NADA SERÁ COMO AHORA, NADA
Con autorización de Grupo Planeta publicamos un fragmento del libro La revolución Blockchain (Ariel), de Don Tapscott y Alex Tapscott
En una fecha tan temprana como 1981 ya había expertos tratando de resolver con criptografía los problemas de privacidad, seguridad e inclusión que Internet planteaba. Reformaran como reformasen el proceso, siempre se producían filtraciones, porque había terceras partes implicadas. Pagar con tarjeta de crédito en Internet no era seguro porque los usuarios tenían que proporcionar mucha información personal, y las comisiones por pagos pequeños eran muy altas.
En 1993, un brillante matemático llamado David Chaum creó ecash, un sistema de pago digital que era “un producto técnicamente perfecto que permitía pagar por Internet de manera segura y anónima... Servía perfectamente para enviar peniques y céntimos electrónicos por Internet”. Era un sistema tan perfecto que Microsoft y otros pensaron en incluirlo en su software. El problema fue que a los compradores en línea no les preocupaba entonces la privacidad y seguridad en la red. La compañía holandesa de Chaum, Digicash, quebró en 1998.
Por la misma época, uno de los socios de Chaum, Nick Szabo, escribió un artículo titulado El protocolo
de Dios, parafraseando la expresión “la partícula de Dios” con la que el premio Nobel Leon Lederman se refería a la importancia del bosón de Higgs en la física moderna. En su artículo, Szabo reflexionaba sobre la creación de un protocolo tecnológico ideal en el que Dios fuera el mediador fiable de todas las operaciones: “Todas las partes enviarían la información a Dios. Dios manejaría esa información y devolvería el resultado. Como Dios es la suma de la discreción y la confidencialidad, ninguna de las partes sabría de las demás más de lo que sabe de sí misma”. Era una idea muy interesante: hacer negocios por Internet requiere mucha fe. Como la infraestructura carece de la seguridad suficiente, muchas veces no tenemos más remedio que tra- tar con los intermediarios como si fuera dioses.
Una década después, en 2008, el sistema financiero global se hundió. Quizá aprovechando el momento, una persona o serie de personas, con el seudónimo de Satoshi Nakamoto, esbozaron el protocolo de un nuevo sistema de pago electrónico directo y entre iguales (peer-to-peer o P2P) que usaba una criptomoneda llamada bitcoin. Las criptomonedas (monedas digitales) se diferencian de la moneda tradicional en que no las crean ni las controlan los países. Este protocolo establece una serie de normas —en forma de computación distribuida— que garantiza la integridad de la información intercambiada entre esos miles de millones de ordenadores sin pasar por terceros. Esta circunstancia aparentemente sutil ha estimulado, asombrado y, en definitiva, cautivado la imaginación de los informáticos, efecto que se ha extendido rápidamente a los negocios, a los gobiernos, a los defensores de la privacidad, a los activistas sociales, a los teóricos de los medios de comunicación y a los periodistas, por mencionar sólo unos pocos ámbitos.
“Todo el mundo exclama: ‘¡Dios mío, ya está! ¡Es el gran salto! Es lo que estábamos esperando’”, dice Marc Andreessen, cocreador del primer navegador comercial, Netscape, y gran inversor en proyectos tecnológicos. “‘Ha resuelto todos los problemas. Sea quien sea, merece el premio Nobel, porque es un genio’. ¡Esto es! Ésta es la red fiable distribuida que hacía falta en Internet”.
Hoy, gente sesuda de todo el mundo se pregunta por las implicaciones de un protocolo que capacita a simples mortales para crear confianza mediante códigos inteligentes. Esto nunca había ocurrido antes: nunca había habido transacciones fiables entre dos o más partes, autenticadas por la colaboración de muchos y posibilitadas por intereses colectivos, no por grandes empresas que buscan su beneficio.
Una plataforma global con la que podamos operar de modo seguro no será el Dios Todopoderoso, pero sí es algo muy grande. Lo llamaremos “protocolo fiable”.
Este protocolo es el fundamento de un creciente número de registros globalmente distribuidos llamados cadenas de bloques (blockchain), el más grande de los cuales es bitcoin. Aunque el aspecto tecnológico es complicado y la expresión blockchain suena rara, la idea es sencilla. Las cadenas de bloques nos permiten enviar dinero de manera
directa y segura de una persona a otra sin pasar por un banco, una tarjeta de crédito o Paypal.
Más que un Internet de la información, es un internet del valor o del dinero. También es una plataforma que permite a todo el mundo saber lo que es verdad, al menos con respecto a la información que se registre de manera estructurada. En su forma más básica, es un código fuente libre: todo el mundo puede descargárselo gratuitamente, ejecutarlo y usarlo para desarrollar nuevas herramientas de gestión de transacciones en línea. Como tal, nos da la posibilidad de crear infinidad de aplicaciones nuevas y de cambiar muchas cosas.
