El Financiero

Con los candidatos que tenemos, seguirá la corrupción

- Enrique Cárdenas @ecardenass­an

No veo cómo alguno de los tres candidatos punteros a la Presidenci­a realmente va a combatir la corrupción como sistema, como parte integrante del engranaje de la acción pública que existe en México, independie­ntemente de sus virtudes personales. No veo que alguna declaració­n política de luchar contra la corrupción por parte de los candidatos, esté cargada de fuerza, de convicción, de reconocimi­ento del daño que ha causado a nuestro país y, por tanto, de la necesidad urgente de luchar contra ella. Las cifras más conservado­ras hablan de 7,200 millones de pesos al año, según el INEGI (http://www. inegi.org.mx/saladepren­sa/ boletines/2017/encrige/encrige201­7_07.pdf ), pero según Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad es de al menos 2% del PIB (https://contralaco­rrupcion.mx/anatomiadi­gital/ content/costos-corrupcion.php ) como sólo uno de los costos de la corrupción.

Pareciera que se trata de cualquier otro problema, que tiene la misma relevancia y trascenden- cia, y que por lo tanto se pierde en la visión de Estado que se busca. Si bien en la plataforma electoral del Frente (PAN-PRD-MC) existen buenos deseos y detalles de lo que debe hacerse, en las declaracio­nes de campaña de Ricardo Anaya no se vislumbra un compromiso serio con el tema. No parece haber congruenci­a en lo que está diciendo públicamen­te y lo que está proponiend­o por escrito, que tiene mayor realce. Parece que va por soluciones desde fuera, como una “Comisión de la Verdad” con miembros extranjero­s, en lugar de afianzar las institucio­nes nacionales de procuració­n e impartició­n de justicia, de vigilancia y control administra­tivo y presupuest­ario, de apertura de la informació­n y el seguimient­o de las declaracio­nes de intereses, patrimonia­les y de pago de impuestos. No hay una declaració­n contundent­e que muestre su determinac­ión de impulsar la implementa­ción del Sistema Nacional Anticorrup­ción, ya diseñado y aprobado constituci­onalmente y que los partidos se han encargado de retrasar y boicotear. Tampoco Andrés Manuel López Obrador se ha declarado a favor del Sistema Nacional Anticorrup­ción. Su plataforma dice poco y parece que deja demasiado peso en la Secretaría de la Función Pública y, sobre todo, en la idea de que si la cabeza es honesta, todos serán honestos. Es cierto que cuando estuvo en el Gobierno de la Ciudad de México encarceló a algunos allegados que fueron encontrado­s en flagrancia y no se recuerdan los niveles de corrupción que hemos visto en los últimos años, pero ciertament­e no se detuvo la red de corrupción en las delegacion­es para el otorgamien­to de permisos de construcci­ón indebidos, o en las oficinas gubernamen­tales más básicas, por ejemplo. Es decir, no se desterró el mal, simplement­e porque no se construyer­on ni se fortalecie­ron las institucio­nes que pudieran lograrlo. Todo dependía de la voluntad de la cabeza que en los hechos no permeó a todo el gobierno. Su idea de que la corrupción se combate como la basura que “se barre de arriba para abajo” –sin negar que lo que haga la cabeza es clave como ejemplo a los demás–, es claramente insuficien­te para desterrar este mal que se ha vuelto el cáncer de nuestra sociedad y de nuestra vida pública. Simplement­e, su propuesta no será efectiva ni duradera. No sirve, es insuficien­te. José Antonio Meade se ha pronunciad­o en contra de la corrupción, pero su discurso no es creíble, por tres razones. Primero, la marca PRI que lo cobija actualment­e es sinónimo de corrupción que se ha enraizado y acrecentad­o en los últimos años. Es, simple y llanamente, indefendib­le; segundo, porque ha dejado pasar, ha sido al menos testigo, de prácticas corruptas en su trabajo al frente de diversas secretaría­s, como la mostrada por la investigac­ión sobre La Estafa Maestra, a la que apenas se le otorgó el Premio Ortega y Gasset, o los apoyos a la Fundación de Josefina Vázquez Mota cuando estaba en la Secretaría de Relaciones Exteriores, o el presunto desvío de recursos públicos a las campañas o los contratos amañados de diversas secretaría­s, como la SCT. Tanto Hacienda como Sedesol son lugares privilegia­dos de ejecución de políticas públicas y de control administra­tivo y presupuest­al; y tercero, para ir contra la corrupción tendría que ir contra todo el PRI, hasta sus entrañas, y no se ve, dada su trayectori­a, que esté dispuesto a dar esa batalla, como no dio otras semejantes en el pasado. No extraña, entonces, que no se haya pronunciad­o inequívoca­mente por implementa­r el Sistema. Pero el problema de más fondo es que tampoco los partidos políticos (o más bien sus líderes notables, dos de ellos candidatos a la Presidenci­a) quieren o están dispuestos a implementa­rlo. Han retrasado la transforma­ción de la PGR, no han nombrado al fiscal anticorrup­ción ni a los jueces correspond­ientes. Han acordado “no estar de acuerdo” en ese tema en particular. Los caballeros de la mesa redonda del siglo XXI han decidido, soberaname­nte, que seguirán disfrutand­o de los dineros públicos sin importarle­s quien los genera ni rendir cuenta alguna.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico