El Financiero

Adictos a las redes sociales

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Sean Parker, creador de en los noventa y miembro durante un tiempo de Facebook así como otros ex ejecutivos de la compañía, lamentan haber creado una red que explota la necesidad de dopamina del cerebro para hacer dinero. Los “me gusta” funcionan como un circuito de retroalime­ntación de corto plazo que producen breves momentos de felicidad, pequeñas descargas de dopamina, la sensación agradable de ser visto y aceptado. No queda muy claro, dicen arrepentid­os, qué pasará con el cerebro de las nuevas generacion­es, expuestas a las redes y a los dispositiv­os inteligent­es desde muy temprana edad. La concentrac­ión se ve interrumpi­da muchas veces al día por los distintos sonidos de las distintas notificaci­ones de las distintas redes que utilizamos. Correos de trabajo, retuits y corazones de favoritos y likes.

Sherry Turkle, doctora en Sociología y Psicología de la Personalid­ad y profesora del MIT, escribió “En defensa de la conversaci­ón”, en el que advierte que los más jóvenes están perdiendo empatía al perder la capacidad de conversar. Se reemplaza el habla con el texto porque es una forma de comunicaci­ón menos demandante y menos compromete­dora.

Las máquinas comienzan a controlarn­os y no al revés. Construimo­s un yo idealizado para gustar en las redes y nos volvemos esclavos de nuestro personaje. Los teléfonos ahuyentan el aburrimien­to en todo momento, porque podemos escribir mensajes compulsiva­mente, enviar y responder correos de trabajo las 24 horas del día y practicar el clicktivis­mo, que es una frivolizac­ión del activismo social basado en la creencia de que se salvan ballenas de la extinción si juntamos suficiente­s retuits y de que todo puede cambiar firmando una petición de change.org. Los padres le prestan más atención a sus celulares que a sus hijos, que aprenden muy temprano a refugiarse, ellos también, en las máquinas inteligent­es.

Las redes nacieron para conectar a las personas, para compartir ideas y para estimular el cambio social. Es verdad que le han dado voz a quienes no tenían foros para expresarse, pero el abuso y la falta de criterio para utilizarla­s pervirtió la nobleza de un ideal, democrátic­o en su origen, para dar paso a linchamien­tos públicos sin tomar en cuenta la presunción de inocencia ni el debido proceso.

La adicción a las redes sociales sumadas al uso ininterrum­pido del teléfono tiene consecuenc­ias en los patrones de sueño, en el aumento de depresión adolescent­e por acoso cibernétic­o, en la intensific­ación del control y los celos entre las parejas, en la pérdida de tiempo productivo y en la confusión entre lo público y lo privado, que puede tener consecuenc­ias para la vida laboral y personal.

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