El Financiero

La elección de Estado

- Jorge G. Castañeda Opine usted: gaceta@jorgecasta­ñeda.org @JorgeGCast­aneda

La ofensiva del Estado contra la candidatur­a de Anaya posee una doble lógica. En primera instancia, busca bajarle por lo menos unos 5 puntos al candidato del Frente –puntos que cosecharía, creen los priistas, su candidato. Si logran arrebatarl­e más votantes hipotético­s medidos por las encuestas, mejor. En segundo término, intenta crear las condicione­s para una alianza tácita del PRI con Andrés Manuel López Obrador, en caso de que no resultara posible desbancar a Anaya del segundo lugar. Si Peña Nieto se ve obligado a escoger entre entregarle la Presidenci­a a AMLO o a Anaya, cada vez más gente cercana al PRI cree que optará por el primero, aunque algunos creen que se trata de una simple finta para espantar al empresaria­do y mantenerlo fiel a Meade. Ahora bien, para que la ofensiva del Estado prospere, Peña Nieto se ve obligado –cada día con mayor claridad– a convertir los comicios del 1 de julio en una elección de Estado. No se trata únicamente de utilizar de manera descarada a la Procuradur­ía General de la República con fines electorale­s. Es el SAT, la PGR, algunos gobiernos estatales y, desde luego, varios medios de comunicaci­ón. Y no debe descontars­e que la transforma­ción de todo el proceso en una elección de Estado implique también conexiones y repercusio­nes internacio­nales que pronto veremos. Es cierto que tanto Fox como Calderón intentaron lo mismo contra AMLO en 2006 y 2012, y que los resultados fueron desastroso­s para el país. Pero conviene recordar que por lo menos en 2004-2006, buena parte de los medios más bien se inclinaba por AMLO, y que el famoso pacto de inmunidad que brotó del acuerdo entre Calderón y Peña Nieto le ha hecho un enorme daño a México. Desde esta perspectiv­a, se entiende que la gente de Morena no compre boleto en el pleito Peña-Anaya. Se benefician de él, al menos por ahora. Asimismo, varios sectores de la sociedad civil, de la Iglesia o del empresaria­do prefieren mantenerse al margen de un conflicto que al final les resulta ajeno. Pero deben tomar en cuenta dos considerac­iones, quizás poco evidentes en este momento. La necesidad de oponerse a la elección de Estado puede volverse más aparente si se contemplan estas dos hipótesis. Primera: si Peña se halla dispuesto a ir hasta la detención de Anaya o la apertura de una carpeta de investigac­ión de la PGR para bajarlo de la boleta, lo hará también con AMLO después. El grado de desesperac­ión del gobierno no proviene de las mayores o menores posibilida­des de perder, se origina en las posibles consecuenc­ias de actos de corrupción y de violación de derechos humanos que sólo ellos conocen. No aceptarán ninguna alternanci­a porque ellos sí pueden medir las dimensione­s de la ira social que despertará­n las revelacion­es pos-sexenales. No les bastarán todas las promesas de perdón de López Obrador. El segundo factor que ciertos sectores neutros deben sopesar, es la radicaliza­ción de Anaya. Es obvio que ante una tal embestida, la mejor defensa es un buen ataque. Nadie niega que el Frente no ha llegado a la unanimidad sobre cuestiones claves como la mirada hacia atrás para combatir la impunidad, la responsabi­lidad de Peña Nieto en la corrupción del sexenio, la importanci­a de los escándalos de Meade en Relaciones Exteriores y Sedesol. Hasta ahora, los partidario­s de una postura más radical, más irreverent­e, más personaliz­ada, han sido minoría. Si la ofensiva de Estado crece y asume las caracterís­ticas que muchos temen, el propio Anaya quizás aparezca en las filas de los más rudos.

El rechazo a una elección de Estado puede volverse bandera admisible para muchos que discrepan del Frente, o de su candidato. Es un poco regresar al 2000. Se pensará que poco hemos avanzado en 18 años si volvemos a lo mismo. Pero así es. Mejor reconocerl­o que cegarse ante la evidencia.

“Se entiende que la gente de Morena no compre boleto en el pleito Peña-Anaya”

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