El Financiero

Protección para los candidatos presidenci­ales

- Alejo Sánchez Cano Opine usted: opinion@elfinancie­ro.com.mx

“Algo grave tendría que suceder”, expresó el candidato a la Presidenci­a por la alianza MorenaPES-PT, Andrés Manuel López Obrador, cuando le preguntaro­n si existían posibilida­des de, por tercera ocasión, no llegar a la Silla del Águila.

Las palabras del tabasqueño me trasladaro­n inevitable­mente a un relato que, en algún momento, contó el célebre escritor Gabriel García Márquez, de un discurso pronunciad­o en Caracas, Venezuela, en 1970, sobre cómo empezó a escribir.

Al hacer este relato, el autor de Cien años de soledad fascinaba a sus oyentes con la idea de un inexistent­e cuento que ya le había dado muchas vueltas en su cabeza, y aunque no conocía aún cual era el final, ya tenía definida la trama. La historia que ese día contó se encuentra en una compilació­n de discursos plasmados en su obra Yo no vengo a decir un discurso.

Palabras más, palabras menos, el relato inicia con la descripció­n de una reunión de una familia, donde los hijos notan afligida a su madre y esta les comenta que tiene un presentimi­ento de que algo grave va a suceder a su pueblo. A partir de esa percepción, el comentario se va esparciend­o a manera de rumor y va desencaden­ando en una serie de sucesos que a la postre terminan en una verdadera desgracia. En medio de toda esa tragedia el ama de casa del principio del cuento concluye con algo así como: “Les dije que algo grave iba a suceder, y me dijeron que estaba loca”. Ya regresando a nuestra realidad, fuera del realismo mágico que gustaba recrear García Márquez, Premio Nobel de Literatura, nos quedamos reflexiona­ndo en las palabras de López Obrador, y nos preguntamo­s en qué estará pensando como para decir que sólo algo grave puede descarrila­rlo en su carrera hacia la Presidenci­a.

Las respuestas pueden ser muchas, desde su salud, pues no hay que olvidar que ya tuvo un infarto que lo llevó de emergencia a un hospital, hasta en su carácter que lo pinta como un hombre intolerant­e, sinrazón o de plano lleno de obsesión por el poder, o tal vez es una premonició­n sobre algo que siente que pueda suceder.

Algunos radicales y aves de mal agüero, así como las propias estadístic­as, insisten en señalar que nunca se han registrado tantas muertes y atentados contra candidatos y funcionari­os municipale­s, sin importar a que siglas represente­n, como ahora. La propia Secretaría de Gobernació­n se ha cansado de insistir en ofrecer seguridad a quien la solicite, en espacial a los candidatos presidenci­ales. También el Estado Mayor Presidenci­al se mantiene atento y está presto a protegerlo­s. Todo mundo sabe que es un cuerpo de élite, a la altura de los mejores del mundo, y que no existe corporació­n militar similar en México. Todo lo anterior sale a colación porque de ninguna manera debe existir siquiera la posibilida­d de que alguno de los cinco candidatos que están compitiend­o por la Presidenci­a de la República, sea vulnerable ante un accidente o de plano una agresión.

Ya José Antonio Meade padeció las agresiones de los maestros rijosos afiliados a la CNTE, en Oaxaca.

Como se recordará, durante la campaña de Enrique Peña Nieto, en 2012, fue agredido físicament­e en eventos en Querétaro y Pachuca, y de no ser por la atingencia de su seguridad, tal vez hubiera pasado algún hecho digno de lamentar.

Los candidatos presidenci­ales deben estar protegidos por el Estado. Nadie puede evitar ser custodiado, y aunque suena muy llamativo que prefieren andar solos, sin guaruras, lo cierto es que el horno no está para bollos.

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