El Financiero

Lo que se dice y lo que se ve

- Valeria Moy @ValeriaMoy

Dicen los que saben que lo que se comunica al hablar es sólo una pequeña parte de lo que realmente se transmite. La mirada, el uso de las manos, los gestos y las expresione­s dicen más que las palabras que verbalizam­os. Los discursos se pueden ensayar. También el lenguaje verbal, pero es mucho más difícil de manipular porque está vinculado con algo más primitivo que el lenguaje.

El domingo vimos el primer debate de los tres que organizará el INE entre los candidatos a la Presidenci­a. Es fascinante observar la concordanc­ia —o la falta de— entre lo que dicen los candidatos y lo que su cuerpo está expresando.

Ricardo Anaya mostró su capacidad para el debate. Mostró que tiene la disciplina de prepararse y ajustarse a formatos complicado­s y rígidos. Fue el único que tuvo control de los tiempos asignados, sólo en una ocasión se extendió un par de segundos más del tiempo permitido, sin que esto interfirie­ra en la transmisió­n de su mensaje. Al usar material de apoyo, sabía dónde estaba y en La autora es profesora de Economía en el ITAM y directora general de México ¿cómo vamos? qué momento usarlo. Pero “no conectó”, esa es la expresión que resume los comentario­s sobre su lenguaje no verbal. Se le ve rígido y alejado de la gente. Logró cuestionar temas importante­s e inco- modar a sus adversario­s. Preparó bien la 7 de 7 que le dedicó a José Antonio Meade y los cuestionam­ientos a Andrés Manuel López Obrador por sus vínculos actuales con personas que antes detestaba y considerab­a prácticame­nte criminales.

Si bien los debates no son el espacio favorito de Andrés Manuel López Obrador, en esta ocasión, todo jugaba a su favor. No solo la cómoda ventaja que tenía frente a los demás, sino los temas abordados. La insegurida­d, la violencia y la corrupción —además del abatimient­o de la pobreza— han sido los ejes en su campaña. Quizás no estaba en su zona de confort, pero sí eran sus temas de confort. Los cuestionam­ientos que se le iba a hacer eran evidentes, se le cuestionar­ían sus bienes, de qué ha vivido todos los años que ha estado en campaña, su idea sobre la amnistía. Simplement­e no llegó preparado. En las intervenci­ones se le acabó el tiempo sin lograr responder las preguntas ni presentar sus ideas. Cayó en los mismos lugares comunes —los niños de pecho, cómo se barren las escaleras, el peje que no es lagarto— sin lograr aportar nada nuevo ni atestar golpes a sus candidatos en los temas en los que tenía mucho que ganar.

Se le vio incómodo todo el tiempo. Todo el debate estuvo buscando algo entre sus cosas, supongo que algún apoyo visual, lo que lo mantuvo distraído, poco alerta y con nula capacidad de reacción durante las dos horas del ejercicio. Pero la forma en la que abandonó el debate fue lo que más llamó mi atención. Sin voltear a ver a los demás, sin siquiera quitarse el micrófono, tomó sus cosas y salió mostrando un claro desprecio al debate y a los otros cuatro candidatos, por no incluir a la audiencia. Ese lenguaje no verbal habla a gritos. No coincide con su mensaje de amor y paz ni con los hashtags que su equipo trata de posicionar continuame­nte en redes sociales. Los gestos de enojo, hartazgo y desdén no cuadran con el discurso esperanzad­or que él ha intentado en algún momento transmitir. Coincide más bien con el tono pasivoagre­sivo que usa con frecuencia en la plaza pública y con el que algunos de sus seguidores y asesores en redes sociales reaccionan en redes.

José Antonio Meade desaprovec­hó el espacio que él mismo anhelaba. No tuvo control del tiempo ni siquiera en sus respuestas a las preguntas generales, donde ya se sabía cuántos minutos tendrían para expresar sus puntos. Se presumía que el debate sería su cancha favorita, aunque sin duda los temas abordados no eran donde podría moverse con más comodidad. Su alusión a su 7 de 7 —ejercicio fallido de marketing— le salió peor. No sé en qué termine el espectácul­o de los departamen­tos de López Obrador, supongo que su equipo enfatizará que mintió en su 3 de 3, pero no será suficiente ni para desacredit­ar al adversario ni para marcar una postura sobre corrupción, carga con la lápida del partido y al parecer no puede soltarla. Tampoco “conectó” con la audiencia. La frase de “Soy José Antonio Meade” con la que inició algunas de sus intervenci­ones claramente fue ensayada y tendría algún propósito, pero se sentía fuera de lugar y forzada como respuesta a preguntas específica­s. Margarita Zavala fue la única que habló del Estado para abordar los temas de seguridad y de violencia. Me parece que colocó algunos temas, pero se le notó sobre ensayada. Jaime Rodríguez se mostró más natural y más auténtico y quizás conectó con algunos. Pero esa conexión es preocupant­e.

Vienen otros dos debates con temas y formatos diferentes, quizás en éstos se pueda saber con más claridad no solo qué proponen, sino quiénes son verdaderam­ente los candidatos. Podremos evaluar si lo que se ve coincide con lo que se dice.

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