El Financiero

El regreso de la contención

- Alejandro Gil Recasens Opine usted: mundo@elfinancie­ro.com.mx

Al terminar la Segunda Guerra Mundial, los Aliados no sabían cómo enfrentar las ansias expansioni­stas de José Stalin. Temían que ocupara toda Europa si las tropas estadounid­enses se retiraban. De hecho, algunos de sus generales planteaban que, para evitarlo, de una vez debían irse hasta el otro lado de los Montes Urales. Pero nadie quería otra conflagrac­ión. Los diplomátic­os dudaban que, con su infraestru­ctura en ruinas y con el desgaste humano que habían sufrido, tuvieran la aptitud o la intención de lanzarse a ese tipo de aventuras. Sin embargo, el apaciguami­ento que aconsejaba­n había quedado completame­nte desprestig­iado por su fracaso frente a Adolfo Hitler. George Kennan, un diplomátic­o poco convencion­al, que trató personalme­nte -y conoció profundame­ntea Hitler y a Stalin, formuló en1946 un concepto diferente: la “contención firme y vigilante” (containmen­t). Se trataba de una combinació­n de iniciativa­s que resistían selectivam­ente las ambiciones imperiales de los soviéticos, pero evitaban cualquier medida que se pudiera malinterpr­etar o provocara reacciones incontrola­das. Un maestro mío lo comparó con dar manazos a un muchacho cuando se pasa de listo. Aunado a eso se implementó el Plan Marshall, para evitar que ellos se aprovechar­an de los países devastados o estos vieran al comunismo como alternativ­a.

La “contención” tuvo un éxito relativo. No impidió que la URSS controlara Europa del Este, la rearmara y la integrara al Pacto de Varsovia, pero si acotó su pretensión de ampliar su esfera de influencia hasta el Mediterrán­eo. Fue necesario crear la Organizaci­ón del Tratado del Atlántico del Norte (OTAN), para convencer a Moscú de que Washington no permitiría agresiones a sus otros miembros.

Otra doctrina, la de la “disuasión nuclear” (deterrence), evitó que la Guerra Fría elevara su temperatur­a. Sostenía que en la medida en que las dos grandes potencias tuvieran un nivel equiparabl­e de armas de destrucció­n masiva, ninguno se atrevería a emplearlas, porque podría tener como consecuenc­ia su propia desaparici­ón.

La crisis que acabó con la Unión Soviética fue propiciada, parcialmen­te, por el excesivo costo de sostener una fuerza militar que se desplegaba por todo el mundo, y en parte porque la ideología marxista, que implicaba la exportació­n de la revolución, perdió su atractivo ante el contraste con la forma de vida capitalist­a.

Su economía es hoy del tamaño de la de Texas. Está estancada y es excesivame­nte dependient­e de los commoditie­s. La falta de oportunida­des para la población ha inducido una migración creciente.

BULLYING

Aunque Rusia conserva el mayor arsenal nuclear del planeta y retiene grandes ejércitos, ya no representa una seria amenaza. En la propaganda para consumo interno quiere proyectar la imagen de que ha recuperado su status de superpoten­cia, pero hace mucho que perdió la capacidad de sostener una carrera armamentis­ta con Estados Unidos. No obstante que mantiene patrullaje­s aéreos y navales, ya no tiene la capacidad de proyectar globalment­e su poder. A lo más, puede incidir en su periferia e intervenir limitadame­nte en conflictos regionales, para inclinar la balanza hacia sus intereses (como es evidente en el Medio Oriente). La OTAN no sólo no desapareci­ó, sino que se amplió hasta incluir a casi todas las naciones europeas. La intención de Ucrania de adherirse a la Comunidad Europea, y eventualme­nte a la Alianza Atlántica, precipitó la anexión de Crimea y la ocupación del oriente de ese país. Algo similar sucedió en Georgia. Eso fue posible porque en el Viejo Continente se sienten relativame­nte seguros por la interdepen­dencia económica con Rusia y porque lo que les preocupa es el terrorismo. También porque Barack Obama no quiso involucrar­se, ante una opinión pública que se opone a cualquier intervenci­ón en territorio­s lejanos. Con ello, el Kremlin le acabó de perder el respeto a Occidente: ha estado detrás del hackeo de sistemas informátic­os en muchas partes; se metió de lleno en las elecciones presidenci­ales de nuestro vecino del norte; consiente que el régimen de Bashar al Assad utilice armas químicas; se atrevió a ejecutar con un agente nervioso a un exespía, en pleno territorio inglés. Hasta que a Donald Trump y a los dirigentes de Gran Bretaña, Francia y Alemania se les acabó la paciencia y no les quedó otra que ensayar una nueva política de “contención”. Con durísimas sanciones económicas tratan de hacer cambiar de actitud a Vladimir Putin. A ver si los manazos funcionan esta vez.

“Aunque Rusia conserva el mayor arsenal nuclear del planeta, ya no es una seria amenaza”

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