El Financiero

La economía de servicios

- Manuel Sánchez González @mansanchez­gz

El debate público sobre el déficit comercial en Estados Unidos se ha concentrad­o en el supuesto deterioro de las manufactur­as y sus implicacio­nes. El énfasis en los bienes tangibles ha llevado a ignorar los servicios, los cuales representa­n el sector más grande y dinámico de esa economía. Durante la última centuria, la producción manufactur­era de ese país ha registrado una tendencia de crecimient­o ascendente, con algunas fluctuacio­nes asociadas a los ciclos económicos. Como en otras naciones, la expansión manufactur­era ha sido parte integral del proceso de industrial­ización, que ha incorporad­o métodos más eficientes de producción a partir de los hallazgos tecnológic­os.

Al transforma­rse Estados Unidos de una economía agrícola a una industrial, las manufactur­as absorbiero­n un número cada vez mayor de trabajador­es, al tiempo que la automatiza­ción redujo la demanda laboral en el campo. A pesar del liderazgo industrial de ese país, en años recientes algunos políticos han propagado la noción de que las manufactur­as se encuentran en un proceso de menoscabo. Gran parte de esa interpreta­ción surge de ignorar el avance económico de Estados Unidos y el papel de la globalizac­ión en la producción. Específica­mente, tres aspectos podrían estar contribuye­ndo al infundado pesimismo sobre las manufactur­as estadounid­enses. En primer lugar, como se ha observado en otras naciones avanzadas, durante las últimas décadas, los servicios han experiment­ado un elevado desarrollo, a un ritmo superior al registrado por la producción industrial. De forma semejante a lo ocurrido con la agricultur­a años atrás, la decrecient­e importanci­a de la industria dentro del PIB refleja, en buena medida, la mayor productivi­dad de este sector, que ha permitido canalizar recursos a la expansión de los servicios, los cuales actualment­e representa­n dos quintas partes del producto. Empero, el carácter intangible y, tal vez, menos emblemátic­o de los servicios respecto a las mercancías podría estar contribuye­ndo al escepticis­mo que, en ocasiones y con cierto arraigo popular, se manifiesta sobre ese reacomodo sectorial.

En segundo lugar, la apertura económica ha propiciado la proliferac­ión de cadenas globales de suministro, las cuales han implicado la relocaliza­ción geográfica de distintas fases de la fabricació­n de bienes en búsqueda de eficiencia. Como resultado, durante los últimos años, la producción manufactur­era de Estados Unidos y de otras economías avanzadas ha aumentado a una velocidad menor que las de algunas emergentes, en especial China.

En este contexto, la globalizac­ión ha propiciado una oposición inspirada en razones políticas, más que económicas. Un argumento ha sido la pérdida de “hegemonía”, ya que desde 2010 el valor de la producción manufactur­era de China ha superado a la de Estados Unidos.

Otro motivo se relaciona con la magnificac­ión del déficit comercial estadounid­ense, provenient­e de la contabilid­ad tradiciona­l basada en flujos monetarios. Al ser China un ensamblado­r de las últimas fases de producción de bienes frecuentem­ente inventados en Estados Unidos, el valor monetario de sus exportacio­nes tiende a superar sustancial­mente su valor agregado. Adicionalm­ente, el rechazo de los déficits comerciale­s, aparte de carecer de justificac­ión económica, incurre fácilmente en inconsiste­ncias. En particular, Estados Unidos mantiene un superávit comercial de servicios que, en valor absoluto, en 2017 equivalió a casi un tercio del déficit comercial de bienes.

Si se aceptara el argumento del actual Gobierno estadounid­ense de que los déficits reflejan prácticas injustas por parte de otros países, se tendría que concluir que esa economía hace lo mismo con los servicios.

En tercer lugar, quizá el principal argumento para el pesimismo manufactur­ero sea que, desde principios de este siglo, el empleo en ese sector ha disminuido notablemen­te en Estados Unidos. Tal reducción es el reverso de los aumentos de productivi­dad referidos, incluyendo las eficiencia­s logradas mediante las cadenas globales de valor.

Aunque ha sido más que compensada por los incremento­s laborales en otros segmentos económicos, la disminució­n de los puestos de trabajo en las manufactur­as ha conducido al cuestionam­iento de la apertura. En consecuenc­ia, Estados Unidos se encuentra frente a un dilema: privilegia­r la visión política para abrazar a fondo el proteccion­ismo, o recuperar el liderazgo en la promoción de la integració­n económica mundial que lo distinguió por varias décadas. Pese a los presentes desvaríos, es probable que, tarde o temprano, esa nación favorezca la segunda opción.

Exsubgober­nador del Banco de México y autor de

(FCE 2006)

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