OTROS ÁNGULOS
Recientemente Rex Tillerson inició una gira por Latino América y nos dio el gusto de comenzar aquí, en nuestro país; después fue a Colombia, Jamaica, Perú y Argentina. ¿Quién es ese señor que fue recibido por el Presidente; acaso un Premio Nobel en física o el descubridor de una medicina que lo mismo cura el cáncer que la hipoglucemia? No, hasta hace poco era el director ejecutivo de la 5ª empresa norteamericana, la Exxon Mobil Corporation, conocido por su capacidad negociadora y factor definitivo con los jeques, de donde se extrae más de la mitad del petróleo del mundo, y además amigo personal del presidente ruso Vladimir Putin. Con esas galas, ese individuo tuvo la cercanía y la suerte de ser nombrado por su eminencia Donald Trump como secretario de Estado. Llega a ocupar el que quizás sea el puesto más importante del gabinete y donde han reinado personajes tan distinguidos como peligrosos, entre los que vale mencionar a Dean Acheson, John Foster Dulles, William Rogers, Henry Kissinger, Cyrus Vance, Madeleine Albright, Dean Rusk, el general Alexander Haig, Colin Powell o Condoleezza Rice.
Todos recorrieron el mundo llevando la esperanza o la amenaza, la mano tendida o el garrote, según fueran las necesidades económicas o políticas de los intereses yanquis.
Aquí a México, vino a decirnos que su jefe quiere “un hemisferio seguro, donde la posición de Venezuela no es la conveniente y para ello habrá que imponer más sanciones económicas… y eventualmente aplicar la posibilidad de acciones militares internas” (léase un putch o golpe de Estado). Don Rex, quien con insistencia y personalmente ha negado la injerencia de Rusia en la victoria electoral de su patrón, nos alertó sobre la seria posibilidad de que los rusos intervengan en las elecciones del 1 de julio. En algún otro momento, habló de China como un país caracterizado por sus injustas y abusivas prácticas económicas. Ambos tópicos curiosamente han sido los principios que, desde John Quincy Adams, pero atribuidos al presidente James Monroe, Estados Unidos nos ha aplicado durante casi dos siglos:
América para los americanos. Es decir, todo venga para acá.
Bien sabemos que los intereses norteamericanos han hecho que bailemos al son que nos mandan, y sólo con el TLC hemos logrado equilibrar primero y tener ventajas más tarde en la balanza comercial. Por ello la molestia del jefe de Rex Tillerson, el cual parece olvidar que las intervenciones armadas con que nos han humillado se cuentan por doquier. Testimonios de esas agresiones los hemos visto en República Dominicana, Brasil, Colombia, El Salvador, Bolivia, Argentina, Panamá, Nicaragua, Cuba, Chile y hasta la pequeña Granada. Don Rex ha tenido en el pasado tanto trabajo para controlar el petróleo de Medio Oriente, que se olvida de lo hecho por ellos; y ese olvido lo lleva a condenar a Rusia y China, ya que son potencias “que venden armas a países que no respetan la democracia”.
Oportuno sería que el canciller mexicano don Luis Videgaray le recordara que el tráfico de armas proveniente de su país al nuestro alcanza anualmente la suma de 213 mil, según datos oficiales norteamericanos. Pero no fue así. Nombrado el 4 de enero de 2017 como secretario de Relaciones Exteriores –el mismo Videgaray se autodeclaró como un aprendiz–, en estas fechas, al recibir al secretario de Estado yanqui acompañado de la ministra de exteriores de Canadá, señora Chrystia Freeland, nos dijo que “la relación actual con Estados Unidos es más cercana y fluida que con la administración del presidente Barak Obama”. Linda frase que revela diversas lecturas: la primera es que gracias a él y sus buenas relaciones con el yerno de Trump y el haber invitado al entonces candidato republicano a México, todo se ha facilitado. La segunda es que la cortesía con quien nos insulta todos los días, es francamente excesiva, y la tercera es que por direccionalidad de la misma, eso castiga la imagen del expresidente afroamericano, lo cual debe halagar al extraordinario racismo del actual presidente yanqui.
Sí, de esa oscura, valiosa y muy torcida actividad de la diplomacia que se nutre de lo indescifrable, el señor Videgaray dejó de ser aprendiz y se ha convertido en todo un maestro.
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