Política y administración pública
Inmersos en el proceso electoral que se advierte como el más complejo de los últimos tiempos, el año con que finaliza el sexenio arranca con malas nuevas: alza de precios, inseguridad, volatilidad cambiaria, escándalos y presiones externas. Tal parece que la fatalidad se renueva como cada seis años, sea por antagonismos geopolíticos o circunstancias domésticas. Lo cierto es que las cosas no pintan bien y se percibe un enrarecimiento mayor a medida que avance el año.
Un factor que influye de manera determinante en el tránsito de un gobierno a otro y sobre el cual poco se reflexiona, es la simbiosis entre la estructura política y administrativa del sistema y el impacto que esta tiene en la continuidad o cambio de programas y proyectos de un sexenio a otro, dada la demolición periódica de la organización administrativa para la integración de los nuevos equipos de campaña, con efectos recurrentes que se traducen en un cíclico proceso de aprendizaje, ensayo y error.
Pese a la expedición de la Ley del Servicio Profesional de Carrera para la Administración Pública Federal desde la gestión de Fox, México carece de un sistema funcionarial profesionalizado que evite las alteraciones que se suceden con cada transición gubernamental. El aparato burocrático, salvo contadas excepciones, se integra con base en relaciones personales, compromisos o intereses particulares y no necesariamente en el conocimiento y la experiencia que demanda un perfil de puesto específico.
Ello introduce, inevitablemente, distorsiones y deficiencias en la gestión pública, cuya maquinaria debe mantenerse en acción, guardando los equilibrios del sistema ante los vaivenes naturales de la política, en el contexto de un marco regulatorio y técnico bien definido que limite o estabilice tentaciones y dramáticos cambios de rumbo.
Un sistema burocrático profesional, con una sana delimitación funcional, sin duda aliviaría a la sociedad de los recurrentes dolores de cabeza.