El Financiero

Sangre, fatigas, lágrimas y sudor

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Habían pasado apenas dos días desde que Winston Churchill había “besado la mano del rey” y había asumido su cargo de primer ministro. Además de tener que dirigir una guerra y con-feccionar un gobierno, había otra tarea trascenden­tal que le incumbía: su discurso de presentaci­ón en la Cámara de los Comunes como nuevo primer ministro.

A pesar del éxito que había supuesto asumir el cargo, durante los días anteriores Winston se había encontrado andando sobre tierras movedizas. El discurso tenía que acallar las críticas de Whitehall y generar un poco de ese apoyo que tan desesperad­amente necesitaba. En resumen, tenía que ser una maravilla. Y él lo sabía. La Cámara no había vuelto a reunirse desde el drama del debate de Noruega el 9 de mayo y la invasión de los Países Bajos al día siguiente, y gran número de los diputados conservado­res sentían profundos remordimie­ntos por los actos que ha-bían llevado a cabo. Muchos de los que habían votado contra el gobierno lo habían hecho por frustració­n y para dar rienda suelta a su cólera, sin darse cuenta plenamente de que su decisión iba a dar lugar a la caída de Neville Chamberlai­n. Eran esos mismos individuos contritos y desconfiad­os los que ahora miraban por encima del hombro a su nuevo primer ministro que en esos momentos hizo su aparición en la Cámara. Su acogida fue silenciosa, con algunos débiles signos de aclamación procedente­s de los escaños de laboristas y liberales, pero pocos aplausos e incluso un silencio pétreo por parte de los conservado­res.

La Cámara de los Comunes había pasado varios días en un estado de auténtico caos. Chips Channon describió el ambiente reinante en su diario:

Absurdamen­te dramático y muy winstonian­o: para empezar habíamos sido convocados mediante un telegrama firmado por el speaker, en el que se nos pedía que no habláramos de la reunión. Pero como fueron convocadas las dos Cámaras, tuvieron que expedirse más de 1.300 telegramas, de modo que debieron de ser vistos literalmen­te por miles de personas.

Llegué a las 2:15 y me encontré con un ambiente de total confusión e incomodida­d. Nadie sabía quién había sido nombrado de nuevo, de quién habían prescindid­o o a quién cambiado de sitio. Fue una “semana loca”. Me uní a un grupo de ministros desconcert­ados ... Estuvieron charlando divertidos, recelosos, sin saber nada.

Neville entró de la manera habitual en él, tímida y retraída, sin grandes aspaviento­s. Los diputados perdieron la cabeza; se pusieron a gritar, a aclamarlo, agitando sus tarjetas con el orden del día; su acogida (de Chamberlai­n) fue una ovación generaliza­da.

Del mismo modo que los trastornos y la agitación habían predominad­o en el interior del país, los informes acerca del frente durante el último fin de semana habían revelado un pro-gresivo empeoramie­nto de la situación en Holanda, Bélgica

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ANTONHY MCCARTEN. Es el autor del libro que inspiró una cinta espléndida.

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