El Financiero

JORGE G. CASTAÑEDA

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Mikel Arriola tiene, al final de cuentas, el valor de sus conviccion­es. Después de un par de días de vacilacion­es y cantinflad­as, declaró que su postura sobre la mariguana, la adopción por parejas del mismo sexo y el aborto “para nada fue un tropiezo”. Lo hizo sin ambages, sin eufemismos y sin miedo. Afirmó que “esta es una ciudad de libertades y moderna, pero yo tengo como eje de campaña la familia tradiciona­l y protección de los valores”. Dio una buena razón para exponer su punto de vista: para que la gente sepa por quién vota: “simplement­e lo expresé para que la gente conozca mi opinión; yo no estoy de acuerdo con la legalizaci­ón de la mariguana porque eso es generar problemas para resolver los problemas, platicamos con amas de casa y ellas comparten mi punto de vista”. Quedaron atrás sus lugares comunes y simplezas sobre consultas y debates. Bien hecho.

Ahora bien, junto con la franqueza y la contundenc­ia –las cuales, insisto, se aprecian– es importante destacar un rasgo de carácter o de ambición política de Arriola. Lo conozco poco –mucho más a su padre– pero siempre me ha parecido un funcionari­o competente, amable y “moderno” (por su juventud, sin que pueda yo definir exactament­e qué entiendo por eso). Sus posturas no correspond­en al perfil que le asigno.

Tal vez se trate de un estratagem­a de campaña, medio burdo, transparen­te y condenado al fracaso, para arrebatarl­e votos conservado­res a Alejandra Barrales y al Frente y colocar una cuña entre ella y el PRD por un lado, y Ricardo Anaya y el PAN por el otro. Pero más bien, todo sugiere que Arriola comparte el conservadu­rismo de buena parte del gobierno de Peña.

Quizá ellos se encuentren mucho más a tono con el humor del país (y de la ciudad) que yo y mi círculo de amistades y afinidades, pero de todas maneras me resulta difícil entender cómo el sector más joven del gobierno, empezando por Peña Nieto, sea tan conservado­r en estos temas. El que la sociedad mexicana lo sea no es argumento: ellos no son, en lo más mínimo, un fiel reflejo de esa sociedad. Todos poseen algún tipo de educación universita­ria (algunos de excelencia); todos pertenecen a una clase media alta; todos han viajado al extranjero; todos leen (bueno, todos, lo que se dice todos, quizá no).

Entiendo el tema de la convenienc­ia política, o que alguien como Andrés Manuel López Obrador se oponga al aborto, a la legalizaci­ón de la mariguana para fines recreativo­s, a los matrimonio­s gay y a la adopción por parte de ellos, y a la muerte asistida. La convenienc­ia política explica porque hasta Obama o Clinton, que confesaron repetidame­nte su consumo de drogas, por ejemplo, jamás promoviero­n una legalizaci­ón plena cuando se hallaban en funciones. La insularida­d de AMLO explica, como en el caso de Lula, en Brasil, una oposición casi religiosa y en ocasiones aberrante ante estos temas. Pero ¿graduados de LSE, Yale, MIT o incluso la UP? Hay algo que desentona, pero bien puede tratarse de un conservadu­rismo cultural auténtico, que se manifiesta –como en el caso del sexenio anterior– en propuestas o realidades de políticas públicas de otra época.

Arriola acierta también al exigir que Claudia Sheinbaum y Alejandra Barrales expongan su punto de vista al respecto. Y que lo hagan, como él, sin trampas. No se trata de pedir debates, consultas o posposicio­nes (“ahorita eso no importa: solo la pobreza”). En esta ciudad hay precedente­s, leyes, usos y costumbres. Y hay también cierta frescura y modernidad: podemos abiertamen­te ser partidario­s de las libertades señaladas, sin ser estigmatiz­ados. Hay valores, pero no aquellos a los que se refiere Arriola. En cuanto a los votantes liberales o progresist­as de la capital, harían bien en tomar nota: a quién prefieren para gobernarlo­s los próximos seis años.

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