EL FUNCIONAMIENTO DEL REGISTRO MUNDIAL
Los grandes bancos y algunos gobiernos están usando cadenas de bloques a modo de registros distribuidos con la idea de revolucionar la manera de almacenar información y realizar transacciones. Sus aspiraciones son loables: mayor velocidad, menores costes, más seguridad, menos errores y eliminación de puntos centrales que puedan atacarse o fallar. Estos modelos no suponen necesariamente el uso de criptomonedas.
Sin embargo, las blockchains más importantes y de mayor alcance se basan en el modelo de Satoshi. Veamos cómo funciona este modelo.
El bitcoin o cualquier otra moneda digital no se guarda en archivos que estén en un lugar concreto; está representado por transacciones que se registran en una cadena de bloques, que es una especie de hoja de cálculo o registro que usa los recursos de una amplia red entre iguales para verificar y aprobar todas y cada una de las transacciones hechas en bitcoin. Todas las cadenas de bloques, como la que usa bitcoin, están distribuidas, es decir, se ejecutan en ordenadores que ofrecen voluntariamente personas de todo el mundo; no hay una base de datos central que pueda atacarse. La blockchain es pública: todo el mundo puede verla cuando quiera porque reside en la red, no en una determinada institución que se encargue de auditar las transacciones y llevar registros. Y además está encriptada: usa una encriptación que incluye claves públicas y privadas (en lugar de los sistemas de dos claves de las cajas fuertes) que garantizan una total seguridad. No tenemos que preocuparnos porque Target o Home Depot tengan malos firewalls o haya un miembro del personal de Morgan Stanley o del gobierno federal de Estados Unidos que sea un ladrón.
Cada diez minutos, como si fuera el ritmo cardiaco de la red del bitcoin, todas las transacciones realizadas se comprueban, ordenan y almacenan en un bloque que se une al bloque anterior, creándose así una cadena. Cada bloque debe referirse al bloque anterior para ser válido. Esta estructura registra exactamente el momento de las transacciones y las almacena, evitando que nadie pueda alterar el registro. Si queremos robar un bitcoin, tenemos que reescribir toda la cadena de bloques a la vista de todos, lo que es prácticamente imposible. Por eso las blockchains son un registro distribuido y suponen la conformidad de la red con todas las transacciones que se han realizado. Igual que la red informática global de la información, esto es el “registro informático global” del valor: un registro distribuido que todo el mundo puede descargar y ejecutar en su ordenador personal.
Algunos estudiosos han afirmado que la invención de la contabilidad por partida doble permitió el nacimiento del capitalismo y de la nación-estado. Este nuevo registro digital de transacciones económicas puede programarse para asentar prácticamente todo lo que tenga valor e importancia para la humanidad: partidas de nacimiento y defunción, permisos de matrimonio, escrituras y títulos de propiedad, grados académicos, informes financieros, procedimientos médicos, demandas de seguros, votos, origen de los alimentos y cualquier otra cosa que pueda codificarse. La nueva plataforma permite combinar registros digitales sobre casi cualquier cosa en tiempo real. De hecho, pronto habrá miles de millones de cosas inteligentes que percibirán, responderán, se comunicarán, comprarán su propia electricidad y compartirán información importante, en fin, que lo harán todo, desde proteger nuestro medio ambiente hasta cuidar de nuestra salud. Este “Internet de todo” necesita un “registro de todo”. Negocios, comercio y economía necesitan una computación digital.
¿Por qué preocuparnos, pues? Nosotros creemos que la verdad puede hacernos libres y que la confianza distribuida afectará profundamente a todos los aspectos de nuestra vida, tanto si somos amantes de la música que queremos que los artistas se ganen la vida con su arte, como consumidores que queremos saber de dónde viene la carne de la hamburguesa que nos comemos, inmigrantes hartos de pagar comisiones altísimas por enviar dinero a nuestros seres queridos en nuestra tierra ancestral, mujeres saudíes que queremos publicar nuestra propia revista de moda, trabajadores humanitarios que necesitamos identificar los títulos de propiedad de los propietarios para reconstruir sus casas después de un terremoto, ciudadanos cansados de la falta de transparencia y responsabilidad de los políticos, usuarios de medios sociales que valoramos nuestra privacidad y pensamos que la información que generamos podría sernos provechosa. En este mismo momento, hay innovadores que están creando aplicaciones basadas en blockchains que sirven para todo esto. Y es sólo el comienzo.