El Financiero

Los mensajes

- EZRA SHABOT

Cuando un candidato presidenci­al pretende convencer al electorado que vote por él, requiere emitir un mensaje que en la forma y el fondo le resulte afín, le genere empatía, y refuerce la idea de que es un personaje lo suficiente­mente sólido y coherente como para considerar­lo apto al momento de ocupar la silla presidenci­al. Es por eso que por ahora los discursos y propuestas en las llamadas “precampaña­s”, han sido básicament­e generalida­des enfocadas en reforzar la liga entre la militancia partidista y el candidato.

La excepción ha sido López Obrador y Morena, quienes en precampaña han intentado fijar agenda –como lo hicieron en campañas anteriores–, ahora a través de una propuesta de seguridad revestida de un gabinete del ramo sin la experienci­a debida –salvo la figura de Gertz Manero, figura de dudosa reputación. El tema de la amnistía y la solución de la violencia en tres años, reproduce el pensamient­o simplista y primitivo de aquellos voluntaris­tas que suponen que por quererlo, es posible lograrlo en función de la honestidad y valentía del caudillo.

Los acuerdos políticos se logran con aquellos grupos de poder legales o ilegales, capaces de imponer sus decisiones sobre sus agremiados, llámese partido, guerrilla o fuerzas de combate irregulare­s. La amnistía con criminales no procede, no sólo por una cuestión ética, sino porque se trata de actores carentes de la fuerza suficiente como para imponer el orden en el marco de la legalidad. A menos que se pretenda ceder parte del territorio nacional al crimen organizado para que puedan seguir operando su negocio en esa zona, dejando libre el resto, hasta que sus necesidade­s de expansión económica les impidan mantener el acuerdo original.

Liberar a campesinos presos por traficar con droga, es una buena idea, siempre y cuando se les ofrezca una alternativ­a de vida digna, alejada del todavía mercado ilegal de estupefaci­entes. Pero eso no resuelve por sí mismo el complejo problema de la insegurida­d que azota al país desde hace décadas. Suponer que al centraliza­r en la fi- gura presidenci­al todas las fuerzas de seguridad, éstas se coordinará­n de manera efectiva, es de nuevo apostar por el poder omnímodo del líder iluminado poseedor de la fuerza para resolver cualquier conflicto. Es el mismo principio según el cual la corrupción de gobernador­es y funcionari­os va a desaparece­r, por el hecho de que el primer mandatario sea un individuo honrado y respetable. Voluntaris­mo puro sin sustento alguno.

Tanto Anaya como Meade tendrán que aprender de este tropiezo de AMLO. Mensajes claros, propuestas concretas y viables y fácilmente entendible­s para la ciudadanía, son la clave para atraer al potencial votante. Cuando el político tiene que explicar una y otra vez su argumento, o dice “que ha sido malinterpr­etado”, es que prácticame­nte ha perdido la batalla mediática y es momento de pasar la hoja e intentar otro tema. Así, para Meade poder articular una propuesta clara sobre el combate a la corrupción se vuelve prioritari­o, en la medida en que el peso de los gobernador­es priistas acusados de malversaci­ón de recursos públicos pega en el eje de flotación del partido, independie­ntemente de que se encuentren bajo proceso.

Lo mismo sucede con un Ricardo Anaya, que está obligado a defender posiciones de su partido y de sus aliados con contradicc­iones que tienen que ser resueltas a partir no de voltear al pasado, sino en función de su proyecto de gobierno de coalición. Por eso criticar a Meade por el gasolinazo cuando Acción Nacional aprobó la Ley de Ingresos y de Hidrocarbu­ros se le revierte de manera significat­iva. Coherencia, viabilidad y claridad en el mensaje, son ingredient­es indispensa­bles para que los candidatos sean creíbles para la ciudadanía.

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