Consideraciones antes de votar
Uno. Es ya de explorada doctrina considerar a las naciones como fruto esmerado tanto del acontecer como de la imaginación, de la voluntad y del deseo. Las hay ancestrales, sus raíces hundidas en la historia si no es que en la prehistoria, y de configuración moderna. México se encuentra entre las ancestrales.
Dos. Las naciones no escapan a los procesos de ascensión, estancamiento o decadencia. En juego dialéctico, de ida y vuelta. Rato ha, México se desliza por una espiral de decadencia. Poderes y partidos, la cultura, la educación, la sociedad misma sin distinción de clases.
Tres. Más que de una señal (sin excluir la metafísica y la religión), y que no faltará quien la juzgue estigma, podemos (debemos) hablar de “particularidad mexicana”. Aquello de que somos los mexicanos, causa y efecto, envés y revés, juez y parte, a la par víctimas y victimarios.
Cuatro. Particularidades físicas, derivadas de la contrastada geografía de su territorio; particularidades históricas debidas al “encuentro”, en el siglo XVI, de dos teocracias, la indígena y la española.
Cinco. Particularidades raciales por los componentes indígena, europeo y afro de nuestra nacionalidad; particularidades sociales por la pervivencia, imbatible, siglo tras siglo, de desigualdad e ignorancia.
Seis. La autognosis mexicana es de larga data. Desde el complejo de inferioridad, pasando por la imitación extralógica, el diletantismo, la abulia, la melancolía, el mucha madre y poco padre y un titipuchal de hermanos, el síndrome Tlatoani y el “valemadrismo”, hasta la tesis (tesis del Ejecutivo Federal) de la corrupción como cultura ambiente.
Siete. Explicaciones al uso (¡ah, y la de máscaras y soledades!), a las que se adunan los rasgos imbatibles de este 2018: además de desigualdad y la ignorancia, corrupción, racismo, impunidad y violencia.
Ocho. En el largo camino patrio, han mostrado su fracaso rotundo el neoliberalismo, la tecnocracia, las reformas desde dentro del PRI (por décadas partido de Estado, luego desdoblado en PRD, PT, PV y Morena), la “democracia electoral” (aquella LOPPE, matriz de nuevos cárteles, cárteles de la Cosa Pública), el panismo presidencial…
Nueve. Las recientes reformas estructurales, que no consiguen ocultar la privatización de bienes nacionales.
Diez. ¿Qué resta, que permanece históricamente?
Once. Podríamos hablar de la épica sucesión de emancipaciones que arranca con el siglo XIX: política-jurídica de España, nacional con la derrota de la sociedad colonial sobreviviente, social con el triunfo revolucionario (e incluso literaria con el modernismo, pictórica con la exposición “curada” por la revista Savia Moderna, cultural con el Ateneo de la Juventud).
“Duele decirlo, pero el único proyecto de nación con que contamos es la agenda social revolucionaria”
Doce. Pero reduzcámonos a la Independencia, la Reforma y la Revolución.
Trece. Duele decirlo, pero el único proyecto de nación con que contamos es la agenda social revolucionaria (agenda traicionada, diferida, borrada).
“En el largo camino patrio, han mostrado su fracaso rotundo el neoliberalismo, la tecnocracia, las reformas desde dentro del PRI”
Catorce. Pese al manoseo político de su expresión jurídica suprema: la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos de 1917.
Quince. Y pese a la sustitución, en el imaginario social, de campesinos y obreros y clases populares por el estamento intelectual.
Dieciséis. Téngalo presente, el lector de El Financiero, al emitir (si lo emite) su voto el próximo mes de julio.