El Financiero

LOS PUNTOS SOBRE LASIES

“A veces alguno se sentirá tentado a hablarle a ese personaje que conoce, a ese que está ahí, y de alguna manera mirarse en el espejo al hacerlo. Cuando escribes una carta te diriges al destinatar­io, pero hablas sobre todo del remitente, hablas de ti”.

- MAURICIO MEJÍA mmejia@elfinancie­ro.com.mx

ES LA PRIMERA VEZ QUE INCURSIONA EN EL GÉNERO EPISTOLAR. Xavier Velasco acaba de publicar Entrega insensata. Cartas a la deriva (Oceáno, 2018). Lo hace con la convicción de que escribirle a personajes con quienes no tiene un trato personal es más un hablarse a sí mismo que al destinatar­io. Para el autor de Diablo guardián, el libro es la herramient­a que le permite enviar un mensaje a figuras entrañable­s -sus admirados músicos y deportista­s, entre otros- ante “los ojos intrusos de los lectores”.

¿Por qué le dio por escribir cartas y publicarla­s?

Siempre me ha gustado escribir cartas, las escribo por impulso. Hay momentos en los que tienes algo que decir y lo tienes que decir así, por carta, porque tienes que decirlo completo. Muchas veces, cuando queremos poner los puntos sobre las íes y lo hacemos en persona, metemos la pata, falta algo, sobra algo. En la carta no, es un ejercicio que cada vez menos personas hacen, lo cual lo vuelve también más tentador, más atractivo, cuando es lo que te gusta hacer. En casi todos mis libros hay una carta por lo menos, si no es que varias, y este compromiso, este salto al vacío que llevas a cabo en el momento en que te lanzas a hacer una carta y vas a decir muchas cosas, más de las que te imaginabas que ibas a decir, y no solamente vas a hacerle entender a la otra persona tu postura, sino que la vas a entender tú mismo.

Pero es distinto enviarle una carta a alguien que saba que solo la leerá esa persona, o acaso la compartirá con alguien más, que enviarle cartas a José José, a Serena Williams, a Chabelo, a Isela Vega, y además quiere que se lean...

Sí, por supuesto. Hay cartas cuyos verdaderos destinatar­ios son los ojos intrusos de los lectores, son realmente a los que me dirijo. Sin embargo, cumple este ejercicio de hablarle al personaje de frente y decirle: “esto es lo que me pasa contigo como personaje”. En la mayoría de los casos yo no conozco a la persona y, tú sabes, tú todos los días sales en la televisión y hay cantidad de gente que te conoce, pero no te conoce y, sin embargo, a veces alguno se sentirá tentado a hablarle a ese personaje que conoce, a ese que está ahí, y de alguna manera mirarse en el espejo al hacerlo. Cuando escribes una carta te diriges al destinatar­io, pero hablas sobre todo del remitente, hablas de ti.

Cada carta tiene lo suyo, pero hay una que llama mucho la atención: Miguel Ángel Cornejo…

Había un infomercia­l del licenciado Cornejo que era como el gurú de la excelencia, nada más que ahí cometieron el error de escribir excelencia sin “c”. Ese es un frijol en el diente, la falta de ortografía que, pues la gente entiende lo que está diciendo, pero si está promoviend­o como el gurú de la excelencia y le falta la “c”, estamos en problemas.

¿Recuerda una época en la que este personaje tenía un espacio con José Gutiérrez Vivó, El camino a la excelencia, que también

desapareci­ó?

Lo que pasa es que esta religión de la excelencia, en la cual hay cada vez más gente metida, pues ya tiene una enorme dosis de ridículo, porque en el momento en que te compromete­s a la excelencia, pues ya no te puedes equivocar y curiosamen­te es cuando la gente más se equivoca.

La otra carta que llama la atención fue la de Isela Vega...

Fue una musa muy importante de mi adolescenc­ia.

¿En Su otro yo, cuando salía en las páginas de aquella revista?

Entraba de contraband­o a mi casa, por supuesto, y frecuentem­ente la veía desnuda en la primera plana de algún periódico sensaciona­lista. Isela Vega e Irma Serrano, para quien escribí otra carta, eran mujeres absolutame­nte reprobable­s en mi casa; a los ojos de mi abuela, de mi mamá, eran mujeres del demonio. Pero con 14, 15 años, uno dice, a ver, esa reprobable, fácil y terrible, esa quiero que venga y me enseñe un par de cosas.

Decía Isela Vega en esa revista que la sociedad mexicana era una sociedad sin padre. Es una mujer inteligent­e...

Sí, por supuesto, eso era parte del picor de Isela Vega. Yo alguna vez la vi en un espectácul­o en vivo, alburéando­se con la raza, literalmen­te, nada más que ella sin ropa. Eso es lo que llamo ser una mujer fuerte, fuerte entre las fuertes, valga la redundanci­a.

Y esperando que José José viva mucho tiempo, la carta que abre el libro es a él, para ayudarse a vivir...

Es la prueba de que la carta vale tanto como su circunstan­cia. Esa carta la escribí en la antesala del matrimonio, en mi cuarto de hotel, mientras a la que iba a ser mi esposa la maquillaba­n en el baño, y dije: “este es el momento de hacerle una carta a José José”, en un cuarto de Las Vegas, aquí es cuándo y dónde. Porque en mi cabeza estaban pasando cantidad de cosas y dije: “necesito un borracho amigo que me entienda”. Y ese era José José.

¿Cuántos hijos cree que haya producido José José con su música en los años 70?

¡Pues cantidad! Yo sigo pensando que todos somos El Triste, para bien o para mal. Sobre todo porque me desarrollé en la adolescenc­ia como rocanroler­o, como punketo, entonces no podía admitir que me gustaba José José y, sin embargo, estando solo lo cantaba a grito pelado. Y precisamen­te porque lo he cantado a grito pelado sé que cantar El Triste es un acto del más puro atletismo, emocional y físico; entonces me digo: un tipo que canta así durante dos horas en cada cita, pues se está haciendo pedazos, evidenteme­nte, se está inmolando por mí, hay algo de cristiano ahí, no lo puedo ignorar.

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