EZRA SHABOT
EL DEBATE
El debate entre presidenciables del próximo domingo abre la puerta a lo que podría ser un cambio de estrategia por parte de cada uno de los contendientes. Para el líder en las encuestas, López Obrador, es el momento clave para tratar de evitar ser llevado al terreno de la confrontación directa con los otros contendientes, lo que lo llevaría, debido a su propio carácter y convicción, a meterse en el terreno de las descalificaciones y la explicación de propuestas, que le resulta difícil de manejar. Andrés Manuel tratará, sin duda, de ser el “fantasma” del debate, en un intento de hablar poco, defenderse lo necesario y no tener que profundizar en nada de lo que ahí se diga.
El interrogante se presenta tanto para Anaya como para Meade. En los últimos días, el PRI ha retomado la estrategia de golpear al frentista con el mismo argumento de su riqueza supuestamente obtenida de forma ilícita, en un intento por meterse en la disputa de un segundo lugar que lo sitúe en posición competitiva. ¿Hasta dónde Meade y Anaya se van a cuestionar mutuamente y reducir su escaso tiempo de exposición beneficiando a Andrés? Ese es el di- lema de aquellos que pretenden alcanzar la cima, pero para ello deben deshacerse de un adversario intermedio del cual además están obligados a extraer la mayor cantidad de votos posibles. Margarita estará en posición de disparar a discreción, en el entendido de que puede pegarle a todos sin perder absolutamente nada, ya que su estrategia es la atraer la mayor cantidad de apoyos de los desencantados de los partidos y candidatos, aunque la pregunta sigue siendo: ¿qué va a hacer con ese capital a la hora de la verdad, cuando la elección esté por decidirse en función de los porcentajes de los candidatos fuera del rango de posibles ganadores? Por su parte, Jaime Rodríguez Calderón, El Bronco, tiene un único objetivo: golpear a López Obrador y evitar que el tabasqueño pueda acumular votación en el norte del país, la que le será indispensable a la hora de la votación final.
En este juego de cinco competidores, cualquier combinación de ataques que no se centre en cuestionar al líder, en este caso Andrés Manuel, terminará por fortalecerlo, dado además que es el único con un discurso radicalmente distinto a los otros. La fortaleza de sus argumentos se basa en quien los emite, lo que los convierte en enunciados incuestionables, y no válidos o no en función de su viabilidad actual y futura. Pero si las campañas son de emociones, la única posibilidad de alcanzar al líder es demostrar que este es incapaz de sostenerse frente a un embate conjunto de al menos tres adversarios, lo que provocaría el efecto en cadena de pérdida de credibilidad en la figura y en sus argumentos.
Para López Obrador la apuesta inteligente es la de intentar desviar el debate a las diferencias PRI-Frente: la corrupción priista y su contraparte en Anaya y sus propiedades. Si consigue jalar el pleito hacia esos dos contrincantes y se deshace de los golpes constantes del Bronco, podrá salir airoso de la contienda y dar un paso gigantesco en su camino a la Presidencia de la República. Sin la posibilidad real de ponerse de acuerdo, frentistas y priistas saben bien que si no centran sus baterías esencialmente sobre el tabasqueño y lo bajan de las preferencias, será prácticamente imposible alcanzarlo. Insisto, esto es un juego de emociones y el que sepa canalizarlas de manera efectiva tendrá al electorado a su favor. Hasta ahora AMLO lo ha logrado, y falta ver si a la hora que le “echen montón” será capaz de enfrentar la avalancha de golpes. A menos que el PRI y El Frente decidan los dos junto o cada uno por separado, que quieren seguir peleando el segundo lugar.
“Insisto, esto es un juego de emociones y el que sepa canalizarlas de manera efectiva tendrá al electorado a su favor”