El Financiero

Le queda grande el país a los políticos

- enrique.quintana@elfinancie­ro.com.mx @E_Q_ Opine usted: Enrique Quintana

Una de las tragedias que tiene México es su ‘clase política’. No ha estado a la altura de sus retos y en esta coyuntura, pareciera que

el país le queda grande.

Pero, hay que hacer un poco de historia para entender la circunstan­cia actual. El sistema político mexicano se configuró de manera más clara durante la década de los 40 y 50 del siglo pasado. Estaba basado en un partido hegemónico –virtualmen­te único, refirió alguna vez Carlos Salinas– y en una burocracia que requería

ascender en el escalafón de ese partido para aspirar al poder.

El sistema económico mexicano, también se fundó en la relación de privilegio­s y convenienc­ia que estableció con los políticos la comunidad empresaria­l.

El partido hegemónico tenía tres pilares: el sector obrero, el campesino y el sector popular.

Por los cambios en la estructura económica y social del país, fue crecientem­ente el sector popular el que alimentó casi todos los altos mandos del gobierno.

En paralelo, dentro del gobierno, fueron surgiendo diversas tecnocraci­as. Una de las más importante­s e influyente­s, mas no la única, fue la asociada al Banco de México y a la Secretaría de Hacienda, desde los tiempos de Rodrigo Gómez y Antonio Ortiz Mena.

Esa tecnocraci­a creció en influencia en los 80 y sus más brillantes cuadros llegaron al poder, comenzando en el sexenio de Miguel de la Madrid.

Pero, toda la vieja estructura política, con los tradiciona­les sectores del PRI, siguió vigente y actuante.

La tecnocraci­a modernizad­ora percibió la necesidad de oxigenar el sistema político, lo que abrió posibilida­des a los partidos opositores tradiciona­les, como al PAN o las diversas fuerzas de izquierda, como el PCM o el PMT.

Desde hace 30 a 40 años, por lo mismo, las fuerzas que constituye­n la clase política cambiaron.

La división del PRI en 1988 condujo a que el PRD, el partido que agrupó a las izquierdas, tuviera una participac­ión predominan­te de ex priistas. El PAN también cambió. La llegada de nuevos personajes, provenient­es sobre todo del sector empresaria­l, cambió completame­nte la configurac­ión del partido de Manuel Gómez Morín.

Los triunfos electorale­s lo convirtier­on –como lo fue el PRI por décadas– en una plataforma para acceder al poder, lo que se consolidó con el triunfo de Fox en las elecciones presidenci­ales del año 2000.

El camino al poder tuvo varias opciones, pues la izquierda –principalm­ente a través de expriistas– también ganó gobiernos estatales y fue otra plataforma para ganar el poder real.

Morena, al constituir­se desde hace algunos años, se convierte en una fractura de la izquierda, pero con la peculiarid­ad de que el partido completo se explica básicament­e por su líder, López Obrador, y se configura en función de las opiniones de quien lo funda y lo encabeza.

Esa clase política, que en su mayor parte carece de solidez ideológica, y está sobrada de ambición, es la que domina, no sólo entre todas las fuerzas políticas formales, sino también entre muchos de los que se han declarado independie­ntes.

Hay ‘garbanzos de a libra’ por aquí y por allá, entre todos los partidos y movimiento­s, pero no se trata del común denominado­r, sino de la excepción.

Cuando se hace ese recuento, no sorprende que tengamos la impresión de que los retos del país le queden grandes a nuestros políticos.

¿O será que también nos quedan grandes a quienes hemos procreado esa clase política?

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