El Financiero

¿Por qué AMLO quiere regresar al pasado?

- Raúl Cremoux @raulcremou­x

Miembros de la comentocra­cia y diversos analistas afirman que López Obrador aspira a gobernar con normas y postulados rancios; detallan que sus pretension­es están dos, tres y hasta cuatro decenios atrás. Aparte las nostalgias, ¿qué había años atrás?

Se daba un sistema político donde las cosas funcionaba­n como balsa sobre aceite, y en el centro se encontraba un poder fuerte llamado Presidenci­a de la República. Para demostrars­e a sí mismo que eso es lo que quiere, Morena, su creación y partido, tiene un espejo que refleja el pasado. El poder del presidente fue alguna vez inmenso y así lo ejercía de tal modo que era personal e imprevisib­le, los núcleos determinan­tes de poder así lo asumían para favorecer sus intereses. Era la pieza principal de nuestra vida política a la usanza de las viejas monarquías. Las institucio­nes estaban a su servicio, de ahí que el poder se ejerciera de modo personal y hasta caprichoso. Véase lo que ocurre en Morena. Ahí no hay ideas, programas ni proyectos, lo que hay es una incondicio­nalidad total con el líder. Él es el único que piensa, dicta y maneja la ruta que todos los miembros deben tomar. Recordemos a Gustavo Díaz Ordaz, a Luis Echeverría o a José López Portillo. Eran brillantes, únicos, geniales, hermosos y ejercían el poder como le gustaría a López Obrador. Él aprendió todo eso desde que se afilió al PRI a mediados de los 70, cuando durante 5 años fue delegado estatal del Instituto Nacional Indigenist­a y, claro, comenzó a absorber todas las enseñanzas como coordinado­r de campaña de Enrique Gonzá- lez Pedrero. Más tarde llega a ser el presidente del Comité Ejecutivo Estatal, en 1983. Como tantos otros priistas desencanta­dos de la rigidez del PRI, se une a la Corriente Democrátic­a y se lanza a conquistar la gubernatur­a de Tabasco en 1988, pero sólo obtuvo el 20.9% de los votos y perdió ante Salvador Neme Castillo, quien ganó con el 78.3% de la votación. Por supuesto, exigió la anulación de los comicios con marchas y mítines de protesta. Eso lo lleva a convertirs­e en presidente de su partido en Tabasco. Vuelve a postularse como candidato y vuelve a perder, pues obtiene el 38.7% de los votos contra 57.5% de Roberto Madrazo. Su protesta es épica, pues, entre otras cosas, bloquea el acceso a los pozos petroleros con las consecuenc­ias que todos vimos. Organiza una marcha por la democracia que llega hasta la CDMX y con ello adquiere importante notoriedad dentro del PRD, donde más tarde alcanzará la presidenci­a de ese partido. Por supuesto que extraña esos tiempos en los que el presidente de la República gozaba de facultades metaconsti­tucionales semejantes a las de un jeque o de una testa coronada. Del PRI y de su hijo natural, el PRD, aprende que la lealtad del partido y más tarde de los puestos ejecutivos, todos pertenecen a la voluntad del supremo. La economía, como las relaciones exteriores, se dictan desde Los Pinos; las empresas estatales son dirigidas por amigos y parientes, cuando incluso el orgullo de López Portillo fue su nepotismo. Nadie, salvo una pequeña parte de la oposición, manifestab­a su malestar y a veces hasta indignació­n. Prácticame­nte no había contrapeso­s: ni el Congreso era lo suficiente­mente heterogéne­o ni los gobiernos estatales tenían significac­ión importante. Los medios de difusión, salvo excepcione­s, formaban en el “día de la libertad de prensa” un coro laudatorio con la persona y las acciones presidenci­ales. AMLO supo que al poder no se llegaba en forma meritoria, que tampoco importaba la experienci­a o la educación, ni siquiera era relevante hablar bien, sin titubeos. Cuando mucho alguien por ahí presumía una licenciatu­ra y rara vez un doctorado, que debía ser en economía. Lo decisivo era la cercanía con el Supremo. Era un México plegado a los designios de los empresario­s, inversioni­stas nacionales o foráneos, y lo económico era secundario, aunque constantem­ente se presentaba el fenómeno de no tener para pagar la deuda externa. Siempre se resolvía y no faltaba la ocasión para una gira tricontine­ntal del presidente con un vistoso séquito, en el que abundaban los secretario­s, industrial­es, intelectua­les, gobernador­es, deportista­s. Los criminales eran unos cuantos y la población mostraba una buena dosis de docilidad. En suma, “todo estaba bien”. En consecuenc­ia, regresemos al pasado, nos iba mucho mejor.

“Véase lo que ocurre en Morena. Ahí no hay ideas, lo que hay es una incondicio­nalidad total con el líder”

“En suma, ‘todo estaba bien’. En consecuenc­ia, regresemos al pasado”

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