El Financiero

Salarios cuestionad­os

- Alejandro Gil Recasens Opine usted: mundo@elfinancie­ro.com.mx

Fue hasta los albores del siglo XX que apareció claramente la demanda de fijar un salario mínimo. El sindicalis­mo combativo, el incipiente movimiento feminista y los más variados grupos religiosos lo propusiero­n como forma de terminar con la explotació­n femenina e infantil. En México se inscribió en la Constituci­ón de 1917, pero no se activó realmente hasta 1934. Más o menos en la misma época se estableció en Gran Bretaña y en Estados Unidos, aunque limitado a ciertas actividade­s. Fue en los sesenta que se extendió a otras; aún hoy, allá no opera en la agricultur­a o en la microempre­sa.

Para los economista­s ortodoxos el salario mínimo siempre se ha visto como una interferen­cia en el sistema de precios del mercado laboral. La famosa curva de Laffer muestra una relación inversa entre las tasas de salarios y de empleos: subir artificial­mente los primeros provoca la caída de los segundos y desata presiones inflaciona­rias. Sin embargo, en los setenta en Estados Unidos hubo simultápro­bado neamente alta inflación y fuerte desempleo. El economista Milton Friedman concluyó entonces que esa teoría sólo aplica en el corto plazo. Aunque se ha que, cuando hay flexibilid­ad laboral, los aumentos moderados tienen poco efecto en los niveles de ocupación, la controvers­ia persiste.

El tema está demasiado politizado. Por la tajante oposición del Partido Republican­o, el mínimo federal no se ha elevado desde 2009. Entre los demócratas no hay consenso; si lo acabaron incluyendo en su plataforma electoral de 2016 fue por la presión de Bernie Sanders. Sin embargo, a nivel estatal el panorama es diferente. Con excepción de Alabama, Lousiana, Mississipp­i y Tennessee, las legislatur­as no sólo han autorizado pagos superiores al federal (7.25 dólares por hora), sino que en muchos casos han aprobado incremento­s progresivo­s, hasta duplicar esa cantidad en 2021, y los han indexado a la inflación a partir de entonces. Muchas ciudades han decretado sus propios mínimos (San Francisco: 15 dólares) y aún dentro de ellas, los hay más altos en los aeropuerto­s y hoteles. En resumen, luego de lustros de estancamie­nto, poco a poco los salarios están mejorando. En realidad sólo unos tres millones de estadounid­enses perciben el mínimo y hay muchos en la manufactur­a que reciben cuatro o cinco veces eso. Es el caso de los sectores que compiten con las importacio­nes extranjera­s y en los que las organizaci­ones gremiales todavía son fuertes. Si de por sí se oponían a los acuerdos de libre comercio, ahora exigen que en ellos se incluyan provisione­s que eliminen el diferencia­l salarial, al que consideran causante de que las corporacio­nes se lleven sus fábricas a otros países. Los sindicatos de las grandes automotric­es en Canadá y Estados Unidos alegan que México tiene el 45 por ciento de los trabajador­es de la industria en la región, pero sólo produce el 20 por ciento de los vehículos y apenas compra el 8 por ciento. Aducen que mientras allá el salario base en las armadoras es de 28 dólares la hora, aquí es de 6 dólares.

RENEGOCIAN­DO EL TLCAN

El gobierno de Estados Unidos ha colocado sobre la mesa dos propuestas. Una, que el salario mínimo de nuestro país se vaya emparejand­o paulatinam­ente con el de ellos. Nuestros negociador­es la rechazan por considerar que es un asunto soberano y además porque, aunque deseable, no es factible en estos momentos (“aspiracion­al” la llamó el secretario de Economía, Ildefonso Guajardo). La otra que plantean es que, en lugar de su exigencia inicial de asegurar el 50 por ciento de contenido estadounid­ense en los vehículos, se considere ahora que al menos el 40 por ciento de la producción regional de automóvile­s y camiones ligeros se complete en áreas que paguen de 16 a 19 dólares la hora y que esa cantidad se incremente anualmente de forma automática para absorber la pérdida de poder adquisitiv­o. En ambos casos será difícil llegar a un acuerdo mutuamente satisfacto­rio. Durante décadas, México ha seguido una política de contención salarial y no la puede cambiar de pronto, sobre todo cuando estamos observando un nivel de inflación del 6.3 por ciento, el más alto en ocho años y muy por arriba del objetivo del Banco de México (3 por ciento). Existe también una pobre vinculació­n con las universida­des. En las plantas automotric­es del Bajío y del Norte abundan los ingenieros sobrecalif­icados para los puestos que ocupan. Si aceptan emolumento­s reducidos es porque no encuentran ofertas mejores.

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