Orgullo nacional
Sólo es cuestión de enfoques. Aquí todo se polariza, se extrapola y nos destruimos; afuera, el reconocimiento a lo mexicano, a su cultura y a sus exquisitas cualidades como el talento y la creatividad.
En México, las campañas políticas y la amenaza permanente que representa Donald Trump contamina el acontecer nacional. No hay plática cotidiana en donde no se critique al gobierno, a determinado candidato o partido político. Nadie escapa de los juicios sumarios. Somos una sociedad criticona por naturaleza, y esa actitud limita el potencial de crecimiento y ahonda en la autodenigración.
En el extranjero, se vitorea al mexicano y se le premia sin escatimar elogio alguno. El triunfo de Guillermo del Toro con la estatuilla más icónica del cine internacional, el Oscar, ratifica el reconocimiento que se ha ganado a pulso la industria cinematográfica nacional, pero sobre todo se admira y se premia a una forma diferente de ver la vida y a una cosmovisión distinta que nutre la imaginación de un pueblo atribulado por conquistas y guerras civiles, pero que tiene un sincretismo cultural extraordinario, inigualable en el mundo. No es casualidad que se distingan los mexicanos en prácticamente todas las áreas del conocimiento y de las bellas artes, tampoco es una coincidencia que, por ejemplo, “los tres compadres” arrasen con los premios más relevantes del orbe. En 2014, Alfonso Cuarón triunfó con Gravity. Después, Alejandro González Iñárritu con Birdman y con The Revenant, y ahora La
Forma del Agua encumbra a Del Toro. Entre los tres, suman 8 estatuillas.
Carlos Boyero, de El País, menciona en su crónica sobre la ceremonia de los Oscar, que es tan justo como poético que hayan reconocido el transparente genio, la audacia argumental, la capacidad para crear universos fascinantes y extraños, la mezcla de géneros, la grandeza visual, la combinación de horror, humor, ternura y lirismo que demuestra Del Toro en La Forma del Agua.
Aquí, día y noche, se escupe para arriba, mediante millones de spots y de señalamientos de candidatos irresponsables que sólo buscan alcanzar sus intereses personales. Les vale gorro la gente.
Todos los candidatos abonan al autoflagelo. Se pone cotidianamente en el paredón de los fusilados a México, al presidente Peña Nieto y a sus colaboradores. El gobierno apesta y los ricos merecen la cárcel. En redes sociales hay una campaña permanente contra el establishment que hace mella en la autoestima nacional.
En esta visión, vivimos en el peor país con un pésimo gobierno. Diario es la misma cantaleta. La manipulación se lleva a cabo por esos redentores de pacotilla.
Allende nuestras fronteras se ensalza a los descendientes del sol, de los mayas, zapotecas y aztecas. A culturas milenarias que sobrepasan a la egipcia o la china. Aquí nos hacemos pedazos.
Y no crea, estimado lector, que esto se va a terminar el 1 de julio, al contrario, van a quedar las heridas abiertas de los perdedores que se encargarán de avivar la crispación social y el encono, sin importar que la violencia se pueda desbordar en cualquier momento.
Mesura y unidad. Orgullo nacional e inclusión social. Son tan sólo algunas de las actitudes que se deben impulsar para preservar lo que tenemos. ¿Tendrá que decirnos un extranjero que vivimos en el mejor país del mundo para creérnosla?