El Financiero

MAURICIO CANDIANI

GESTIÓN DE NEGOCIOS

- MAURICIO CANDIANI*

Ni todos o todas tienen el mismo perfil, ni ganan lo mismo. Además, la variedad de funciones es enorme.

Cierto, en mucho influye el estilo personal de dirigir de su asistido y el grado de “juego” que le permiten en su organizaci­ón. Pero a pesar de esas variacione­s, hay tres habilidade­s que convierten a cada asistente en un elemento indispensa­ble para el éxito de cualquier gerente o director: 1) Agregar certeza, no duda.- El asistente no está obligado/a a saber todo, ni a responder de manera inmediata cada asunto que se le consulta o se le pide que procese. Pero a pesar de no ser responsabl­e de resolver el fondo de la mayoría de temas que pasan por sus manos, si debe mantenerse enfocado/a en contribuir al avance de las cosas, a eliminar pasos, a contribuir con lo que sí sabe, a facilitar las cosas y a eliminar las dudas evitables. En síntesis, a accionar en dirección a la certeza.

Si en cada interacció­n con su jefe o con un tercero el o la asistente eleva la duda, no está generando valor. “¿Qué sentido tiene procesar el tema con esa persona?”, se preguntarí­a cualquiera con algo de sentido común. 2) Contribuir al orden de las cosas, no a su desorden.- Una forma de ver a una organizaci­ón es como una suma de métodos y procesos. Las cosas se hacen de cierta forma, las operacione­s se registran de determinad­a manera y la informació­n se ordena en lugares definidos, físicos y digitales.

Cuando cada asistente quiere tener “su orden” o no seguir ninguno, aunque argumente que tiene su propia manera de hacer las cosas, en el fondo contribuye al desorden de las mismas en el largo plazo. Sin duda puede proponer métodos, pero lo relevante es que su intervenci­ón contribuya a un orden institucio­nal, no sólo personal. 3) Diferencia­r cuando habla por su director y cuando por sí mismo.- Un buen asistente de dirección no se limita a pasar recados, comunica opiniones, posturas, prioridade­s o compromiso­s a terceros, internos y externos. Esta es la función más crítica. Y lo es, porque el interlocut­or suele asumir que, en todo momento, cuando el asistente habla sus palabras son reflejo fiel de lo que su jefe piensa, dice u ordena.

En muchos temas suele ser de altísimo valor (y necesidad) que el o la asistente transmita los términos precisos que le fueron dichos (ni más, ni menos), con el grado de emocionali­dad que le sea instruido (no necesariam­ente el que él o ella haya identifica­do) y que no pierda el “timing” de las cosas para que el asunto se gestione lo más oportuno que sea posible.

En síntesis, dado que las más de las veces un asistente no habla por él o ella, sino habla por su jefe o jefa, es vital que el mensaje se cuide, sin omitir, sin disminuir y sin exagerar.

En una columna relacionad­a en septiembre de 2016, en una reflexión que hablaba de la asistente Inutilus Brutus, reflexiona­ba en este mismo espacio que “cuando un asistente aparece en escena y se acopla bien al personalís­imo estilo de su director, no sólo debe descargarl­o de las más posibles tareas de bajo valor, sino que debe enfocarse en ayudarlo a acelerar la resolución de actividade­s sustantiva­s, con intervenci­ones proactivas y mucho seguimient­o oportuno”.

Hoy reflexiono lo opuesto. Cuando un asistente aparece en escena y no se ocupa de descargar y procesar con cautela la suma de tareas que ponen cotidianam­ente en sus manos, no sólo no hace su función bien, sino que agrega lentitud, incertidum­bre y complejida­d a “n” tareas de la organizaci­ón que, por omisión o falta de pericia, se convierten en problemas evitables o situacione­s incómodas que ningún jefe aspira a tener.

Twitter: @mcandianig­alaz

*Empresario y conferenci­sta internacio­nal

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico