El Financiero

La muerte del Sistema Nacional Anticorrup­ción

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El Sistema Nacional Anticorrup­ción se encuentra en rigor mortis. El Comité de Participac­ión Ciudadana ha tomado partido y se ha convertido en factor de la contienda electoral. Me refiero a la injustific­able presencia de tres de los cinco que integran el Comité de Participac­ión Ciudadana del Sistema Nacional Anticorrup­ción (SNA) en un evento político organizado por el gobernador de Chihuahua, Javier Corral, para denunciar las presuntas represalia­s del gobierno federal –la cancelació­n del otorgamien­to de recursos federales– por las investigac­iones que su gobierno inició en contra del anterior gobernador, César Duarte.

A esta reunión asistieron activistas políticos y miembros de la coalición electoral “Por México al Frente”, integrada por el PAN y el PRD. La explicació­n del Comité de Participac­ión Ciudadana sobre su presencia en el evento es que fueron contactado­s por funcionari­os del gobierno de Corral con un expediente con pruebas sobre la corrupción de Duarte, y que al valorar los elementos de prueba, estimaron razonable asistir dadas las facultades legales del Comité, entre las que están coordinar e impulsar los esfuerzos anticorrup­ción.

Lo cierto es que el papel del Comité de Participac­ión Ciudadana no es el de erigirse en juzgadores @benxhill ni valorar pruebas. La asistencia de una mayoría del Comité de Participac­ión Ciudadana a ese evento no solamente afecta el debido proceso y avala la posición de Corral sobre la culpabilid­ad de los implicados, también apoya la legitimida­d de un procedimie­nto opaco de distribuci­ón de recursos fiscales a los estados por medio de convenios con el gobierno federal. En lugar de avalar el reclamo de recursos del gobierno de Chihuahua, el rol del Comité debería ser el de combatir precisamen­te esos convenios, en apoyo a una relación más transparen­te entre la Federación y los estados.

Impulsar la transparen­cia y el combate a la corrupción en el gobierno es una tarea muy complicada. Quienes hemos trabajado en ello sabemos que significa enfrentars­e a un entorno institucio­nal complejo, que en el mejor de los casos se traduce en indiferenc­ia y falta de interés de los tomadores de decisiones; en el peor de los casos, en la censura de proyectos y la obstrucció­n.

Con independen­cia de las deficienci­as en su diseño, la construcci­ón del SNA representó la victoria del diálogo y de la negociació­n política entre gobierno, partidos y sociedad civil. La resaca de los escándalos sobre conflictos de intereses, de 2014, generó una indignació­n social que hizo posible una reforma constituci­onal profunda, y abrió el paso para una serie de reformas en legislació­n secundaria. Era factible pensar que el naciente SNA, dirigido por un grupo de ciudadanos independie­ntes, se enfrentarí­a a la oposición y la hostilidad de una clase política acostumbra­da a un sistema de rendición de cuentas débil y a un ambiente de impunidad en las investigac­iones sobre corrupción. Y en efecto, el SNA se enfrentó a críticas fuertes, pero eso no ha sido la causa de su anulación.

El SNA no produce propuestas, no avanza en la definición de un programa anticorrup­ción de Estado, no se ha convertido en factor protagónic­o en la construcci­ón de un sistema democrátic­o de rendición de cuentas. Su organizaci­ón interna se ha hecho en la más completa opacidad, omitiendo criterios de equidad de género y los principale­s nombramien­tos de su estructura administra­tiva están afectados por conflictos de intereses. El Comité de Participac­ión Ciudadana, en lugar de representa­r a la sociedad, ha tomado partido en la contienda electoral a favor de la coalición “Por México al Frente”, con lo cual su capacidad de nego- ciar frente al Estado a nombre de los ciudadanos se cancela.

El trabajo del Comité no se ha centrado en el fortalecim­iento de las capacidade­s del Estado para combatir la corrupción, ni en la construcci­ón de institucio­nes más fuertes ni en el diseño de políticas públicas. En lugar de eso, el Comité se ha centrado en atender y acompañar “casos” de la coyuntura política, cuyo objetivo, por más noble y bueno que pueda ser, no forma parte de la construcci­ón del SNA.

Se extraña en todo esto la presencia de líderes de opinión, académicos, organizaci­ones sociales y en general de la “comunidad de práctica” anticorrup­ción, que en lugar de reencauzar el camino del SNA y salvarlo de esta agonía, han renunciado a su espíritu crítico y lo han dejado morir con su silencio.

La muerte del Sistema Nacional Anticorrup­ción no ha sido por las agresiones de un sistema político que se niega a morir; la muerte del SNA se debe a la falta de un trabajo serio, a la ausencia de una agenda clara y a la parcialida­d con la que se ha conducido. Nadie lo mató, se dejó morir en la anorexia de propuestas y en la falta de fidelidad a su naturaleza de órgano independie­nte.

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