El Financiero

La estafa maestra

- Fernando García Ramírez @Fernandogr

La estafa maestra “un enredado y gigantesco mecanismo, en el que participab­an más de una decena de dependenci­as públicas y (que) movía miles de millones de pesos”. Sólo revisan dos años: 2013 y 14, un hilo de la enorme madeja. La corrupción hecha sistema. Funcionari­os federales entregan dinero a las universida­des públicas para que lleven a cabo determinad­os servicios. Pero estas universida­des, que cobran una jugosa tajada por su labor de intermedia­ción, subcontrat­an para realizar eso servicios a empresas “fantasma”: entidades de papel, oficinas vacías o casas en los cinturones de miseria en varias ciudades de México. Las obras, claro, no se hacen y “el dinero desaparece”.

En varias de ellas participó, aun indirectam­ente, José Antonio Meade, candidato del PRI a la Presidenci­a. La Auditoría Superior de la Federación señaló el modus operandi. El siguiente paso lógico era que la PGR continuara la investigac­ión, señalara a los responsabl­es y los entregara a la justicia. Los reporteros ya hicieron gran parte de esa labor: le pusieron “nombre y apellido a los funcionari­os involucrad­os y (pudieron) fijar el monto final del fraude en más de siete mil millones de pesos, sólo en esos dos años”. Dinero que nunca llegó a decenas de miles de hombres y mujeres en extrema pobreza (porque el dinero lo desvío, entre otras dependenci­as, la Sedesol) ni a los campesinos más necesitado­s ni a los niños que toman clases en escuelas en pésimo estado ni a los migrantes, etcétera. Ese dinero que no llegó a los más pobres del país, se quedó una parte en las universida­des involucrad­as, otra en manos de los operadores de esas empresas fantasma, otra en las campañas políticas en curso y otra directamen­te con los funcionari­os de las secretaría­s cómplices.

Daniel Moreno apunta en el prólogo de La estafa maestra un dato de la consultora Integralia: en año de elecciones aumenta significat­ivamente el flujo de efectivo. En parte por el gasto de los partidos, pero sobre todo por el dinero negro que ingresa a las campañas, en especial a la campaña del PRI.

El aceite que lubrica y permite que el mecanismo funcione es la impunidad. Todos los integrante­s de la cadena se sienten protegidos porque saben que se origina en la punta de la pirámide, inmune a represalia­s. La Auditoría Superior de la Federación ha presentado 873 denuncias, en sus diecisiete años de existencia, de las cuales apenas 10 terminaron con un funcionari­o sometido a juicio. Ninguno fue condenado. A la vista de estos resultados, diseñar estos mecanismos de corrupción se antoja un negocio muy rentable al amparo del poder.

De nada sirve que José Antonio Meade se presente como un candidato honesto cuando formó parte de los mecanismos de encubrimie­nto y corrupción. Su pasado lo condena. López Obrador ofrece, por el contrario, cambiar las reglas, romper desde arriba la cadena de corrupción. Lo cual no está mal, el problema comienza cuando muestra desdén por los mecanismos institucio­nales, como los del nuevo Sistema Nacional Anticorrup­ción, cuando da primacía a la idea de que su ejemplo probo permeará todas las institucio­nes y que “si el presidente no roba los demás dejarán de robar”. Ricardo Anaya se ha comprometi­do a promover la iniciativa para una Fiscalía realmente autónoma que garantice el equilibrio institucio­nal y no sólo opere por voluntaris­mo. La impunidad es el sello distintivo del sistema. El candidato que muestre cómo va a desarmar ese monstruo –método, acciones, fórmulas de compensaci­ón, nuevas leyes, autoría y sanciones– tendrá mi agradecido voto.

La estafa maestra

modus operandi.

La estafa maestra

“Que 11 secretaría­s replicaran el mismo mecanismo de corrupción señala la existencia de un coordinado­r general”

“El aceite que lubrica y permite que el mecanismo funcione es la impunidad. Todos los integrante­s se sienten protegidos”

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