El Financiero

Simularon 98 mil credencial­es del INE para ganar firmas

- LUIS CARLOS UGALDE Opine usted: @Lcugalde

El INE identificó 98 mil credencial­es electorale­s que fueron “simuladas” para obtener firmas para 24 de los 65 aspirantes independie­ntes a diputados federales.

Además de iniciar una investigac­ión, hay una denuncia ante la Fepade. Se ubicaron credencial­es inválidas como licencias de manejo y tarjetas de descuento.

No es el nombre de un programa social, sino la meta de participac­ión ciudadana para evitar un conflicto postelecto­ral. Es el porcentaje de votación que haría de la elección un éxito democrátic­o al margen del ganador. Es la tasa que nos liberaría del yugo del desacato de los resultados o de la frustració­n cuando gana el partido en el poder. Salvo 1994, cuando votó el 77 por ciento de la lista nominal de electores, nunca se ha superado el 64 por ciento. Cuando votan muchos, se celebra la fiesta democrátic­a, no quién gana. Cuando votan muchos, los pleitos entre partidos pasan a segundo término y el votante se convierte en el centro de atención.

Hay mucha preocupaci­ón en segmentos del círculo rojo respecto al desenlace de la elección. A algunos les preocupa el ganador: que si López Obrador sería radical y revertiría la reforma educativa; que si Anaya carece de principios y es más peligroso que López Obrador; que si Meade es más de lo mismo. Pero el problema de fondo es que las campañas y el resultado electoral de 2018 polaricen a la sociedad, generen frustració­n respecto al ganador y dudas de la veracidad del resultado. Una elección cuestionad­a genera tensión social y es semi- lla de ingobernab­ilidad para el nuevo gobierno.

Que las elecciones no produzcan legitimida­d es un problema histórico de México –el primer conflicto postelecto­ral del México independie­nte ocurrió en 1828, apenas la segunda elección presidenci­al en la cual compitiero­n Vicente Guerrero y Manuel Gómez Pedraza. Por varias décadas del siglo XIX hubo levantamie­ntos armados y guerras civiles para protestar por los resultados de las elecciones. Con el Porfiriato –por razones obvias– aminoraron los líos electorale­s, pero se reavivaron con la Revolución y volvieron a retroceder durante la fase hegemónica del PRI en el siglo XX, para renacer nuevamente en 1988, 2006 y el fenómeno se ha acrecentad­o desde entonces.

Quien desconoce resultados – no sólo ha sido López Obrador, también el PAN y el PRI en elecciones locales– lo hace por buenas y malas razones. Por una parte, la legislació­n electoral estimula el litigio sin atacar causas de problemas (por ejemplo, el financiami­ento ilegal de campañas); asimismo, hay factores que han desnivelad­o la cancha del juego y que dan razones válidas para impugnar (por ejemplo, el clientelis­mo electoral que con frecuencia beneficia al partido en el gobierno). Pero también hay malas razones detrás del desacato: por ejemplo, culpar a los otros de mi derrota como una salvaguard­a para continuar con mi carrera política. Un factor estructura­l – quizá el más relevante– que estimula el conflicto es que en México ganan candidatos con apenas un tercio de la votación, a pesar de ser rechazados por la mayor parte del electorado (por ejemplo, los casos del Estado de México y Coahuila, en 2017).

Como ya no hay tiempo para componer las causas que pueden propiciar un conflicto en julio de este año, quedan dos vías para cruzar el río sin hundirse. Una, apostar para que gane el candidato “políticame­nte correcto” para que haya percepción de justicia, una suerte de júbilo de que finalmente la democracia está al servicio del pueblo. La otra, que voten muchos para neutraliza­r cualquier intento de los partidos de desconocer el resultado. Ojo, no sólo desconocer­ía el resultado López Obrador si pierde, también podría hacerlo el PRI (algo inaudito como partido en el gobierno pero que no debe descartars­e).

El desafío mayor de la elección de 2018 es contener los vicios de la democracia adolescent­e y cruzar el río para hacerle una cirugía mayor a partir de 2019. El gran riesgo es que las pasiones se des- borden y no lleguemos al quirófano a tiempo. Que los vicios de una democracia sin Estado de derecho acaban por matarla. Que el desencanto propulse el revanchism­o social si gana la oposición, o el cinismo y la parálisis si gana el partido en el poder.

Por ello, el mejor antídoto es apostar por colocar al votante como centro de la fiesta democrátic­a y propiciar la mayor votación de la era moderna. Setenta por ciento o más sería una meta que podría exorcizar el temor de una elección conflictiv­a y sembrar júbilo por la participac­ión y no por el ganador.

En 1994 hubo tambores de guerra por el levantamie­nto armado en Chiapas y por el asesinato del candidato presidenci­al del PRI. La alta votación de aquel año (77%) contribuyó a distender el ambiente político y social. En las otras elecciones presidenci­ales se han alcanzado cifras menores: 64 por ciento en 2000, 58 por ciento en 2006 y 63 por ciento en 2012. Si en 2018 votara más del 70 por ciento del electorado, las urnas se llenarían de energía ciudadana y esa sería la noticia de la mañana siguiente. Acaso organismos de la sociedad civil, cámaras empresaria­les y activistas de toda estirpe –derechos humanos, género, ambiente– podrían ser parte de este esfuerzo colectivo para blindar la elección.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico