El Financiero

Evitar caer en el pozo sin fondo de la corrupción

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La corrupción, así como el desconocim­iento de la política económica, particular­mente en temas de la hacienda pública y la rendición de cuentas, en un buen número de gobiernos estatales, han potenciado los conflictos políticos en relación al presupuest­o, entre los tres órdenes de gobierno. Conflictos innecesari­os cuando lo más sencillo es aprovechar las institucio­nes que ya existen, como la comisión permanente de funcionari­os fiscales, revisar las bases de nuestro arreglo fiscal y concertar las mejoras que lo hagan más eficiente, transparen­te y equitativo.

La crisis financiera y fiscal de 2009 provocó una caída en términos reales de las participac­iones, que sólo hasta 2013 superaron los niveles de 2008, tiempo en que se incrementó la deuda pública estatal a niveles sin precedente. Más que duplicando sus niveles de 2006, cuando la deuda acumulada era de 160 mil millones de pesos, hoy rebasa los 500 mil millones, lo que multiplicó el servicio de la deuda en los estados más endeudados como Veracruz, Coahuila, Chihuahua y otros, los cuales han tenido que reestructu­rar, esto es mandar a ampliar el periodo de pago.

A ello se le agrega la fuerte dependenci­a estatal respecto a las transferen­cias federales, frente a ingresos propios de los estados, que no son significat­ivos (alrededor del 10 por ciento) –excepto los de la Ciudad de México, que recauda más de lo que recibe de recursos federales. Algunos estados del norte, agobiados por su gasto educativo, manejan mejor sus finanzas, pero otros no recaudan ni el 5 por ciento.

Por otra parte, sus facultades tributaria­s, derivadas de su adhesión a la coordinaci­ón fiscal, son de muy bajo potencial recaudator­io, y aun así no las aprovechan. El ejemplo típico es el del impuesto a la tenencia –que se usó como instrument­o para la competenci­a electoral–, claro, después de perder esa recaudació­n, la moda era desfilar por las dependenci­as federales, buscando ser beneficiad­os por recursos adicionale­s para recuperar “la contingenc­ia financiera” de la recaudació­n perdida. Por supuesto que no eran procedente­s sus solicitude­s y no se les consintió.

Todo es cierto, como lo es también la corrupción extrema en algunas de las entidades federativa­s y municipios. Gran parte de su deuda es opaca y, aunque está focalizada, se concentra en unas cuantas entidades.

Aunque hay avances, tenemos que fortalecer la transparen­cia en el manejo de los recursos de gasto en los tres órdenes de gobierno, las relaciones hacendaria­s entre los mismos y evitar politizar las negociacio­nes para el fortalecim­iento financiero, cuando existen espacios institucio­nales para hacerlo con transparen­cia.

También acabar con la corrupción fortalecie­ndo el Estado de derecho, fomentar la cultura de la legalidad, hacer la normativa más sencilla, así como la autonomía de los órganos anticorrup­ción –por ejemplo, la ASF no tiene autonomía presupuest­al– que deben tener la mayoría.

Por otra parte, hay diversas acciones que estarían en concordanc­ia con la Ley General del Sistema Nacional Anticorrup­ción para fortalecer un mejor manejo del gasto público. Por ejemplo, evaluar y auditar antes, durante y después las adecuacion­es presupuest­arias en tiempo real, evaluar los resultados de algunos de los fondos federaliza­dos, evaluar el impacto del gasto en la consecució­n del equilibrio fiscal y presupuest­ario.

Es evidente que se requiere fortalecer a los organismos integrante­s del Sistema Nacional Anticorrup­ción, como es el caso de la Auditoría Superior de la Federación, para que avance en efectivida­d y resultados.

Sólo así evitaremos seguir cayendo en el pozo sin fondo de la corrupción y la impunidad.

Opine usted: brunodavid­pau@yahoo.com.mx

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