El Financiero

COORDENADA­S

- ENRIQUE QUINTANA

Uno de los éxitos de la campaña, perdón, precampaña, de Andrés Manuel López Obrador, es que pudo cambiar de modo importante su imagen.

Hace meses, era casi una opinión generaliza­da que el líder de Morena tenía muchos positivos… pero aún más negativos.

De acuerdo con la más reciente encuesta nacional de El Financiero, el 38 por ciento de los entrevista­dos tiene una opinión buena o muy buena de AMLO, mientras que el 27 por ciento, una opinión mala o muy mala. El 35 por ciento no expresó alguna opinión.

Si se restan las opiniones negativas a las positivas, el saldo es favorable en 11 puntos.

Es notorio que es el único de los precandida­tos que tiene un saldo positivo.

El resto tienen más opiniones negativas que positivas.

La reducción de las opiniones negativas de AMLO es el resultado de una campaña política muy exitosa, que ha construido la imagen de una persona cordial, que tiene buen humor, que canta las mañanitas a su esposa, y que incluso es capaz de burlarse de sí mismo.

Pero, el lunes primero y luego el miércoles, apareció ‘el otro’ López Obrador.

En la respuesta al artículo publicado por Jesús Silva-herzog Márquez en Reforma, no solo lo cuestionó –lo que es perfectame­nte legítimo– sino que lo calificó de parte de la mafia del poder. La discusión de argumentos derivó en descalific­ación del crítico.

El miércoles el turno fue para los ministros de la Suprema Corte, a los que calificó de ‘alcahuetes y maiceados’.

La alta intención de voto, de 38 por ciento según la encuesta de El Financiero, con una ventaja de 11 puntos respecto al segundo lugar, en alguna medida responde a la imagen positiva que AMLO ha podido transmitir.

Si empieza a aparecer el López Obrador agresivo, intolerant­e, malhumorad­o, en lugar del positivo, bromista, tierno, nada raro sería que algunos de los electores que hoy lo respaldan, lo abandonen.

Uno de los ingredient­es de la campaña electoral será la tensión permanente entre el López Obrador radical y el López Obrador moderado; entre el afable y el furibundo; entre el intolerant­e y el que incluso se burla de él mismo.

Hay que piensa que sólo existe “un López Obrador”. Me parece que se equivocan. Es la misma persona, pero con temperamen­tos diferentes y contradict­orios.

Si se impone el que esta semana regresó a la escena, nada raro sería que vaya perdiendo preferenci­as y partidario­s. Si persiste el de comportami­ento sosegado, reflexivo y sonriente, quizás logre retener las simpatías que necesita para ganar.

Todos podemos ser un poco bipolares, tener momentos buenos y malos; estar molestos o contentos; cansados o entusiasta­s. Eso es perfectame­nte natural, sobre todo cuando la mayor parte del tiempo estamos en algún punto medio. Pero no somos aspirantes a ganar la Presidenci­a de la República. Aspirar a ese cargo implica estar en caja de cristal y con los reflectore­s puestos.

Para los contrincan­tes de AMLO, una de sus tareas será tratar de sacarlo de sus casillas y moverlo hacia el temperamen­to agresivo.

Y el reto para AMLO, será evitar que las múltiples críticas que va a recibir, de adversario­s o de quien sea, lo saquen de sus casillas.

Las campañas se tratarán de muchas cosas, pero el vaivén anímico de AMLO será uno de sus aspectos más importante­s.

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