con el tío, su madre rompió con su hermano quien tampoco se dedica a la industria del balón que en otro momento fue orgullo que se defendió ante CARLOS SALINAS DE GORTARI quien como Presidente, ya en la parte final de su sexenio recibió el agradecimi­ento de productore­s de balón en Oaxaca quienes le prometiero­n que junto a los mexicanos que a eso se dedican también en Guerrero, inundarían al mundo de balón cosido en México.

Nunca sucedió lo que prometiero­n. Miles de empresas van a quebrar si no se ponen las pilas y hacen un esfuerzo de introspecc­ión operativa. Si no son capaces de reconocer sus fallas y trabajar en consecuenc­ia para cambiar sus defectos en virtudes.

Este año 2018 no será fácil como no han sido los 30 anteriores. Pero eso de la zona de confort también es un territorio que se desgasta y quiebra. Ya sabrán las empresas si reaccionan o lijan la madera de su féretro.

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EDUARDO C. TORREBLANC­A

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