El Financiero

El Liverpool opta por dejar seguir la trama

- M. Mejía

Fue un atracón que terminó en angustia.

El Liverpool histórico no sabe ahorrar la abundancia. Klopp, su técnico ahora, tampoco. Anfield entero fue testigo de una barrida del cuadro rojo sobre una Roma inaceptabl­e para un elenco de semifinale­s de la Champinos League. Conducido por un ariete de alto lujo, Salah (dos goles y dos pases de otros dos), el local fue un tren de alta velocidad que nada parecía detener a su paso. Cuanta llegada producía, cuanto peligro producía. Llegó el momento en el que los visitantes parecían disfrutar del baile, sin presentar apenas resistenci­a. El Liverpool era amo abosoluto del debate. Sobrado de autoestima, volvió a caer en el bache del despilfarr­o. Firmino cerró la media decena en el minuto 68. Klopp creyó que era suficiente. Que el rival no tendría cómo salir de la esquina. El equipo se mimetizó de suficienci­a. Dejó que la trama siguiera su curso. Los romanos, se sabe, no suelen entregar las batallas sin el último aliento, sin el penúltimo y sin el antepenúlt­imo. Poco a poco, ganaron campo y la pelota. El bosnio Dzeko anotó por el orgullo y, en un penalti bien marcado, Perotti marcó en el 85’. La ventaja abultada se convirtió, en un tris, en una posible aunque lejana igualada. La Roma recibirá en el Olímpico la vuelta con la gesta ante el Barsa en la fresca memoria. Los de Di Francesco deben anotar, otra vez, tres goles para instalarse en la final europea. No parece que los milagros se produzcan con tanta frecuencia en la Ciudad Santa, pero en la travesura de la pelota -y con el Liverpool de por mediotodo es posible; hasta otra goleada inglesa en césped ajeno. Realato aparte merece Salah, el mejor futbolista de la Liga Premier. Artista de una pierna izquierda pocas veces vista en la Isla, dueño del tiempo y de la cadencia de los grandes, el egipcio da estética al Liverpool. La gracia le va tan bien que parece natural. Crack con sentido de la solidarida­d, del despliegue y de las dimensione­s del campo. Cruyff sustuvo que la gran diferencia entre los jugadores del montón y los extraordin­arios no era otra que estos últimos sabían que hacer con la pelotita antes de recibirla. El futbol es bello porque es sencillo, Salah es obediente seguidor de los grandes, los que despliegan el talento para que el cuadro al que pertencen sea efectivo, eficiente y eficaz. Por si fuera poco, Salah tiene una idea premeditad­a de la belleza. El primer tanto de ayer, al ángulo superior derecho del arquero, fue un ejemplo de que el gol puede ser una de las bellas artes.

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