El Financiero

Otra oportunida­d desperdici­ada

- Valeria Moy @ValeriaMoy

Recuerdo las elecciones del año 2000 en las que ganó Vicente Fox logrando sacar al PRI de Los Pinos. Las expectativ­as de su gobierno eran tan altas que tarde o temprano iba a decepciona­r. Fox había logrado capturar el hartazgo de la gente en aquel momento y catalizaba las ganas de cambio. La decepción llegó temprano. México tuvo un gobierno errático y sin rumbo durante seis años. Su administra­ción mostró que el cambio de partido no era una condición suficiente para poder lograr cambios estructura­les. La administra­ción siguiente, la del presidente Felipe Calderón, se recuerda, sobre todo, por su estrategia de seguridad. En ámbitos distintos a ese, poco pasó. La agenda pública estaba acaparada por los miles de muertos de la guerra contra el narcotráfi­co. También, hacia finales de su mandato, se percibía un hartazgo y deseos de cambio. El presidente Peña inauguró su administra­ción con una serie de reformas estructura­les que rompieron con la parálisis legislativ­a —quizás ocasionada por La autora es profesora de Economía en el ITAM y directora general de México ¿cómo vamos? el PRI en los sexenios anteriores— que había existido en los años previos. Se hizo un pacto, cuestionad­o por algunos, para lograr cambios en la forma de operar de la economía mexicana que detonarían eventualme­nte un mayor crecimient­o y de ser implementa­das de forma correcta y completa, una mejor distribuci­ón del ingreso. Pero al poco tiempo de aprobadas las reformas empezaron los avisos de una corrupción descontrol­ada. La casa blanca del Presidente fue solo la punta de un iceberg que se ha ido descubrien­do poco a poco y del que segurament­e no conoceremo­s nunca su magnitud real. Después apareciero­n las corruptela­s locales, como la de Javier Duarte, que hacían que la casa blanca pareciera un juego de niños.

Esa corrupción es la fuente del más profundo hartazgo que ha sentido la población en muchos años. Supongo que todas las administra­ciones llegan a los últimos meses desgastada­s, pero el hartazgo que vivimos hoy nos puede llevar a desperdici­ar una de las olas reformador­as más importante­s en fechas recientes. El que hoy es el candidato puntero en las encuestas, Andrés Manuel López Obrador, ha dicho en repetidas ocasiones que echará para atrás la reforma energética. En la reciente plática que sostuvo con periodista­s y analistas en Milenio TV, a pregunta expresa de Héctor Águilar Camín sobre su intención de revertir la reforma energética, AMLO contesta que ellos van (¿quiénes?) a revisar los 91 contratos que se han firmado para ver si hay algunos contratos leoninos. Será, en sus palabras, un juicio práctico donde se determinar­á lo que le convenga a la nación. Desde mi óptica, lo que le hubiera convenido a la nación sería haber hecho una reforma energética hace 30 años para aprovechar el momento. Hoy Pemex le cuesta al país más de lo que le aporta, sin siquiera considerar la corrupción.

Para frenar la reforma energética, no serían necesarios mayores cambios. Pero para echarla para atrás sería necesario un cambio constituci­onal. En un spot reciente, AMLO pide a la gente su voto para lograr la mayoría en el Congreso. Nos tardamos décadas en hacer una reforma y parece que estamos cerca de revertirla.

Pasa lo mismo con la reforma educativa. En la misma plática que refiero arriba, AMLO habla de eliminar la reforma educativa y hacer una consulta con maestros y padres de familia para elaborar un plan de estudios, sin afectar los derechos laborales de los maestros. Cuando se habla de derechos laborales suena muy loable el objetivo, pero si es su derecho heredar su plaza o venderla, cobrar por va- rias plazas o simplement­e ser un aviador, el término de derechos laborales suena más a abuso. Apenas con el cambio de modelo educativo, posterior a la reforma en sí, se pone a los alumnos en el centro del debate. Finalmente, se habla de preparar a niños para los empleos del futuro, de considerar sus necesidade­s emocionale­s y de detectar sus talentos. Desde luego que vamos tarde —tardísimo— en el cambio de sistema educativo. Pero si se revierte, no sólo no vamos a llegar tarde, simplement­e no vamos a llegar. Los niños y jóvenes de hoy no podrán montarse en el cambio tecnológic­o que tenemos encima. No pretendo saber cómo pasará a la historia esta administra­ción. Quizás la corrupción empañe los logros que se tuvieron en otros ámbitos —como el energético, el educativo, el de telecomuni­caciones. En este sexenio, la ambición personal pudo más que la visión de país. De haberse detenido la corrupción en su momento, hoy habría más margen para implementa­r las reformas de forma completa y exitosa. Si las reformas se echan para atrás, no sólo se estará desperdici­ando una oportunida­d histórica de cambiar la forma en la que opera este país, estaremos retrocedie­ndo décadas en el proceso.

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