Algunas notas sobre la política exterior de Trump
A casi un año de estar en el poder, hemos constatado que el presidente Donald Trump tiene una política exterior errática, ausente de la menor estrategia y orientada principalmente a alcanzar objetivos políticos internos. Aliados y enemigos por igual están en la incertidumbre total, preocupados por la inestabilidad que provoca la actitud estadounidense y las consecuencias que puede provocar frente a los conflictos internacionales vigentes más serios. Los vacíos de poder tienden a llenarse; Rusia y China serán los primeros en tratar de hacerlo, lo que tendrá consecuencias radicales para la configuración del orden internacional del siglo XXI.
Como explicó Allison en su estudio clásico, la política exterior de Estados Unidos se caracteriza por problemas serios de conflicto interb urocrático. En la toma de decisiones participan el Departamento de Estado (integrado en gran medida por diplomáticos de carrera), el Consejo de Seguridad Nacional, las agencias de seguridad, el Pentágono y la misma Casa Blanca. No obstante, con Trump al frente, el problema se ha exacerbado porque ha involucrado a otros colaboradores como John Kelly, su jefe de gabinete, y Jared Kushner, su yerno y asesor especial. Este último por cierto tiene como cartera informal las relaciones económicas con México y China y la “paz en Oriente Medio”. Todos ellos tratan de desactivar o controlar los daños de las decisiones que toma Trump, pero sin lograr definir una estrategia de política exterior.
La crisis en la que se encuentra sumido el Departamento de Estado es uno de los elementos más inquietantes en el largo plazo. La dependencia se encuentra desmoralizada por las bajas cuantiosas de su personal de carrera (se calcula que 60 por ciento de los altos funcionarios ha dimitido), por la debilidad del secretario actual (Rex Tillerson ha mostrado poca capacidad de influir en el presidente) y por el desdén de la administración, que ha llevado a que la mayoría de las subsecretarías estén en manos de encargados. Foggy Bottom, a pesar de sus capacidades probadas para analizar, definir y proponer estrategias consistentes de política exterior, no participa en su diseño. El caos actual es tal que aparece de forma recurrente en las numeras acciones y declaraciones contradictorias sobre problemas globales.
Si bien hay que reconocer que se mantienen algunas líneas de continuidad de la política exterior norteamericana. Después de los primeros meses caóticos, los militares de su gabinete –Kelly, Mattis y Mcmaster– han sido más o menos exitosos en acordar una política de seguridad nacional de consenso, que reconocen republicanos y demócratas, cuya predictibilidad asegura a los aliados tradicionales de Estados Unidos. Hay también signos de ruptura claros: el presidente ha ido en contra de sus recomendaciones con decisiones polémicas como rechazar la certificación al acuerdo nuclear con Irán y como reconocer a Jerusalén como la capital de Israel, en contra de las resoluciones de las Naciones Unidas.
El aspecto más singular ha sido su manejo de las redes sociales. Trump informa la primicia de sus decisiones desde su cuenta de Twitter, que gobiernos, mercados, medios y ciudadanos consultan diariamente para predecir sus decisiones. En cambio, encuentran ocurrencias y mensajes contradictorios. Los analistas todavía se encuentran divididos entre quienes aseguran que los tuits iracundos son retórica inofensiva y quienes mantienen reservas sobre si podrían provocar una escalada de conflictos.
La doctrina de “American First” ha mostrado dos caras ambivalentes en la práctica: el repliegue de Estados Unidos en áreas fundamentales como la seguridad colectiva, el libre comercio y el cambio climático y una política internacional agresiva con otros interlocutores o en organismos internacionales. Suma a la confusión que Trump no se siente a sus anchas con líderes de sus principales aliados, sino con otros, como los presidentes de Polonia, Egipto y Filipinas, que se han beneficiado de la erosión de las instituciones democráticas de sus países.
El escenario no es el más favorable para 2018: Trump no desempeña el papel que el mundo le asigna a su país por default y es hoy un elemento de inestabilidad del orden mundial. El presidente muestra escasa voluntad para entender desafíos como los desplazamientos humanos por enfrentamientos armados, la coordinación de políticas macroeconómicas y de metas de desarrollo sostenible. La falta de credibilidad de la política exterior de Estados Unidos en la era de Trump, además de evidenciar los límites de la hegemonía de ese país en el siglo XXI, aumenta de manera alarmante el peso de los errores de cálculo ante los previsibles conflictos.
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