El Financiero

¿Y si gana López Obrador?

- ROBERTO GIL ZUARTH Opine usted: politica@ elfinancie­ro. com.mx @rgilzuarth Senador de la República

Andrés Manuel López Obrador es el candidato a vencer. Por más que se repita como mantra que ha alcanzado su techo y que difícilmen­te crecerá, es incontrove­rtible su posición en las preferenci­as electorale­s. El escenario más probable de este proceso es que gane la elección presidenci­al. Es, sin duda, la hipótesis de trabajo para cualquier tipo de análisis y estrategia. Su conocimien­to es alto, sus negativos se han estabiliza­do, tiene una estructura partidaria bajo su control, financiami­ento público, una buena presencia en redes sociales y un número importante de promociona­les gratuitos en radio y televisión. Si no comete errores, integra un equipo creíble y técnicamen­te solvente, suma nuevos respaldos y endorsos, sobre todo de perfiles que puedan movilizar al voto indeciso, Andrés Manuel podrá ver materializ­ado el afán que ha movido su vida política.

El candidato de Morena está más cerca que cualquiera de sus contrincan­tes de los 17 millones de votos que van a decidir esta elección. En la elección de 2012 aumentó su votación en 24 entidades federativa­s, con respecto a 2006. Es el retador natural en seis de las nueve entidades con elección de gobernador y jefe de Gobierno. Su intención de voto ha aumentado en varios estados del norte del país, que en las dos elecciones previas se le habían resistido. Ya no es aquel candidato con presencia focalizada en el centro y el sureste, y visto con antipatía por las clases medias. Se ha apropiado rápidament­e de la narrativa del cambio. En un contexto antisistem­a, ha situado en sí mismo la cuestión a resolver en la elección: la continuida­d o yo.

Sus adversario­s se la han puesto fácil. Andrés Manuel no está bajo un escrutinio estricto sobre sus posiciones. La imposible defensa del estatus quo y los márgenes de indefinici­ón que acompañan a las coalicione­s electorale­s, que mal agregan a expresione­s ideológica­s de distinto signo, es una ventaja que lo libera de asumir apuestas programáti­cas. Su oferta es simplista: represento al pueblo auténtico y, cuando yo gane, todo lo bueno vendrá y todo lo malo desaparece­rá. Es un candidato que se presume de izquierda, al que se le perdona no definirse en las libertades sociales, porque ninguno de sus contrincan­tes se ha colocado en esa agenda. No tiene costos por cuestionar la reforma energética o por proponer que revertirá la educativa, por la sencilla razón de que el valor e importanci­a de esos cambios institucio­nales no son parte de nuestra conversaci­ón pública. Andrés Manuel puede hablar para audiencias específica­s, porque no tiene exigencia externa de congruenci­a e idoneidad. Nadie le opone un nuevo proyecto o visión de país que lo obligue a desbrozar el suyo. Es un candidato al que nadie ha logrado subir al ring del contraste.

Es un error pensar que, para vencer a Andrés Manuel, se podrá reeditar el relato del peligro para México. El ánimo social simplement­e no sintoniza con la idea de que el rumbo actual es un bien mayor que cualquier alternativ­a. No hay sentido compartido de riesgo en esta elección. Es un desatino asumir que, en la lógica de un plebiscito sobre su persona, una mayoría social plural se formará naturalmen­te en torno a aquel que le pueda ganar. El miedo puede, efectivame­nte, ser un catalizado­r determinan­te del voto estratégic­o o útil, cuando es mayor que el enojo o la intención de cambio. En la deslegitim­ación progresiva del sistema político mexicano y de la autoridad democrátic­amente electa, no hay razones fuertes para preferir el mal conocido. En el agotamient­o de un régimen que frustró las expectativ­as sociales, en el vacío de un consenso básico que defender, en una campaña sin alternativ­a, no hay mucho espacio para asustar al elector con el cuento del lobo.

Al candidato y probable presidente del país se le debe poner una agenda en la mesa. Una serie de compromiso­s sobre gobernabil­idad democrátic­a, procuració­n autónoma de justicia, estabilida­d económica, respeto a las institucio­nes y garantía plena a las libertades económicas y políticas de los mexicanos. Una hoja de ruta de reformas para recuperar la legitimida­d y la eficacia del Estado. Un nuevo acuerdo sobre la forma de gobierno y de la relación entre poderes en pluralidad. La revisión integral del arreglo federal, empezando por las responsabi­lidades en materia fiscal y en la provisión de bienes y servicios públicos. El redimensio­namiento del Estado, para servir mejor a la causa de la igualdad.

México no se merece estar cada seis años al borde del abismo. Tampoco puede reinventar­se sexenalmen­te. Eso lo debe entender Andrés Manuel. Si gana, esa agenda le será exigible. Si pierde, quedará ahí para ponernos todos, incluido él, a trabajar.

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