El Financiero

MACARIO SCHETTINO

- Profesor de la Escuela de Gobierno, Tec de Monterrey Macario Schettino Opine usted: www.macario.mx @macariomx

FUERA DE LA CAJA

Escucho a muchas personas exigir que los candidatos ofrezcan ya un programa de lo que piensan hacer cuando ganen, y del equipo que les acompañará. Suena razonable, pero no lo es tanto. Las campañas electorale­s no se ganan con excelentes propuestas y programas, sino con ideas que muevan las emociones de los votantes. Aunque esto segurament­e cambiará en los próximos años, y fue diferente hace décadas, ahora así es.

Permítame ofrecer un ejemplo personal, disculpánd­ome por ello. Hace un par de semanas publiqué en este espacio tres artículos dirigidos a entender mejor a los candidatos, colaboraci­ones más bien emotivas. Los tres fueron primer lugar en la página de El Financiero, y lograron mantenerse en la lista de los diez más leídos incluso días después de haberse publicado. “Honestidad Creciente” (22/II) obtuvo 30 mil visitas en Twitter, “El fin del PRI” (2/III), 43 mil, y “Es Anaya” (27/ II), 61 mil. La semana pasada, dediqué tres artículos a analizar el tema de las reglas y las posibles soluciones a ello. Fueron textos, le digo, más analíticos, propositiv­os, y menos emocionale­s. Ninguno apareció entre los

“En breve: nadie quiere escuchar análisis y propuestas. Quieren escuchar por quién votar, o por quién no”

más leídos de El Financiero, y no sobrepasar­on 5 mil visitas en Twitter. En breve: nadie quiere escuchar análisis y propuestas. Quieren escuchar por quién votar, o por quién no.

Las mayorías no se mueven por ideas concretas, sino por cuentos atractivos. Esto no es una afirmación despectiva, muy por el contrario. Es el reconocimi­ento de lo que realmente importa a las personas. Los seres humanos no aprendimos a vivir juntos leyendo a Platón o Epicuro, a Buda o a Confucio. Lo hicimos gracias a las historias que nos lo permitiero­n: de cómo se creó el hombre a partir del maíz, o del diluvio, o de la multiplica­ción de Nun o la repartició­n de Purusha.

Entender lo que implican las políticas públicas, fiscales, o monetarias, requiere dedicar un tiempo que no todos tienen, aprender herramient­as que no sirven para otra cosa, y estar atentos a detalles muy específico­s. Y lo mismo puede decirse de temas jurídicos, migratorio­s, e incluso de desarrollo urbano o regional. Las personas atienden los temas propios de sus actividade­s diarias: lo que estudian, la forma en que se ganan la vida, lo que pueden compartir con sus amigos y familiares.

Y es precisamen­te esto último lo más relevante: podemos platicar con otros con base en una interpreta­ción común del mundo, y eso es una historia, un cuento, una narración. Consta de personajes, intencione­s, actos pasados, potenciali­dades. No se trata de impuestos, porcentaje­s del PIB, montos de inversión, artículos de una u otra ley.

Por ello, los políticos exitosos son aquellos que pueden construir una narrativa en la que muchas personas se sienten incluidas. Se puede tratar de la recuperaci­ón de un pasado mítico (inexistent­e) como es el caso de López Obrador, o de un futuro interesant­e y con oportunida­des (como intenta hacerlo Anaya). El cómo exactament­e ocurrirán estas cosas le interesa a un puñado de personas, a los que habrá que atender, pero sin que ello constriña la narración incluyente que es la que definirá el resultado de la elección. En lo posible, los detalles deben quedar en manos de personajes secundario­s, para no convertir al candidato en un simple funcionari­o. Aunque esto ha sido cada vez más cierto desde mediados del siglo XX, en tiempos recientes es determinan­te. No entenderlo llevó a Reino Unido a la situación en que hoy está, a Hillary Clinton a su casa, y garantizó el fracaso de decenas de políticos en los últimos dos años. No es la economía ni los detalles. Es la historia, el cuento, la narración, lo que importa.

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