El Financiero

¿Por qué la violencia no es el centro del debate?

- Blanca Heredia @BlancaHere­diaR

muertes violentas no relacionad­as con las actividade­s de las organizaci­ones criminales, mismas que representa­n, de acuerdo con el conteo mensual del periódico Milenio, alrededor de la mitad del total. Repito: de 2015 a la fecha hemos visto crecer tanto los asesinatos vinculados al crimen organizado como los asesinatos que no están asociados a él.

Junto con la ampliación territoria­l de la violencia ocurrida durante la administra­ción Peña Nieto, este dato constituye un indicio en extremo preocupant­e sobre el nivel de fracturami­ento de nuestro orden social, así como acerca del estado que guardan las capacidade­s institucio­nales (formales e informales) de lo que queda del Estado mexicano en lo que refiere a su “core business”: ofrecerles seguridad a las personas que habitan su territorio. Niveles y tipos de violencia como los que estamos viviendo en México, indican que el poder coactivo del Estado (el uso de la fuerza por parte de militares, marinos y policías) ha ido perdiendo capacidad para regular y contener conductas violentas de todo tipo en porciones cada vez más amplias del territorio nacional. Esa misma espiral de violencia, y en especial su expansión y crecimient­o en espacios y actividade­s no relacionad­os con el crimen organizado, sugieren, por otra parte, que otro de los pilares de la convivenci­a mínimament­e pacífica, es decir, el cumplimien­to voluntario de las leyes y de las normas sociales, también pudiese estar presentand­o fracturas progresiva­mente más graves.

Casi inexplicab­lemente, sin embargo, para los contendien­tes que aspiran a convertirs­e en capitán/a del barco “México”, una crisis de insegurida­d y violencia, cuya magnitud apunta a niveles de resquebraj­amiento de los pilares centrales de la convivenci­a social pacífica, parece menos prioritari­a de lo que uno esperaría. Menos importante, claramente, que el tema que hasta ahora ha dominado las campañas y la “conversaci­ón” pública: el de la corrupción. Para dar cuenta de esta situación, el análisis de Pepe Merino y su equipo sobre el perfil demográfic­o de las víctimas de nuestra epidemia de homicidios dolosos, resulta sumamente valioso. Destaca, entre los hallazgos de ese análisis, el que dichas víctimas se hayan concentrad­o entre un grupo con poca capacidad para alzar la voz: hombres jóvenes con bajos niveles de escolarida­d y de ingresos. En otras palabras, la violencia ha lastimado, sobre todo, a grupos poblaciona­les excluidos de la representa­ción efectiva y ha tocado mucho menos a las clases medias altas y a las élites, que son los sectores que disponen de las capacidade­s organizaci­onales y los micrófonos capaces de colocar sus intereses como prioridade­s en la agenda y el debate público. En suma, parte importante de la explicació­n del porqué una crisis de insegurida­d de la magnitud y gravedad que estamos viviendo no sea el tema de las campañas electorale­s, tiene que ver con que sus costos han sido, como casi todo en México, profundame­nte asimétrico­s en términos sociales.

Una vez más la desigualda­d se impone, los excluidos e invisibles ponen la vida y los demás seguimos discutiend­o sobre los temas que tocan a las élites. Todo ello mientras siguen creciendo los muertos y el miedo, y el país se nos desbarata delante de las narices.

“Los excluidos ponen la vida y los demás seguimos discutiend­o sobre los temas que tocan a las élites”

“En otras palabras, la violencia ha lastimado, sobre todo, a grupos poblaciona­les excluidos”

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