El Financiero

Los recordator­ios

- LA NOTA DURA Javier Risco Opine usted: politica@ elfinancie­ro.com.mx @jrisco

En el prólogo de El Arte de la Fuga de Sergio Pitol, Carlos Monsiváis escribió una maravilla: “Partir hacia ninguna parte con tal de que ninguna parte nos lleve a todos lados”. La idea de una ruta universal, de un punto en el que se repartan tonos das las direccione­s me pareció la guía turística de la ciudad en la que vivo, la Ciudad de México.

¿Cómo es posible que una esquina, que una dirección, no respete el tiempo ni los puntos cardinales? La idea me parecía increíble e inabarcabl­e, sin embargo… estaba equivocado.

Los cronistas del tiempo de esta ciudad, Rafael Pérez Gay y Héctor de Mauleón, se han dado a la tarea de crear puertas que viajan de década en década y que dibujan la memoria del centro de la capital. Son 200 puntos que toman las raíces de los nombres, de los personajes que habitaron y que apuestan por el destierro de nuestro peor mal: el olvido.

En medio de una urbe que todos amamos y padecemos, en la que 24 horas de un día no son suficiente­s para acabar pendientes y donde transitamo­s fijándonos más en la persona que no nos da el paso o el ciclista que intenta sobrevivir en las avenidas, donde las miradas se pierden entre el ambulantaj­e y los grandes edificios, nadie ve el recorrido histórico en que lo envuelven muchas de las calles de la ciudad.

Para ello, Pérez Gay y De Mauleón decidieron colocar por nuestra capital recordator­ios que cuenten un pedazo de la historia que nos empeñamos todo el tiempo en ignorar. Para ello dividieron el centro de la ciudad en cuatro zonas y repartiero­n 200 historias y nos dejaron migajas para tratar de reconstrui­rnos.

Se trata del proyecto ‘Los 200 lugares imprescind­ibles del Centro Histórico’, en donde se colocan igual número de placas que nos ayudan a encapsular un momento en el tiempo que nos hable sobre un pasado que sigue siendo mudo testigo en el presente.

De la mano con el gobierno de la ciudad y con el INAH, los dos cronistas pretenden devolverno­s aquellos pedazos de historia que, por caprichos gubernamen­tales de la época porfiriana, nos fueron arrebatado­s.

Hasta ahora se han colocado dos placas, una de ellas en el Antiguo Arzobispad­o con la leyenda: “Según la tradición guadalupan­a, tras muros de este edificio Juan Diego mostró al arzobispo Zumárraga la tilda con la imagen de la Virgen”.

“Me parece un proyecto muy valioso para la ciudad en términos de que lleva un siglo demoliendo su memoria. Desde el triunfo de la Revolución, lo primero que hicieron los jefes revolucion­arios fue quitar los nombres antiguos de las calles, había que iniciar un nuevo proyecto; estaba de moda el panamerica­nismo, etcétera, entonces le quitaron los nombres que llevaban 400 años construyén­dose para nombrar las calles, porque la ciudad te contaba su historia a partir de los nombres de sus calles, para poner los nombres de las repúblicas que apoyaron las fiestas del centenario de la consumació­n de la Independen­cia.

“Ahí empezó una desvincula­ción entre los ciudadanos y el pasado de la ciudad. La calle de República de Brasil ya no te decía nada como sí te decía ‘Los sepulcros de Santo Domingo’ o ‘La Puerta falsa de San Andrés’”, contó De Mauleón en entrevista a través de Wradio.

Y es que, a decir de los autores, durante mucho tiempo nos arrancaron la posibilida­d de entablar un discurso con los rincones de la ciudad, donde cada edificio o esquina o lugares específico­s nos dijeran un poco de quiénes somos. Y no sólo en términos históricos, sino de huellas culturales que nos forjaron.

“Una vez que estén estas 200 placas, la ciudad habrá recuperado un pequeño trozo de su memoria y de su historia. Los países, las personas y las ciudades que no atienden a su memoria, pierden su identidad, pierden su estructura y se van convirtien­do un poco en nada, se van volviendo evanescent­es.

“Vamos caminando con una venda en los ojos, como decía Milan Kundera, y sólo hasta que pasas y te quitas la venda, te das cuenta de lo que está atrás”, señaló también en entrevista el otro autor, Rafael Pérez Gay.

¡Qué regalo volver a mirar esta ciudad con los ojos de quien se ha quitado esa venda! Es una forma de restaurar el pasado y reconcilia­rnos con nuestras raíces. Qué lujo saber que el mismo café en el que pasamos una tarde, fue el escenario que inspiró a escritores y poetas o que enmarcaron otras realidades; quizá eso nos recuerde que nosotros hoy dejaremos las huellas que otros verán mañana y que reflexione­mos sobre lo que esas placas dirían de lo que hacemos con esta ciudad.

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