Clasismo en campaña
Es innegable que en nuestro país el clasismo campea por todos lados. Por supuesto que con los años esto ha disminuido; sin embargo, sigue siendo un tema que aparece muy fácil en nuestras conversaciones, programas de televisión, bromas y consideraciones sobre personajes públicos.
La política ha sido también motivo de este tipo de juicios sobre las clases sociales que representan determinados partidos. Las cosas han cambiado, pero no tanto para darla la vuelta. Hay un joven militante de Morena, Gibrán Ramírez Reyes, que llama la atención por su preparación e inteligencia. Sus textos tienen un enfoque muchas veces novedoso y escribe bastante bien. La semana difundió a través de redes, como hace regularmente, un texto titulado: “Blancura, una reflexión anticlimática”. En ella el militante de Morena manifiesta su gusto por la participación de Tatiana Clouthier en la campaña de López Obrador e invita a reflexionar sobre “las causas de la conexión o el carisma, aunque resulte antipático”. Dice que a aparte de los “chispazos indiscutibles” de la flamante coordinadora, a ella “se le festejan palabras y formas que venidas de otros labios habrían sido condenables para muchos”. Gibrán se refiere a la respuesta de Tatiana a la pregunta de que si AMLO convertiría a México en Venezuela: “La más grande pendejada que haya escuchado” (estoy seguro de que no es cierto porque Tatiana fue diputada y ahí seguro escuchó pendejadas mucho más grandes, esto lo digo yo, no Gibrán). Dice el texto que, de haber sido Irma Eréndira Sandoval, Clara Brugada o Luisa Alcalde, entonces los “campeones de la neutralidad no la habrían bajado de soez, intolerante, vulgar, cosas por el estilo”. Y que esto puede obedecer a que “somos un pueblo de piel oscura al que le gusta mirarse blanco en el espejo”. Que “parte de la potencia de Clouthier como vocera depende de que no se le pueda descalificar del mismo modo que al lopezobradorista promedio –decirle morenaca, como dicen a muchos de sus militantes, es, por ejemplo, casi impensable”. Gibrán subraya que hay una “vía elitista de acceso al poder dominada por personas que poseen capital social o capital a secas y usualmente son de piel blanca –de nuevo me remito al INEGI–, y son ellas quienes en buena medida se hacen
“Su candidato habla de ‘gente fifí’, de que ‘están blanquitos’ los otros candidatos, de ‘los señoritingos’. Una fobia clasista”
“La política ha sido también motivo de este tipo de juicios sobre las clases sociales que representan determinados partidos”
candidatas por su peso en el espacio público, por su fama, por sus relaciones –mientras a otros, de todos colores, les toca repartir volantes, hacer comités, talacha”. Gibrán concluye que “se trata de realismo puro, duro y apestoso, pero necesario si no queremos ir por la vida de utopistas derrotados y contentos de tan congruentes”.
Me parece que el texto es por demás interesante y atendible. Desgraciadamente en Morena este tipo de planteamientos se hacen de la forma más rupestre posible. Su candidato habla de “gente fifí”, de que “están blanquitos” los otros candidatos, de “los señoritingos”. Una fobia clasista. De ahí que a alguien con el cerebro de chorlito y enfebrecido, como el de Epigmenio Ibarra, se le pudiera ocurrir (conste que no digo que fue él, pero su cabecita sí da para eso) un video como el de “La Niña Bien” que votaría por AMLO. Independientemente de que sea una copia o no, es la forma en la que conciben a determinadas personas, la manera en que conciben las relaciones entre padres e hijos de determinado segmento social, y “la forma de llegarles”. Por supuesto que los que se sienten “gente bien” también están infartados de verse representados “por una naquita que, aunque cante algo pegajoso, evidentemente no es gente bien y más bien parece hija de un diputado” (comentario en las redes). Pero de una u otra forma, con textos sensatos, con señalamientos de odio o con videos frívolos, Morena ha metido el clasismo a la campaña.