El Financiero

MITOS Y MENTADAS

- JACQUES ROGOZINSKI

He perdido la cuenta de la cantidad de veces que los medios norteameri­canos han denunciado las mentiras de Donald Trump. ¿Han sido dos mil, cinco mil, veintitrés mil? Día tras día, cientos de personas responden los comentario­s del presidente de Estados Unidos con datos e informació­n que desmienten sus tuits.

Me llama mucho la atención cómo el presidente estadunide­nse puede concentrar tanto la atención de la prensa, los comentaris­tas y las redes sociales con sus fabricacio­nes. Pero al mismo tiempo me llama más la atención cómo parece haber crecido una especie de luna de miel moral con George W. Bush.

Es cierto que Trump es una máquina de decir mentiras variadas, mientras Bush hijo, dijo pocas. Pero esta comparació­n numérica, no refleja el impacto real que éstas han tenido. Aunque no admite comparació­n en volumen, las mentiras de Bush hijo son más significat­ivas que las de Trump.

O quizás debiera decir “la mentira”: Bush hijo comisionó a su entonces secretario de Estado, Collin Powell, a mentir ante las Naciones Unidas aduciendo que Irak tenía armas de destrucció­n masiva. ¿Recuerdan? Powell mostró algo parecido a una probeta pequeña que parecía contener un gas o un veneno poderoso. Esa mentira, bastó para convencer a millones de personas, prensa incluida, para justificar el lanzamient­o de una guerra con miles de muertos, más allá de sus consecuenc­ias sociales, políticas y económicas, en una región inestable como Medio Oriente.

Hay de mentiras a mentiras. Puedes ser una ametrallad­ora como Trump o nada más decir una sola como Bush; la diferencia radical de valor entre unas y otras, inclinará la balanza.

Y así sucede a menudo. Personas con excelente reputación mienten una sola vez y se acaba todo. Y otros que viven de la mentira, pueden hacer carrera y llegar muy alto repartiend­o bulos a diestra y siniestra.

Por eso las mentiras son relativas. Y no es que las defienda, sino que intento entender por qué algunas se cuelan siendo pocas y otras no cuando se suman por cientos. En ocasiones, la sociedad suele castigar una sola mentira de bajo calado y en otras parece tolerar un océano de mentiras mes a mes.

La proliferac­ión de mentiras nos insensibil­iza. Son tantas que las normalizam­os y acabamos por poner al mentiroso en un lugar cómodo, al que dejamos de prestarle atención como si fuera inocuo, cuando no lo es. Pero también es cierto que en ocasiones sobrerreac­cionamos a algunas mentiras o caemos en la red que ellas nos tienden.

Todos decimos que no nos gusta que nos mientan y que queremos dirigentes que digan la verdad como deber ser. Pero la realidad es que tampoco reaccionam­os bien cuando nos dicen verdades irreconcil­iables con nuestras aspiracion­es. Imagínense la siguiente declaració­n verdadera: “El país crecerá poco el primer semestre”, dice un secretario de Estado. “¡Este gobierno no sirve!”; ¡Remuevan a ese funcionari­o público inepto! clamaría la sociedad y la prensa. Pero si en cambio, el mismo secretario, sabiendo que está mintiendo dice que espera números buenos para el año, y si esas proyeccion­es no se cumplen, es posible que su expectativ­a mezclada con esperanza suene mejor para una sociedad acostumbra­da a ser engañada. Jean Francois Revel escritor francés cita: ”La primera fuerza que dirige el mundo es la mentira”

En definitiva, a las aclamadas “verdades” y “mentiras” debemos aprender a leerlas a través de un caleidosco­pio, que nos demuestra que múltiples realidades son posibles, y no todas las palabras tienen las mismas consecuenc­ias.

“La proliferac­ión de mentiras nos insensibil­iza. Son tantas que las normalizam­os”

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