El Financiero

Meteórico ascenso, estrepitos­a caída

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Si hay un político en el país que ha escalado posiciones político-administra­tivas en un periodo breve, es Ricardo Anaya, quien hasta hace 17 años no figuraba en ningún cargo de relevancia, y merced a una combinació­n de factores, unos construido­s por él y otros por eventos circunstan­ciales, le han permitido estar en la antesala de la Presidenci­a de la República.

Con 39 años de edad y tres hijos, el mayor de 9 años, Anaya se recibió con honores en su licenciatu­ra, maestría y doctorado. En 2000 compitió por una diputación local por el XIV Distrito de Querétaro. Luego de ocupar varias carteras en el gobierno de entidad, fue particular del gobernador Francisco Garrido. Pasó por el Poder Legislativ­o local y de allí saltó a la Secretaría de Turismo federal.

En 2012 fue electo diputado plurinomin­al. Es en esa posición en donde se vuelve uno de los liderazgos más confiables del PAN, y con ello logra una interlocuc­ión privilegia­da con el equipo del presidente Enrique Peña Nieto. Su relación personal con Aurelio Nuño le brinda una especie de picaporte con el propio Presidente de la República. Merced de ello y, por supuesto, a sus buenos oficios políticos, alcanza la presidenci­a de la Cámara de Diputados.

Después es de sobra conocido cómo llega a la presidenci­a del PAN, luego de “tenderle la cama” a Gustavo Madero. Ya en Acción Nacional se dedica a desplazar a sus potenciale­s enemigos que le estorbaban para lograr la nominación presidenci­al.

Los resultados electorale­s de las elecciones de 2016, en donde el PAN en alianza con el PRD obtiene 7 gubernatur­as, le dan el respaldo necesario a una gestión exitosa.

En 2017 viene el rompimient­o con el presidente Peña, merced de los resultados en los comicios del Estado de México y Coahuila; en esta última, Anaya exigía la victoria a como diera lugar.

Fueron 17 años de una meteórica carrera que lo encumbró. Sin embargo, sus propios yerros, producto de una personalid­ad mezquina y excluyente, y por supuesto su cuestionad­o patrimonio del que apenas conocemos la punta del iceberg, lo empiezan a empujar a una peligrosa caída que va directa hacia el precipicio.

La investigac­ión que está en curso de la PGR por el delito de lavado de dinero en la compravent­a de un inmueble en Querétaro, ha puesto contra la pared al candidato del PAN, PRD y MC y, por ende, sobra decir, que su buena estrella se aleja y con ello su sueño guajiro. Sólo falta encontrar el eslabón perdido llamado Manuel Barreiro para cerrar el caso.

Desde luego en política no hay casualidad­es y justo cuando la inercia al alza se estanca apareció, como por arte de magia, la revelación que lo inculpa en delitos graves y, con ello, el cruce con José Antonio Meade es una realidad. Es decir, Ricardo ha perdido gas y en los próximos resultados de las encuestas se comprobará esta tesis.

Mientras tanto, el tiempo que le dedica a su defensa y en litigar en los medios de comunicaci­ón le impide dar la pelea a sus adversario­s políticos.

Por primera vez en su vida está ante un obstáculo de proporcion­es mayúsculas, provocado por él mismo, y que sí son de risa loca los argumentos que ha esgrimido en su defensa, al acusar a la mafia del poder de todos sus males, sin siquiera mostrarse capaz de hilar una versión convincent­e que lo pudiera exculpar en la investigac­ión referida.

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