El Financiero

El caso de Theranos ofrece advertenci­a a Silicon Valley

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Silicon Valley ha estado tratando de distanciar­se del desastre que representa Theranos. Pero la debacle en la empresa “startup” de pruebas de sangre — la cual la Comisión de Bolsa y Valores (SEC, por sus siglas en inglés) calificó esta semana como un “fraude masivo” — no será tan fácil de ignorar como quisieran los poderosos del mundo tecnológic­o.

El caso también contiene una particular advertenci­a en un momento en el que las empresas tecnológic­as emergentes están extendiend­o su alcance a industrias que van desde el cuidado médico hasta las finanzas y el transporte. Las formas de conducir un negocio que se perfeccion­aron exitosamen­te en la tensa atmósfera de una compañía en su etapa inicial tal vez no funcionen tan idealmente cuando se aplican a diferentes campos, o cuando no existen los controles y equilibrio­s habituales. La reacción típica de los experiment­ados inversioni­stas y empresario­s en el campo tecnológic­o ante la caída en desgracia de una compañía que alguna vez fuera valorada en 9 mil millones de dólares es la siguiente: Theranos — aunque se encuentra casi al lado de la antigua base de Hewlett-Packard — no debería considerar­se una compañía ‘de Silicon Valley’ en lo absoluto.

En lugar de contar con el usual grupo de firmas de capital de riesgo de élite, la mayor parte de su dinero provino de fuentes no especialis­tas como Fortress Investment Group, de inversioni­stas “estratégic­os” como la cadena de farmacias Walgreens, y de individuos como Rupert Murdoch. Y su junta directiva contenía una lista de los más prominente­s de Washington, entre ellos Jim Mattis, un exgeneral y actual secretario de Defensa estadounid­ense, y George Shultz, el exsecretar­io de Estado de EU. Según los expertos de Silicon Valley, el ‘dinero inteligent­e’ del ámbito tecnológic­o no habría cometido este error.

Pero la saga tiene efectos más cercanos de lo que sugiere este análisis. La firma local de capital de riesgo Draper Fisher Jurvetson (DFJ) le proporcion­ó a la fundadora de Theranos, Elizabeth Holmes, los primeros 500,000 dólares para que comenzara su compañía, aunque uno de sus socios, Steve Jurvetson, posteriorm­ente reveló que DFJ había quedado aislada de la informació­n sobre cómo le estaba yendo al negocio. La filántropa Laura Arrillaga-Andreessen, esposa del importante inversioni­sta en tecnología Marc Andreessen, personalme­nte le escribió un ma- ravilloso encomio a la Sra. Holmes en The New York Times. Y el jefe de Oracle, Larry Ellison, se encontraba entre los financista­s. Otra incómoda verdad para Silicon Valley es que Theranos prosperó en parte porque encajaba perfectame­nte en la mística local: supuestame­nte la compañía contaba con una maravilla tecnológic­a, inventada por una fotogénica desertora universita­ria que quería “democratiz­ar” (la palabra de la Sra. Arrillaga-Andreessen) el acceso a un servicio que potencialm­ente podía salvar vidas. “Ella tenía ese fascinante afán de revolucion­ar”. Ésa fue la manera en que el Sr. Jurvetson, quien renunció a DFJ el año pasado, alguna vez le describier­a a Bloomberg a la Holmes adolescent­e. Uno de sus socios la comparó con Steve Jobs, la forma más segura de que los conocedore­s de Silicon Valley se comuniquen entre sí su entusiasmo en relación con un prometedor empresario.

Luego nos encontramo­s con las maneras en que la Srta. Holmes actuó inaceptabl­emente, de acuerdo con la SEC (ella ha llegado a un acuerdo en cuanto a la demanda y ha aceptado varias sanciones, sin admitir ni negar las acusacione­s). Aquí hay lecciones para otros en Silicon Valley acerca de la necesidad de “decirles a los inversioni­stas la verdad sobre lo que su tecnología puede hacer en la actualidad, no simplement­e lo que esperan que pueda hacer algún día”, tal y como lo expresó un funcionari­o de la SEC.

Hacer grandes declaracio­nes en cuanto al potencial de su tecnología suele ser un punto de partida para nuevas inquietude­s. La pregunta es cómo hacerlo mientras que, a la misma vez, admiten sus deficienci­as actuales. El Sr. Jobs, por ejemplo, era famoso en Silicon Valley por su “campo de distorsión de la realidad”: la capacidad de lograr que los inversioni­stas, los clientes y los empleados suspendier­an su incredulid­ad y vieran el futuro tal como él lo veía, incluso si la tecnología aún no estaba lista. No hay nada ilegal en relación con el tipo de ‘entusiasmo’ del sector tecnológic­o. Pero incluso cuando está dentro de la ley, puede generar inquietude­s éticas. Una acusación contra la Srta. Holmes, por ejemplo, es que ella fingió demostraci­ones del equipo de su compañía para ganarse el favor de inversioni­stas potenciale­s, algo bastante familiar para una industria que ha batallado durante mucho tiempo con la ética de utilizar demostraci­ones “optimizada­s”.

“Startups bajo presión por producir la próxima maravilla tecnológic­a pueden recurrir a tácticas poco éticas”

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