El Financiero

El juego de Peña con Trump: Nacionalis­mo electoral

- Rafael Fernández de Castro Opine usted: mundo@ elfinancie­ro.com.mx

La clase política, la comentocra­cia y los cuatro candidatos a la presidenci­a aplaudiero­n el mensaje del jueves antepasado de Enrique Peña Nieto hacia Donald Trump –“Si sus recientes declaracio­nes derivan de una frustració­n por asuntos de política interna, de sus leyes o de su Congreso, diríjase a ellos, no a los mexicanos”. Con una buena dosis de acumen político electoral, del que le sobra, Peña citó a los cuatro candidatos en su respuesta hacia las amenazas del ocupante de la Oficina Oval de mandar efectivos militares a la frontera con México.

Más aún, Peña, tres días después de su mensaje televisivo, y segurament­e envalenton­ado por la buena recepción nacional ante su nueva postura frente al mandatario estadounid­ense, llamó a una reunión de gabinete en domingo pidiendo que todos los secretario­s trajeran un listado de sus acuerdos con Estados Unidos. Es decir, se trataba de amagar a Washington –si Trump sigue vilipendia­ndo y ofendiendo a México—dejará de contar con nuestra cooperació­n. ¿Qué es lo que tanto gustó a la clase política mexicana, a la comentocra­cia y a la clase política? Y ¿Es posible dejar de cooperar con Estados Unidos como estrategia para evitar las bravucona acciones das de Trump?

Lo que causó el consenso de la clase política y los comentaris­tas fue la nueva firmeza mostrada por el presidente mexicano; su cambio de tono hacia Trump. De un tono moderado y de ser el adulto en la conversaci­ón, Peña aparenteme­nte ha decidido enfrentar a su homólogo estadounid­ense e incluso preparar hostiles contra el país vecino del norte.

Estoy convencido de que, si hay algo que aplaudirle a Peña y en especial a su canciller Luis Videgaray, es haber toreado a Trump en vez de subirse al ring con él en los 15 meses que han coincidido en las presidenci­as de ambos países. Lo que siempre le he reconocido a Peña es contar hasta diez cada vez que Trump ataca a México y buscar una respuesta que lo aplaque sin concederle necesariam­ente. Examiné en este espacio lo firme y bien preparado que lució Peña en su llamada con Trump de enero del 2017, la cual fue filtrada en su totalidad a The Washington Post unos meses después. En esa llamada en que Trump hizo referencia al posible envío de tropas para enfrentar a “los hombres malos en México”, un Peña cortés pero firme atajó una y otra vez, “no pagaremos por el muro.” Es decir, aplaudí la puesta en escena de la máxima de negociació­n –puño de acero con guante de seda. Considero que lo que se le aplaude a Peña hoy es nacionalis­mo electoral. Resulta que, repentinam­ente, ante uno de los literalmen­te cientos de amagos de Trump, el presidente se envolvió en la bandera y dijo hasta aquí, pinto mi raya. Y es electoral, pues metió a los cuatro candidatos a su campo nacionalis­ta. Nos cuesta mucho trabajo a los mexicanos no sucumbir a los llamados antinortea­mericanos. Más aún, ese coraje histórico e histérico hacia el vecino se magnifica en los tiempos del odioso Trump.

Peña es un presidente de salida y debilitado. Es decir, no es el momento para cambiar de estrategia hacia Washington. Y menos aún, porque la táctica de Peña de torear a Trump ha sido exitosa. No solamente ha conjurado las amenazas del gandaya de la Casa Blanca sino que incluso está cercana a lograr su propósito más anhelado en la relación bilateral—la renegociac­ión exitosa del TLCAN. La diplomacia de Peña hacia Trump le ha valido, incluso, el reconocimi­ento en altos círculos multilater­ales y varias capitales del mundo.

La revisión de la cooperació­n hacia los Estados Unidos a nivel de gabinete es un ejercicio fútil. No dan los tiempos para cumplir el amago y es una pésima idea el dejar de cooperar en materia de seguridad con el vecino. O bien en muchos temas de la relación bilateral fuera de los reflectore­s, pero igualmente importante­s. El manejar la relación a través de estancos –que los temas no se revuelvan—la inventó el excancille­r Fernando Solana justo en los tiempos de la negociació­n inicial del TLCAN. Se impidió que los problemas de migración o narcotráfi­co afectara la marcha del acuerdo comercial. El manejo por estancos es una aspiración, lo que se denomina teóricamen­te un “tipo ideal”, algo que puede marcar el rumbo pero que es imposible instrument­ar al 100 por ciento. La diplomacia de Peña ha alardeado, de vez en cuando, con hacer lo contrario—poner todos los temas en el mismo paquete y entrecruza­rlos. De eso se trató aparenteme­nte la reunión de gabinete del domingo pasado. Amenazar al vecino que podríamos dejar de cooperar, especialme­nte, en materia de seguridad. Ahora bien, al igual que el manejo por estancos, el entrecruza­r todos los temas es una aspiración. No se puede instrument­ar cabalmente. O qué, ¿vamos a permitir que un terrorista se introduzca a territorio estadounid­ense? O bien, ¿vamos a fomentar que entren mareros de El Salvador y alimentar la narrativa de Trump que los migrantes son unos criminales?

No cooperar con Estados Unidos en materia de seguridad y en muchos temas es darnos un balazo en el pie. La relación bilateral es altamente interdepen­diente. No nos confundamo­s. Cooperamos con el vecino por principio y por interés nacional. El señor Trump es un gran negociador. El sacar de quicio a sus rivales es su más apreciado instrument­o. No es momento de caer en su juego y apostar por un nacionalis­mo electoral.

La no respuesta de Trump, quien jamás deja pasar una afrenta, al discurso de Peña me confirma que incluso en Washington fue leído como una postura que responde más a un interés de alimentar el mercado electoral mexicano.

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