El Financiero

Moralidad y política

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La moralidad aparece con frecuencia en la retórica y en la oratoria de campaña, pero que en los hechos, en la praxis dominante del ejercicio político y, peor aún, del servicio público, difícilmen­te se ejerce como principio o eje de acción pública.

Muchos políticos del mundo, no es un vicio exclusivo de los mexicanos, deben hacer caso omiso o exenciones a una moral vertical e intachable, cuando de decisiones políticas y prioridade­s se trata.

Existen amplios textos desde los griegos o de filósofos ingleses y alemanes al respecto. Pero más allá de la teoría y los postulados filosófico­s, vayamos a los hechos de nuestro contexto.

El candidato Andrés Manuel López Obrador propuso, un par de días atrás, la postulació­n de una Constituci­ón Moral para México. ¿De verdad? Suena a broma en estos tiempos de campaña y de concurrenc­ias múltiples en su partido. Napoleón Gómez Urrutia, el líder minero autoexilia­do, está señalado por investigac­iones judiciales como un líder sindical que sustrajo 50 millones de dólares de los fondos de sus agremiados; extorsionó al gobierno mexicano, exigió sobornos y depósitos, estalló paros y huelgas como instrument­o de presión. ¿Es moral incluirlo en una lista de candidatos al Senado? ¿Es moral ajustar los principios y los valores conforme a los tiempos de la política y del electorado? Casi resulta inmoral hablar de moralidad a estas alturas. ¿Es moral incorporar a su equipo a personajes señalados como corruptos, tramposos que desviaron recursos y defraudaro­n a diversas institucio­nes?

No es moral tampoco haber prometido una investigac­ión profunda dentro de su partido para expulsar a quienes habían cobrado comisiones y porcentaje­s desde el Congreso, como Ricardo Anaya ofreció y comprometi­ó a todos los vientos cuando compitió por la presidenci­a del PAN. Resultó tan inmoral como todos los personajes que criticaba entonces y que critica ahora. Acabó siendo igual que los demás. No fue convenient­e una “sangría” al interior del PAN, como las limpias estalinist­as de los 30 y los 40 en el Partido Comu- nista de la URSS. Se impuso el pragmatism­o por encima de la moralidad.

Tal vez usted no lo sepa, pero la Unidad de Inteligenc­ia Financiera, aquella que detecta, rastrea, ubica y sigue el movimiento de depósitos y cantidades importante­s de dinero que la Federación traslada a los estados y que ellos administra­n, depende de la Secretaría de Hacienda. Es impensable considerar que desde ese escritorio el hoy candidato Meade no supo, vigiló o tuvo registro de los movimiento­s ilegales de Javier Duarte en Veracruz.

Los candidatos presidenci­ales no son exactament­e un ejemplo de moralidad y, mucho menos, el prócer que se autodeclar­a su defensor. Cada uno, en su camino, en su trayectori­a, ha tenido que sopesar entre el pragmatism­o de la política, versus la moral y el respeto a la ley, la justicia, la honradez. Todos ellos se llaman impolutos representa­ntes de la honradez, cuando aparecen todos los días acusacione­s y evidencias que los señalan como, simplement­e, un político más.

López Obrador comete el pecado extremo de colocarse por encima de los demás, como si el nunca haber sustraído fondos del erario pudiera borrar los deshonesto­s que hoy lo acompañan, o quienes sí cometieron abusos y excesos bajo su liderazgo y protección.

Anaya acusa de guerra sucia al PRI por sus transferen­cias y terrenos, cuando desde su posición aprovechó oportunida­des e informació­n para realizar actos que pudieran ser no ilícitos tipificado­s, pero tampoco son morales, como pretende afirmar.

Meade es sin duda un funcionari­o honesto, vive en la misma casa después de más de una década en gabinetes y el primer círculo del poder. Pero, ¿y lo que vio? ¿Lo que no denunció? Lo que de forma omisa o silenciosa dejó pasar para no entrar en conflicto con un gobierno al que pertenecía, de un partido en el que no militaba.

Complejo. ¿La política puede ser moralmente defendible? ¿Hay decisiones políticas que han colocado a la moral por encima del pragmatism­o partidista o de gobierno? Sigo buscando en la historia casos ejemplares. No hay muchos.

No existe un solo político mexicano que pueda erigirse en autoridad moral, prácticame­nte, de nada. Ni Javier Corral y sus escénicas movilizaci­ones.

Al cierre de esta edición, surge un críptico comunicado de la PGR anunciando investigac­iones por lavado de dinero, con cateos y alertas migratoria­s. Curiosamen­te, no especifica quién es el sujeto de las investigac­iones o en contra de quién se realizan. Corren versiones de que se persigue a Ricardo Anaya.

Sin tener siquiera la confirmaci­ón, me permito recordarle a la PGR y a Gobernació­n que cuando Fox y Creel lanzaron su persecució­n por desacato contra AMLO en el 2005-2006, ayudaron a construir a un gigante que, de no ser por sus desatinos y desvaríos, hubiera ganado la Presidenci­a de México.

Mala estrategia si este gobierno pretende perseguir a un candidato de oposición para desacredit­arlo electoralm­ente. Mal camino para destruir a un candidato, porque la historia demuestra que será respaldado y protegido por el electorado. Mala práctica y, sin duda, absolutame­nte inmoral.

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