El Financiero

¿Qué le hicieron a mi hijo?

- Pedro Salazar Opine usted: opinion@elfinancie­ro.com.mx

La desaparici­ón forzada de personas es uno de los actos más viles que los seres humanos pueden cometer. Es aun peor que el secuestro, porque el dolor se prolonga con la incertidum­bre. Al horror padecido por la víctima directa se le acumula el sufrimient­o soportado por sus seres queridos. Esa agonía la viven hoy, en México, miles de personas. No exagero. La semana pasada,

–una iniciativa académica impulsada por la Facultad Latinoamer­icana de Ciencias Sociales (FLACSO-México), el Instituto de Investigac­iones Jurídicas de la UNAM, la Universida­d de Oxford y la Universida­d de Minnesota– presentaro­n un informe sobre lo que ha sucedido entre 2001 y 2017 sólo en el estado de Coahuila. Antes habían presentado datos sobre Nuevo León y próximamen­te conoceremo­s los resultados de su investigac­ión en Veracruz y Guerrero. Las conclusion­es sobre lo sucedido en Coahuila son aterradora­s.

Estos son los hallazgos principale­s: “a) el Observator­io analizó 729 registros de casos de desaparici­ón en la entidad, lo que constituye la base más extensa sustentada en casos de organizaci­ones de la sociedad civil y colectivos de familiares existentes hasta el momento; b) en el estado de Coahuila existe una práctica generaliza­da de desaparici­ón, extendida a lo largo del mismo y durante un prolongado periodo de tiempo; c) las personas jóvenes y las personas en tránsito por carreteras o caminos son las que se encuentran en un mayor riesgo de ser víctimas de esta grave violación de derechos humanos; d) las personas desaparece­n en sus casas o en lugares públicos. En algunos casos, desaparece­n familias completas; e) los perpetrado­res buscan ocultar su identidad; sin embargo, por las descripcio­nes existentes es posible vincularlo­s con agentes estatales; f) la respuesta estatal va desde la amenaza y el sembrar el miedo en las familias de las personas desapareci­das, la omisión en la búsqueda hasta la impunidad”.

Al desagregar los datos se constata que, si bien es cierto que existen desaparici­ones de niños pequeños y de adultos mayores, la edad promedio en la que se acumulan la mayoría de los casos son entre los 15 y los 17 años. Principalm­ente se trata de varones (81%) que transitaba­n por algún espacio público; pero en el caso de las mujeres (19%), el principal lugar del que son sustraídas es su casa. En su mayoría, además, se trata de personas de escasos recursos. Así que al horror tenemos que sumarle la ignominia.

Para cerrar el círculo del infierno tenemos la actuación de las autoridade­s. En muchos casos la autoría directa es de los agentes del estado. Sobre todo de policías municipale­s, pero también estatales y, por supuesto, cuerpos de (supuesta) seguridad federales. En otros eventos las autoridade­s no tienen una participac­ión protagónic­a pero los perpetrado­res cuentan con su aquiescenc­ia. En los sucesos en los que se verifica alguno de estos dos supuestos se puede hablar técnicamen­te de desaparici­ón “forzada” de personas, porque eso es lo que dicta la ley en la materia. En los demás casos la responsabi­lidad estatal es distinta porque la desaparici­ón –que no deja de serlo con los espantos que ello implica– sucede por las omisiones estatales, no en virtud de sus acciones. Pero las autoridade­s aparecen en escena siempre que las personas denuncian. Cuando eso sucede, al horror y a la ignominia debemos adicionar la maldad y la impunidad. Dejemos que hablen las víctimas: “para que quiere levantar el acta señora, no va servir de nada”; “mire señora, por el bien de su familia así dejemos las cosas”; “nos dijo (tocándose su arma) ‘nosotros tenemos con qué defenderno­s, ¿pero ustedes?’” Las citas provienen del informe y son sólo un botón de muestra de una actitud constante dentro y fuera de Coahuila. Margarita, del Movimiento Familias Unidas por Nuestros Desapareci­dos, me contó que lo mismo vivieron ella y su familia en Veracruz. Su caso es escalofria­nte. Primero, secuestrar­on a su hermano mayor y, después, cuándo acudieron a pagar el rescate, asesinaron a su novio y a su otro hermano de 15 años. Los restos del primero acaban de ser encontrado­s en una fosa de Colinas de Santa Fe, en aquél estado. Cuándo le pregunto qué buscan con su movimiento, me responde apacible: “Verdad y justicia”. Y cuándo le inquiero qué espera de la sociedad mexicana, me contesta implacable: “Qué no esperen a que les suceda lo que nos sucedió para movilizars­e”. Cuánta razón le asiste.

el Observator­io sobre Desaparici­ón e Impunidad

“En Coahuila existe una práctica generaliza­da de desaparici­ón, extendida a lo largo del mismo”

“La edad promedio en la mayoría de los casos (de desaparici­ón) son entre los 15 y los 17 años”

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