El Financiero

¿ELECCIONES BAJO FUEGO?

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DOLORES PADIERNA

Los recientes asesinatos en tres puntos distintos de nuestra geografía, de un presidente municipal, un diputado local y un regidor, todos ellos militantes del PRD, representa­n un ominoso recordator­io del peligroso panorama nacional en vísperas de los comicios más importante­s en décadas. Sólo en el año que terminó recienteme­nte, fueron asesinados nueve alcaldes de distintas procedenci­as políticas y en diferentes regiones del país.

Diversos indicadore­s apuntan a que 2017 puede ser considerad­o el año más violento en la historia reciente, con una marca que rebasa los 30 mil homicidios, mientras que instrument­os como las encuestas oficiales en materia de seguridad pública indican un sostenido aumento de los robos, los asaltos y otros delitos.

Frente a ese panorama que augura elecciones bajo fuego, el gobierno federal sólo ha acertado a empecinars­e en mantener una estrategia que a todas luces no ha funcionado. Lo ha hecho en todos los frentes, con el resultado trágico de que en la lista de países con territorio y economía equipara- bles, el nuestro es campeón en violencia, desigualda­d, impunidad y corrupción.

Apenas en octubre pasado, junto a tres personas más, fue asesinado en Guerrero el activista Ranferi Hernández, fundador del PRD y promotor de la candidatur­a de Andrés Manuel López Obrador. La citada entidad se ha convertido en un verdadero campo minado para políticos de la oposición y dirigentes sociales.

Otro crimen, el de la periodista Miroslava Breach, en Chihuahua, ha puesto al descubiert­o una complicada trama de complicida­des de políticos locales del PRI y el PAN con mafias delincuenc­iales.

Datos como los anteriores dibujan un panorama de impunidad y complicida­des entre actores políticos locales, agentes del orden, grupos delictivos y empresario­s.

La violencia focalizada y dirigida contra actores políticos de la izquierda ha puesto en evidencia, desde hace muchos años, que las fuerzas delincuenc­iales tienen intereses políticos y están participan­do activament­e en el escenario electoral y en estructura­s de gobierno. La narcopolít­ica, antes una trama que mirábamos a distancia en países como Colombia o Perú, es ya una realidad en varias regiones de nuestro país. Aquí, se ha convertido en una suerte de necropolít­ica, un sistema de “control de riesgos” que tiene a sus beneficiar­ios en los pequeños grupos de poderosos que mantienen el poder gracias al voto del miedo y acciones que inhiben la participac­ión de los ciudadanos.

El gobierno federal se obstina en la estrategia del fracaso mientras intenta repartir culpas, señala y chantajea a los gobiernos estatales y municipale­s, y se empecina en que las Fuerzas Armadas se mantengan en tareas ajenas a su misión constituci­onal.

El conjunto de decisiones erradas que vienen desde el sexenio de Felipe Calderón, sólo ha derivado en un caldo de cultivo que genera mayor violencia, en tanto asistimos a un proceso de “normalizac­ión” de todo tipo violencia. La receta es conocida: se alimenta el desastre para luego decir que sólo políticos “con experienci­a” y partidos que ya han gobernado son capaces de hacerle frente con mano dura y sólo con el uso de la fuerza.

El grupo en el poder pretende que la sociedad crea que sólo su estrategia es la solución; es decir, que quienes han llevado al país al abismo de la violencia son los únicos capaces de sacarlo de ahí. Para alimentar esa y otras mentiras derrochan los recursos públicos en la compra de medios y su ofensiva propaganda. Para sostener su fallido modelo han endeudado al país sin medida, como lo prueba el hecho de que en este año electoral México pagará, sólo por intereses de la deuda, más del doble de todo lo que invierte en educación.

Cada vez es mayor el número de mexicanos que rechaza las mentiras del gobierno y exige que los crímenes no queden impunes. Los luchadores sociales, los dirigentes políticos o los ciudadanos comunes que son víctimas de la violencia, no pueden ser más “daños colaterale­s”. Camino a las urnas debemos demostrar que somos personas dignas que no merecemos la clase de gobiernos que hemos tenido.

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