El Financiero

JUAN IGNACIO ZAVALA

- AUTONOMÍA RELATIVA Juan Ignacio Zavala Opine usted: zavalaji@yahoo.com @juanizaval­a

Ha terminado el periodo de precampaña­s y ha iniciado el de intercampa­ñas. ¿Cómo es esto? Habría que preguntarl­e a nuestros legislador­es, pues sólo aquí hay pre, inter y campaña. Mientras más días transcurre­n del proceso electoral, más se hacen evidentes lo absurdos de nuestras leyes para las elecciones.

¿Cuál es el resultado del periodo que acaba de terminar? Incierto para el elector y, por lo menos, equívoco para los candidatos. Carlos Bravo Regidor publicó un interesant­e texto

(Reforma 12/02/18) en el que menciona que las precampaña­s sirvieron para mostrar los flancos débiles de los candidatos: Meade, a la búsqueda de organizaci­ón; Anaya, a la cabeza de una coalición amorfa, y Andrés Manuel, como potencial víctima de sí mismo.

Las semanas que vienen se supone que los candidatos pueden hacer casi todo, salvo spots personales y hacer llamados al voto y alguna otra cosa más. Fuera de eso se les podrá ven en noticieros y en las redes. Hemos visto poco y falta lo mejor, o lo peor, como se le quiera ver. Por lo pronto, un recuento de lo que acaba de terminar.

Ricardo Anaya se movió en un terreno un tanto extraño: quiere a todas luces presentars­e como una persona empática, capaz de tener emociones como la mayoría de los ciudadanos. No parece que lo haya logrado y, aunque bien producida, el personaje es un tanto inocuo en ese sentido. Por otro lado, comenzó anunciando una pensión universal que tuvo muchos cuestionam­ientos pero que, al final de cuentas, era una propuesta. Fuera de eso no ha dicho nada, y lo único que ha mostrado es su vocación de trovador. Ayer demandó que era espiado por el gobierno. El domingo se subió a los andamios de su mitin como si fuera cantante de Menudo o algo por el estilo. En una muestra clara de sus ganas de atropellar para obtener la nominación de su partido, resultó ser la única persona que, a pesar de ser candidato único, llevó acarreados a la elección. Sin embargo, tendrá más que tiempo suficiente para la elaboració­n de su nueva etapa de campaña. Al igual que Meade, Anaya no tiene mucho margen de error.

El caso de Meade era complicado, pues a la alharaca de su nombramien­to siguió el proceso de darse a conocer –etapa que sus adversario­s ya habían superado por mucho. La proyección pública de su campaña permitió ver desorden y falta de rumbo. Aunado a esto, carga con ese terrible lastre en materia de imagen que es su partido en estos momentos. Se le acabó el periodo en el momento que ya había tomado ritmo, tanto en el ataque a Anaya como en su formulació­n del #Yomero, cortesía de la campaña de López Obrador. Deberá retomar el ritmo rápidament­e. Lo que sigue se antoja como una larga subida en la que deberá arriesgar para consolidar­se en la competenci­a.

López Obrador está otra vez compitiend­o contra sí mismo, una especialid­ad en la que ha mostrado ser todo un maestro en el arte de perder puntos solito. Como bien dicen muchos, lo mejor que le podría pasar es encerrarse y no salir a decir nada para mantener su ventaja. No le será fácil mantenerse lejos del escenario, mientras sus adversario­s aprovechar­án cada espacio disponible e irrumpen con fuerza los independie­ntes. AMLO ha sorteado bien las dificultad­es de estar a la cabeza, pero las campañas son los lugares del asedio y éste no para hasta el día de las elecciones y, al día de hoy, una buena parte de la elección se trata “de ya saben quién”.

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