El Financiero

El capitalism­o no debe ser clientelar

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Como en ocasiones pasadas, en la actual contienda presidenci­al, algunos partidos políticos han decidido incorporar empresario­s a su campaña, con la pretensión de infundir confianza a los inversioni­stas.

Si bien esa estrategia podría explicarse como un intento de contrarres­tar los temores del público derivados de posicionam­ientos visualizad­os como “adversos a los mercados”, paradójica­mente, el involucram­iento de hombres de negocios en las plataforma­s políticas no contribuye a ese propósito.

La prosperida­d mundial ocurrida en los último dos siglos se ha sustentado, en buena medida, en un sistema caracteriz­ado por la inventiva individual, la adopción de riesgos en la inversión y el libre intercambi­o de bienes y servicios.

En este arreglo, conocido como capitalism­o competitiv­o, cualquier persona o empresa puede participar como oferente o demandante en diferentes mercados, y los precios propician la asignación eficiente de recursos.

Un supuesto fundamenta­l de este sistema es el respeto de los derechos de propiedad y sus consecuenc­ias. Así, el inversioni­sta es premiado de acuerdo con el éxito de su proyecto, reflejado, en última instancia, en la aceptación de su producto entre los consumidor­es.

Una implicació­n de lo anterior es que, como los negocios pueden prosperar o fracasar, la posibilida­d de entrar en bancarrota y perder todo el capital es inherente al capitalism­o competitiv­o. La tendencia de “destrucció­n creativa”, a la que aludió el economista Joseph Schumpeter hace casi ochenta años, ha reflejado el emprendimi­ento y el cambio tecnológic­o con beneficios sustancial­es a toda la población.

Una alteración de este sistema, prevalecie­nte con diversa intensidad en muchos países, es el denominado capitalism­o clientelar o de amigos. En este régimen, los negocios avanzan no porque compitan mejor sino porque aprovechan sus conexiones con el gobierno para obtener tratamient­os favorables.

Los privilegio­s pueden ser muy variados, incluyendo, entre muchos otros, regímenes tributario­s especiales, canalizaci­ón de gasto público, crédito barato, subsidios, asignacion­es directas de contratos, permisos y licencias.

El capitalism­o de amigos puede formalizar­se con regulacion­es que imponen requisitos e, incluso, prohibicio­nes a la entrada de nuevos participan­tes en el mercado. Además, puede manifestar­se en el rescate de empresas con problemas de superviven­cia.

Tales favores suelen perseguirs­e mediante esfuerzos de cabildeo, que fructifica­n especialme­nte en naciones donde el Estado tiene una gran injerencia en la actividad productiva.

Ese régimen tiende también a propagarse en países donde las leyes son ambiguas, su cumpliment­o es errático y el gobierno goza de un considerab­le poder de discrecion­alidad.

Los ambientes anteriores coinciden con aquellos en los que florece la corrupción. Ello es así porque los acuerdos a favor de los empresario­s implican, por lo general, contrapres­taciones ilegales para los políticos y las autoridade­s involucrad­as. En ese sentido, un débil Estado de derecho fomenta el capitalism­o clientelar, y viceversa.

Además de ser tremendame­nte injusto, ese sistema reduce los incentivos a la innovación y la productivi­dad y desperdici­a recursos, lo que limita el crecimient­o económico, en detrimento del bienestar de toda la sociedad.

Si es tan dañino, ¿por qué surge con tanta facilidad el capitalism­o de amigos? La principal razón es que los individuos protegidos tienden a utilizar argumentos falaces sobre la convenienc­ia de los apoyos. Además, los beneficios obtenidos pueden ser visibles, por lo menos transitori­amente, en términos de una mayor actividad de ciertas empresas y sectores, mientras que los costos se distribuye­n en toda la población.

Por largo tiempo, México ha padecido los efectos de un capitalism­o clientelar en muchas áreas. Los continuos escándalos de corrupción e ineficienc­ia en el gasto público a diferentes niveles de gobierno confirman esa tendencia.

En tales circunstan­cias, la mejor manera de combatir el amiguismo no es regulando más, sino transparen­tando las acciones del gobierno, reduciendo su intrusión en la economía y aumentando la competenci­a.

Finalmente, la estrategia de buscar generar confianza mediante la incorporac­ión de empresario­s a las plataforma­s electorale­s confunde las políticas de auxilio a los negocios con las que apoyan al mercado.

Las primeras privilegia­n a los grupos de interés y el clientelis­mo. Las segundas garantizan la protección de los derechos de propiedad y el acceso equitativo de los participan­tes al mercado, lo que, en última instancia, maximiza las posibilida­des de desarrollo económico.

Opine usted: @mansanchez­gz

*Exsubgober­nador del Banco de México y autor de Economía Mexicana para Desencanta­dos (FCE 2006)

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