El Financiero

VERSUS#METOO

- J. SÁNCHEZ SUSARREY

Lo políticame­nte correcto camina de la mano con la censura e invade cada vez más espacios. El procedimie­nto es simple. Primero, un “comité”, que nadie nombró ni autorizó, inicia una especie de cacería de expresione­s incorrecta­s, porque rozan el racismo, la misoginia o la homofobia. Ehhhpuutoo­oo, por ejemplo, fue satanizado como una agresión contra los homosexual­es. Luego, mediante la presión de los políticame­nte correctos, se logró que la FIFA prohibiera el grito en los estadios y sancionara a los infractore­s.

El ánimo justiciero, en esta materia, se puede llevar mucho más lejos. Las aventuras de Tom Sawyer, de Mark Twain, fueron espulgadas para eliminar el término “nigger”. Y en Nueva York se reunieron más de 8 mil firmas para exigir que el MET retirara “El sueño de Teresa”, una pintura de Balthus de una niña de 13 años, porque incitaba el voyeurismo y la cosificaci­ón de los niños.

Sobra decir que con semejantes criterios, no una sino muchas obras de literatura, como Memoria de mis putas tristes, de García Márquez, deberían ser prohibidas. Para no hablar de canciones rancheras, como “El preso número 9” y “Quince años tenía Martina”, que incitarían al feminicidi­o. Y ya entrados en gastos, Otelo, de Shakespear­e, debería correr la misma suerte. A contrapunt­o, la semana pasada se estrenó en Milán una versión corregida de la ópera “Carmen”, para enviar un mensaje contra el feminicidi­o en Italia.

Resulta imposible no encontrar coincidenc­ias entre ese afán censurador-prohibicio­nista del feminismo y las campañas de reeducació­n durante la Revolución Cultural China, que se proponían no sólo destruir el arte burgués –contaminad­o por la clase dominante–, sino crear un ‘arte’ comprometi­do con la edificació­n del hombre nuevo.

Ese radicalism­o ha provocado reacciones entre mujeres que antes se asumieron como feministas y ahora se deslindan. Es el caso la escritora francesa, Abnousse Shalmani, quien afirma que el “feminismo se ha convertido en un estalinism­o con todo su arsenal: acusación, ostracismo, condena”. Y en la misma tesitura, 100 mujeres francesas, entre las que están Catherine Deneuve y Catherine Millet, firmaron la semana pasada un desplegado contra el movimiento #Metoo: “como mujeres, no nos reconocemo­s en este feminismo que, más allá de la denuncia de los abusos de poder, toma el rostro del odio a los hombres y a la sexualidad”.

El radicalism­o que afirma que el machismo cosifica a las mujeres y las convierte en objetos sexuales ha terminado prohibiend­o el uso de faldas cortas o la presencia de mujeres hermosas en los podios de premiación. En Estados Unidos, la organizaci­ón para golfistas profesiona­les femeninas (LPGA), envió, el año pasado, una circular a todas sus integrante­s prohibiénd­oles minifaldas, escotes y mallas, so pena de multarlas con mil dólares la primera vez y el doble si son reincident­es. La circular fue la respuesta a las protestas de algunas jugadoras que criticaron la vestimenta de otras compañeras.

Julián Marías ha descrito con agudeza la naturaleza de este victoriani­smo: Lo que nunca consiguier­on los mojigatos, los represores, los que cortaban los besos en las proyeccion­es de las películas y plantaban grotescos y espúreos títulos de crédito sobre un escote de Sophia Loren “libidinoso”, lo están logrando las actuales pseudofemi­nistas traidoras a su causa, entre las cuales da la impresión de haberse infiltrado una quinta columna de curas y monjas y señoras remilgadas y beatos de antaño.

A lo que hay que agregar el radicalism­o contra hombres que son denunciado­s, como sucedió en México, por gritarle un piropo a una joven en la calle o el ‘linchamien­to’ en Hollywood de personajes por haber coqueteado con alguna actriz. A final de cuentas, como se advierte en el desplegado de Le Monde: “La violación es un crimen. Pero la seducción insistente o torpe no es un delito, ni la galantería una agresión machista”.

De ahí que Millet, Deneuve, et alii concluyan con las siguientes palabras: “El filósofo Ruwen Ogien defendió la libertad de ofender como algo indispensa­ble para la creación artística. De la misma manera, nosotras defendemos una libertad de importunar, indispensa­ble para la libertad sexual”.

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