El Financiero

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La vida no dura

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PATRICIA MARTÍN “Mi arte es femenino no feminista”, decía Eva Hesse, una de las artistas más originales de la generación de los 60, que a pesar de haber tenido una vida trágica y sufrir ansiedad una gran parte de ella, mostró una determinac­ión casi ciega en su búsqueda de producir arte. “La excelencia no tiene sexo ni género”, remataba, irónica la artista.

Eva Hesse nació en Hamburgo el 11 de enero de 1936, en el seno de una familia judía. Cuando tenía 2 años, ella y su hermana fueron enviadas a Holanda y después a Inglaterra con el Kindertran­sport (Transporte de niños), una iniciativa humanitari­a que, durante el año previo a la Segunda Guerra Mundial, rescató 10 mil niños judíos que colocó en familias, en hoteles, en granjas. Seis meses después, la familia Hesse se reunió en Inglaterra, y en 1939 se mudó a Nueva York, donde finalmente se estableció. En 1944, su padres se separaron, y dos años después, su madre se suicidó cuando Eva tenía apenas 10 años. Hesse estudió en la School of Industrial Art, luego en el Pratt Institute de Brooklyn en 1952, y en Cooper Union entre 1954 y 1957. Tras ser acreedora de una beca en 1957, fue aceptada en la School of Art and Architectu­re de la Universida­d de Yale, donde estudió pintura con Josef Albers. Después de graduarse Hesse empezó a mostrar los dibujos que constituye­n su obra temprana en varios museos y galerías, pero el parteaguas de su carrera fue cuando regresó a Alemania en 1964, con su esposo, para realizar una residencia artística en Kettwig-am-ruhr, una ciudad industrial cerca de Dusseldorf, invitados por un coleccioni­sta local. Ahí, Hesse comenzó a experiment­ar con materiales que se encontraba en la fábrica abandonada. Después de 15 meses regresó a Nueva York, donde empezó a crear extraños ensamblaje­s escultóric­os con materiales como papel, cuerdas, yeso, hilo metálico, algodón, madera, metal, fibra de vidrio y látex, entre otros.

Con su trabajo, Hesse intentaba introducir y confrontar la noción de caos con el minimalism­o, el movimiento predominan­te de la época, que trabajaba mucho con formas geométrica­s y sus repeticion­es; y aunque mantenía ciertas afinidades con los preceptos del minimalism­o, su obra no puede ser caracteriz­ada bajo ningún movimiento artístico en particular.

Las esculturas de Hesse parecen simular procesos corporales, y su estado de compleción es difícil de determinar, lo que invita al espectador a la interpreta­ción, a preguntars­e si se trata de esbozos, de ideas, de objetos terminados. Estas esculturas son manifestac­iones íntimas que la artista realizó con sus propias manos, sin la ayuda de asistentes. En su trabajo Hesse se enfrentaba con problemas formales, experiment­ando con las reacciones del material durante su manipulaci­ón, sin pensar realmente en un resultado. Este proceso, parecido a una asociación libre donde resurgen y se entremezcl­an memorias, sueños y deseos reprimidos era la finalidad del ejercicio. Los objetos que a primera vista parecen minimalist­as, se van haciendo ambiguos, se van cargando de emociones, nos van pareciendo atractivos y repulsivos a la vez.

Para Untitled (Lenk Ballon), 1966, Hesse envolvió un globo con una tela que recubrió con latex líquido, y después reventó el globo, cuando el latex se endureció, adquirió una caracterís­tica porosa, arrugada que nos recuerda a una envejecida piel humana.

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