La felicidad
En tiempos de campañas electorales, candidatos y partidos ponen a la venta sus propuestas sobre el futuro de la sociedad. Idealmente, en una elección cada candidato presenta de forma muy clara su oferta sobre cómo considera que ese futuro debe ser construido, y cuáles son sus opiniones sobre los temas que más preocupan a la sociedad.
Todas esas promesas, escenarios y ofertas están diseñadas para reunir el voto de los electores, y se definen de acuerdo con lo que cada candidato considera que son las propuestas que permitan atraer la mayor cantidad de votos. Y es a juicio de lo que los ciudadanos consideran que son las mejores propuestas como se determina el voto de cada uno. O al menos en teoría, así deberían funcionar las democracias. Pero, ¿qué es lo que realmente quieren los ciudadanos? Cada persona tiene intereses específicos que se relacionan con su situación económica concreta, los problemas de su comunidad, su formación académica, la información que tiene sobre partidos y candidatos, su experiencia de vida, intereses gremiales, género, edad, y el peso de sus posiciones morales y religiosas. Pero así como los pecados capitales nos hablan sobre la causa raíz de las motivaciones de los pecadores, con independencia de posturas políticas específicas, en principio