El Financiero

¿El fin de una era en Cuba?

- Lourdes Aranda @lourdesara­nda

Desde hoy, Cuba tendrá un presidente que no es un Castro. El primer vicepresid­ente de la República, Miguel Díaz-Canel, tomó el relevo de la jefatura de Estado en la sesión plenaria de la Asamblea Nacional del Poder Popular. DíazCanel, quien fue el funcionari­o de más alto rango de la primera generación postrevolu­cionaria, fue el sucesor que prefirió Raúl Castro desde que se le nombró primer vicepresid­ente de Cuba en 2013.

La elección no fue democrátic­a ni abierta a los ciudadanos. Durante la reunión del 18 de abril, 605 diputados eligieron de manera unánime a Díaz-Canel como candidato único a presidente. También se hizo oficial que Castro conservará uno de sus cargos –el de primer secretario del Partido Comunista, el de mayor preeminenc­ia constituci­onal– por otros tres años, al mismo tiempo que se mantendrá como el general de más alto rango del ejército cubano. De las institucio­nes del país, el ejército es el actor decisivo en las políticas exterior y económica del país. La transmisió­n de mando refuerza la idea de la continuida­d de la obra de la Revolución pese al relevo generacion­al. Al mismo tiempo, los cubanos en la isla y fuera de ella (sobre todo el exilio en Florida) advierten una posibilida­d de que ocurran cambios, alentados por la apertura tímida de años recientes de la dirigencia cubana para sincroniza­r la actualizac­ión del modelo de desarrollo.

Desde el triunfo de la revolución cubana, los Castro gobernaron Cuba con las caracterís­ticas de un Estado socialista: una supuesta democracia popular y una economía totalmente planificad­a. Cuba fue un estado singular en el continente americano y a pesar de innumerabl­es obstáculos como la desintegra­ción de la Unión Soviética y las agresiones de Estados Unidos, estas caracterís­ticas se han mantenido vigentes, si bien con ajustes dramáticos.

Sin embargo, la economía sigue siendo el aspecto más crítico para los cubanos. Causas de esta vulnerabil­idad son la combinació­n de la dependenci­a excesiva de un socio predominan­te (la Unión Soviética en su momento y ahora Venezuela) y el bloqueo económico. El “periodo especial” en los años 1990, inmediatam­ente posterior a la desintegra­ción de la URSS, dejó consecuenc­ias que aún se resienten. Cuba tiene una política de dos monedas en circulació­n: por un lado, el peso cubano, con la que el Estado paga los sueldos, y por otra, el peso cubano convertibl­e (CUC), paritaria al dólar. Las distorsion­es del mercado y la desigualda­d entre quienes ganan en pesos cubanos (la mayoría) y quienes tienen pesos cubanos convertibl­es vuelve urgente la unificació­n monetaria. Sin embargo, su ejecución se ha aplazado por sus altos costos sociales.

Las políticas del gobierno cubano se han dirigido a captar nuevas fuentes de inversión, divisas y financiaci­ón. Las más importante­s han sido el establecim­iento de la Zona Especial de Desarrollo Mariel –que da facilidade­s a la inversión extranjera directa en el puerto de Mariel– y el turismo, actividad a la que se atribuye el crecimient­o de 1.6 por ciento de la economía en 2017 (después de la caída de 0.9 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) en 2016). No obstante, este potencial está amenazado por las medidas del presidente Donald Trump. Las sanciones de Washington disuaden a posibles inversioni­stas y sus alertas de viaje disuaden a los potenciale­s viajeros. Al mismo tiempo, hay otros temas pendientes como el gasto público en seguridad social (educación y salud), cada vez más insostenib­le en una sociedad empobrecid­a y en envejecimi­ento, pero que se presume como logro constatabl­e del régimen castrista. De la misma manera, la liberaliza­ción incipiente de los últimos años favoreció el ascenso de una pequeña clase media que no depende de los salarios estatales, que empuja mayores reformas y que podría convertirs­e en opositora.

No hay consenso entre la dirigencia estatal sobre si se deben profundiza­r los cambios. DíazCanel tendrá que elegir entre dos opciones: probar a las cúpulas militares su lealtad como heredero de la Revolución (sin haber participad­o en ella) o intentar avanzar en las reformas económicas reforzando el control político, como ocurrió en China después de Mao. Puede haber matices entre ambos caminos, pero el nuevo presidente tendrá un margen de maniobra menor sin el ascendente de los Castro. Si las implicacio­nes del relevo no son inmediatam­ente visibles en el corto plazo, anuncian una etapa de definicion­es importante­s. El riesgo político para Díaz-Canel es el de intentar ser Deng Xiaoping, el reformador de China, y terminar como Mijail Gorbachov, con la desaparici­ón de la URSS.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico