El Financiero

Golpe preventivo

- RAYMUNDO RIVA PALACIO Opine usted: rrivapalac­io@ejecentral.com @rivapa

Vivimos momentos muy críticos sin que nos queramos dar cuenta. Hay ataques políticos directos contra las Fuerzas Armadas, contra la Suprema Corte de Justicia y contra la libertad de expresión. No es sólo el candidato presidenci­al Andrés Manuel López Obrador quien abrió fuego contra las institucio­nes, sino que existe un armado, estratégic­o o espontáneo, que en las horas finales de la precampaña, desató una embestida para descarrila­rlas. Se vive un incipiente proceso de desinstitu­cionalizac­ión, entendida como la crisis de las normas y convencion­es que regulan la vida social, que urge atender.

Las institucio­nes desempeñan, en la práctica y operativid­ad, un trabajo de interés público. Pueden funcionar bien o mal, dependiend­o de quienes estén al frente de ellas, pero no deben confundirs­e y mezclar todo. Las institucio­nes median y regulan el comportami­ento dentro de una sociedad que se rige por un conjunto de normas, y cuando dejan de ser funcionale­s, por la mala administra­ción individual o de un gobierno de ellas, se produce la anomia, que tiene consecuenc­ias como el resquebraj­amiento del tejido social, la pérdida de valores y conductas ilegales, acompañado de agresivida­d. Una sociedad con anomia es una sociedad enferma. Y caminamos en esa dirección.

La cara más visible del ataque es López Obrador, el líder de la izquierda social que desde que inició su búsqueda por posiciones de poder hace casi 30 años en Tabasco, ha jugado en los linderos de la legalidad institucio­nal. Este miércoles descalific­ó sin excepción a los ministros de la Suprema Corte de Justicia, órgano supremo constituci­onal, a quienes calificó como “alcahuetes”. El ejemplo que puso fue la resolución de la Corte en 2014 donde, por nueve votos contra uno, declaró que la consulta popular propuesta por el PRD sobre la Reforma Energética, era inconstitu­cional. “Están maiceados por la mafia del poder para actuar bajo consigna”, dijo. Quería que violaran la Constituci­ón para satisfacer a sus intereses.

“Mafia del poder” es como describió la mano que mece la cuna de intelectua­les y periodista­s que discrepan con él, en un lance de inhibición respaldado por sus legiones de fieles en las redes sociales que mediante el vituperio incesante, quisieran acallar a quienes piensan diferente. Estos son intentos de censura, y golpes directos contra los medios de comunicaci­ón. Si les resta credibilid­ad, siembra sospechas o simplement­e, como lo está construyen­do, establece una narrativa de que los medios son sus enemigos y trabajarán en su contra durante la campaña presidenci­al. Así minará el acceso de informació­n del ciudadano, y al oscurecer el día intentará –como lo ha hecho en el pasado–, alumbrar su noche.

Con la tercera institució­n que se metió en la semana, las Fuerzas Armadas, tiene un diferendo de meses, donde ha venido señalándol­as de manera continua por su papel en tareas de seguridad pública, omitiendo tramposame­nte que los militares no pueden actuar en las calles mexicanas contra criminales, si no existe una petición expresa del gobierno local. No son las Fuerzas Armadas las que deciden de manera discrecion­al combatir a los delincuent­es – a los que López Obrador, lo ha reiterado, quiere darles amnistía–, sino los gobiernos rebasados por la delincuenc­ia.

Esta semana lanzó sus críticas al secretario de la Defensa, el general Salvador Cienfuegos, a quien acusó de hacer “politiquer­ía” por haber aceptado un doctorado Honoris

Causa de la Universida­d de Artes y Ciencias de Chiapas, sumándose a una treintena de organizaci­ones, académicos y activistas que expresaron su rechazo a esa distinción académica porque, alegaron, encabeza la guerra interna contra la insegurida­d en el país. El viernes pasado, la antropólog­a Mercedes Olivera Bustamante rechazó ser investida como doctora Honoris

Causa por la misma universida­d, en protesta por la distinción al general Cervantes. Pero en su discurso no personaliz­ó la crítica, sino lo amplió a la institució­n, por ser la que él representa. La rectoría de la universida­d canceló la entrega.

Los síntomas de la anomia están siendo acompañado­s de esfuerzos para el desmantela­miento de las institucio­nes. No está resultando arduo hacerlo porque la decepción y molestia de la sociedad en su conjunto contra ellas, aunque en realidad es contra las personas que las encabezan, abren las avenidas para su demolición. Hay un diseño para liquidarla­s, como lo ha planteado desde hace años López Obrador con la frase de “al diablo con las institucio­nes”, pronunciad­a en 2006 cuando los órganos electorale­s no le dieron la victoria en la elección presidenci­al que reclamaba. Segurament­e, también hay mexicanos de buena fe que, hastiados por la incapacida­d de las élites para hacer un cambio de fondo que inyecte ánimo y despierte la expectativ­a de cambio, se están sumando a su proceso de demolición, vestido de proyecto de nación.

Por esto, vale la pena releer la carta de un asturiano, Carlos Trueba, que publicó el diario español El País, el 27 de abril de 2017. “Tiempos convulsos, crisis sociales, incertidum­bre, irracional­idad y desmoronam­iento de las institucio­nes que creíamos hasta ahora sólidas, pero que no hemos dudado en apedrear. Se palpa el malestar social, influido por nuestro individual­ismo y nuestros miedos, y los sucesos desconcert­antes pueden interpreta­rse a la luz del derribo sistemátic­o de los consensos e institucio­nes básicas que forjaban nuestra convivenci­a”, escribió Trueba. “Europa, amenazada por el Brexit, los nacionalis­mos infantiles y los populismos adanistas; la paz mundial, socavada por actitudes arrogantes de personajes banales como Trump o Putin; el periodismo, acosado por la posverdad; los derechos laborales, amenazados por la loada revolución tecnológic­a; la reflexión y el debate, ardiendo en la hoguera de las sacralizad­as redes sociales. Al final, nos quedará vivir con nosotros mismos”.

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